Moisés Asto Hinostroza
Recuerdo siempre con gran cariño épocas de lluvia en el valle del Mantaro, recuerdos ajenos, vagos, idos que embargan noches de dolor, esperanzas tras las hojas amarillas de la flor de retama. Es marzo del 78, tiempo de grandes lluvias, truenos y relámpagos arden en los cielos anunciando su poder en el valle.
El valle del Mantaro vive, se
levanta tenue, sus campos brillan de estepa amarilla, única, de
retama.
-
¡mira mamá, un loco! -El grito áspero y chillón de un niño despertó
la curiosidad de algunos poblanos.
-
¿calla hijo! No es un loco, es solo un viejecito.
- ¡qué raro! ¿quién será? ¿de dónde será? - Doña Gertrudis parecía reconocer ese rostro,
tenía la barba muy crecida, algunos andrajos que traía como atuendo.
Era don Pedro había quedado
solo en este mundo. Cuentan los pobladores que don Pedro tenía 30 hectáreas de
tierra, animales en abundancia, nunca fue mezquino, contrajo nupcias con María,
tuvieron tres hijas. Dicen que no tuvo hijo varón y en las fiestas patronales
ofrecía sus pagos con reverencia, rogaba a tayta Dios le concediera la dicha de
tener hijo varón.
Pacasmayo tierra donde nació
Pedro, Vino a la sierra en los cincuentas, acompañando a un amigo de Pucara.
Quedo entusiasmado, embrujado por la belleza de la naturaleza.
-
¡Me quedo¡ - dijo con gran algarabía.
-
¿De verdad Pedrito? - Respondió Felipe.
-
¡Si! ¡aquí moriré, en estas tierras!.
Al día siguiente sin
pensarlo más, retorno a su tierra, vendió todas sus pertenencias, se despidió
de familiares y amigos.
En mil novecientos cincuenta
y dos hubo crisis, el gobierno de Odria había dado golpe de Estado. Se inicia
el proceso de ruralización de las ciudades y la aculturación de las poblaciones
rurales, como resultado del proceso de emigración y el desarrollo de la
industria, como la apertura de vías de comunicación y la penetración del modo
de producción capitalista en el interior mientras la población serrana iba a la
costa, Pedro se instalaba en el valle del Mantaro. Le había comprado las
tierras a un hacendado. Levanto la voz mirando su valle dijo:
-
Hay que hacer barbecho para sembrar, necesito
bueyes, toros, vacas, carneros, cerdos, gallinas, en fin haré mi granja –
saltando de alegría, gritaba, se reía y tiraba su gorro al aire frio del valle.
-
¡Un momento! – dijo para sí solo – no tengo
casa, tengo que hacer una, como en mi tierra, así será – contrato ocho peones
de Sapallanga, les habría dicho:
-
traigan a sus familiares, vivirán conmigo,
les daré a cada uno su parcela, no les faltara nada. - Gracias patroncito –
dijeron con la cabeza en el suelo.
Cuando termino su casa
hacienda, invito a los pocos vecinos de la zona, preparo su plato preferido,
seco de cabrito. Dicen que mando traer cincuenta cabezas para su safacasa. Adultos
y niños comieron hasta saciarse, el teniente, Alcalde lo felicito públicamente:
-
¡Señores! Debo agradecer a don Pedro Aponte
primero porque es nuestro vecino, segundo es nuestro hijo predilecto en nuestro
valle. Con poblanos demos tres vivas por nuestro vecino Pedro: ¡Que viva don
Pedro! - ¡Que viva! – Repitieron tres veces, luego siguieron tomando la chicha
de maíz morado.
La tarde moría lento entre
los cerros del valle, cada uno se retiraba para sus casas, agradeciendo por un
banquete que nunca habían probado - Estaba
muy rico taita – le decían.
Después de dos años, don
Pedro producía papas, maíz, habas, cebolla, nabo y los vendía en el mercado de
Huancayo.
Fue un domingo de Abril,
toda la población se reunió por la convocación popular del teniente Alcalde, en
la pequeña glorieta de la plaza se sentaron hombres y mujeres, escuchando con
atención a la Autoridad del pueblo.
-
Conciudadanos, los he reunido a todos porque
nos urge tener nuestro canal de irrigación, que nos beneficiara a todos - ¡Si,
si! – Gritaban con alegría en la pequeña plazoleta - Entonces, empezamos mañana
mismo, porque son diez kilómetros de largo, será la primera etapa, la segunda,
lo haremos el mes próximo para asfaltar con cemento - ¿Podemos hacer el trabajo
por cuarteles? – Grito entre la multitud don Genaro - ¡Sí! – Grito Venancio –
recuerden que serán quince días seguidos ¿quién nos cocinara?
-
El cuartel seis puede encargarse de los
alimentos – dijo dona Gertrudis – solo que nos den alimentos y nosotros haremos
el resto.
El día lunes, primer día de
faena comunal, todos empezaron a cavar la zanja. Eran 12:30 del mediodía, doña Carlota grito tocando la tapa de la olla
con el cucharón:
-¡A comer! ¡Vengan todos! –
Gritaba desde una pequeña loma.
Todos se sentaron en la era,
tendieron sus mantas en el suelo, pusieron papa sancochada, sal, queso, ají. Primero
pasaron la sopa de morón, luego fue el olluco con charqui - ¡Que rico! – Dijo Pedro saboreando su
comida cogió su plato camino mirando el paisaje hacia el río Mantaro.
-
¡Que hermoso! ¿verdad? – le dijo a una joven
que estaba sentada sobre una piedra - ¡Sí! El valle es hermoso, lleno de árboles
y retamas. Se sentó a lado de ella y la miro una y otra vez - Pedro, me llamo Pedro, Pedro Aponte - yo,
María Reynaga – dijo con una sonrisa amigable.
Esa noche, Pedro subió a su
terraza y miro las estrellas, diciendo una y otra vez
-
¡Señor! Es hermosa, sus cabellos son castaños, de ojos
claros, su piel blanca. Te pido para mi Señor, por favor concédeme la gracia
que ella será mía.
Al día siguiente Pedro busco
a María, la vio en la quebrada, sacaba piedras.
-
Te ayudo María – le dijo tomándole de las
manos - además este trabajo es un poco fuerte – era el hombre más feliz, no
quería que el día terminase, su corazón tenia que ser de ella. Habían
conversado de todo, Pedro le habría invitado a dar un paseo por Huancayo. Pero
María le dijo que era imposible sin el consentimiento de los padres - No somos
novios Pedro, que dirán mis padres - En la costa es diferente María, hacemos
amistad saliendo a tomar el te en la noche frente a nuestra playa - Aquí es un
escándalo, todos murmurarían - Pedro – dijo María con miedo - Dime Mary, te
escucho – le dijo mirándole a los ojos - Aquí en las sierras, Ayacucho y
Huancavelica los comuneros hacen unir a sus parejas en lo que ellos llaman el Sirvinacuy
- ¡Sirvinakuy!, ¿Qué es eso Marita? – dijo sorprendido.
-
Antes de casarse, la pareja tiene una
convivencia de marido y mujer, les dan un plazo determinado, si no se entienden
se separan.
-
¡Así de fácil! – Dijo con asombro mirando al
río Mantaro - ¿Y qué del amor? ¿No cuenta eso? ¿Si tienen hijos? ¿Qué de ellos?
-
Así es nuestra cultura serrana, es la practica
andina de nuestros antepasados- Pero mi tierra es diferente, uno ama de verdad,
y si los viejos de la mujer no quieren esa relación, los hombres las raptan -¿Raptan?
– María interrumpió con sus ojos grandes -¡Si! El hombre se la lleva lejos, a
otro pueblo sin que nadie sepa del paradero, luego se casan en algún municipio,
quizá se embarace; posteriormente vuelven a sus padres, ya no pueden hacer
nada, están casados y con hijo, solo les queda aceptarlos y viven bien, tanta
vaina por eso, ¿No crees? - Y ¿Tu Pedro como te casaras? – Dijo con tristeza
mirándole a los ojos.
Pedro bajo el rostro al
suelo, voló con sus pensamientos a esa eternidad, se decía: he atrapado el
tiempo, tengo entre mis manos esa luz tenue, es Dios concediéndome la dicha de
ser feliz al lado de mi Mary. Abriré mi corazón a las estrellas y encontrare mi
libertad, de ese mundo prestado - Pedro en que piensas – interrumpió sus
sueños, le dijo con suma delicadeza tocándole las manos.
-
Marita – le miro a los ojos – Marita si me
aceptas quiero ser tu novio, tu esposo, quiero envejecer a tu lado, tener
nuestros hijos ¿Qué dices? - ¡Si! ¡si! Pedrito, acepto tu propuesta - ¡Bien! –
grito con algarabía – la abrazo con ternura, con pasión; la beso mil veces en
el rostro.
-
Y ¿Cuándo les hablaras a mis padres?
-
Si quieres hoy mismo pido tu mano
-
¿De verdad Pedrito? – sus ojos brillaban de
felicidad
-
Me esperaras mañana, iré al medio día para
almorzar, llevare mis presentes.
-
Pedrito, papito, si mis padres te aceptan
iremos los dos con tayta Venancio para que nos case frente a nuestros Apus.
-
¿Apus? ¿Qué es eso Marita? - El Apu es el
cerro principal de nuestro pueblo, es un dios que cuida de nuestros ganados, de
la cosecha y nos libra de los abigeos y ladrones - ¿Es cierto esto? -Si
María
le narro la misma historia que Pedro sabia respecto a la llegada de los
Españoles imponiéndoles las cruz y la espada, cambiándoles sus Apus, sus pacarinas
por santos con nombres de hombres y pusieron una cruz en vez de los Apus en
cada cerro y los obligaron a bailar, adorar y celebrar cada año las fiesta
patronales, pero en las noches todos los campesinos llevan sus pagos y ofrecen
a sus Apus para que les vaya bien - Entonces esto es dualismo religioso - Lo
que sea Pedrito, pero, después que nos presentemos ante nuestro Apu, luego
iremos a las autoridades del pueblo para casarnos conforme a sus costumbres - Bien,
bien, así será
Para Pedro era todo extraño,
pero se fue corriendo, saltando gritando con algarabía que Dios le había dado a
su María.
Esa noche llamo a todos sus
peones, Pedro los trataba como si fuera de la familia.
-
Antonio, llama a todos, cada uno venga con su
esposa y tú también.
-
Si don Pedrito, ahorita voy - salió corriendo con asombro, preguntándose
¿para qué será?
-
Alcides, Luciano, José, Severino, Agustín,
Rosendo, vengan todos con sus mujeres que el patrón quiere hablarnos
-
Pasen, pasen, por favor siéntense, tengo algo
que decirles
-
¿Qué es don Pedrito? – dijo Antonio
-
Amigos, quiero compartir con ustedes mi
felicidad
-
Si patroncito – gritaron en coro
-
No me digan patrón, solo Pedro
-
Si Pedrito, dinos cuál es esa felicidad –
dijo Alcides
-
Me voy a casar
Todos se levantaron y en
coro gritaron que era tiempo que los niños corran por la casa y que no querían
verlo solo, sobre todo en las noches.
-
¿Con quién Pedrito? – dijo Rosendo - ¡Ah! Me
olvide. Es con María - ¡la hija de don Felipe Reynaga! – sonriendo dijo José - La
misma.
-
Bien Pedrito, te mereces esa mujer, y bien
por ella
-
Ahora quiero que me ayuden, mañana iré y pediré
la mano a sus padres llevaremos algo,
tal vez un chancho asado, un carnero y
bastante chicha ustedes irán conmigo, son mi única familia - Nos haces un gran
honor al decir eso Pedrito – lloro tierno y suave Agustín.
Todos se abrazaron, rieron y
lloraron. Sobre todo las mujeres que abrazaron con gran ternura a Pedro.
-
Hoy mismo mataremos al chancho y el carnero y
mañana temprano lo cocinaremos – dijo con gran entusiasmo Severino.
-
Yo preparare la chicha – dijo Margarita –
nosotros también ayudaremos – gritaron las demás mujeres.
-
Pedrito – dijo Agustín – y ¿A su prometida no
se le dará nada?
-
¡Claro! ¡claro! El aro, como olvide este detalle, gracias Agustín - Patroncito
mañana temprano ensillo los caballos yo le acompaño para Huancayo, sobrado
estamos de vuelta para medio día - No sé qué haría sin ustedes.
En la carreta jalada por dos
mulas subieron todas las mujeres, el exquisito manjar y los hombres iban
montados cada uno en su caballo.
-
Como en mi tierra – decía Pedro – así debe
ser. Tocaron la puerta, era una vieja aldaba colonial, le daba un aire de
respeto a esa casa. Después de tres toques abrió el padre de María.
-
Buenas tardes caballeros, por favor pasen –
dijo pausado y seguro.
-
Gracias don Felipe – dijo Pedro estrechando
su mano algo que vio sorprendido don Felipe, era que los peones de Pedro,
venían vestidos no como Huancaínos, sino con el tono norteño, traían sombreros blancos, grandes, cada uno con un caballo ensillado y
sus mujeres traían el traje norteño, el trato no era de patrón a peón, era algo
familiar.
-
Don Felipe – dijo Pedro con tono suave –
estoy muy agradecido a Dios por haber conocido a María y su digna familia,
vengo con mis amigos que son mi única familia, traemos nuestro respeto a su
digna casa y con ese mismo respeto que usted y su esposa me merecen, quiero
pedirle la mano de su hija María, prometo serle fiel, amarla hasta que la
muerte nos separe y respetarla como debe ser.
-
escuche muchas cosas buenas de ti Pedrito, he
visto cómo has surgido en tierras extrañas, tratas bien a tus peones como tu
familia, esto me dice que mi hija estará en buenas manos, en quechua mando a su
mujer diciéndole que venga María y todos sus hermanos. Luego María ingresaba a la
sala, su presencia vislumbro a Pedro y todos los presentes, era realmente muy
hermosa.
-
María – dijo enérgico y suave don Felipe –
este caballero ha venido hoy para pedirme tu mano y yo como tu padre veo lo
mejor para ti, doy consentimiento para que te cases hija.
-
Gracias papito – salto de alegría María y
abrazo a su padre.
-
Bien Pedro te entrego mi hija delante de mi
familia, de tu familia, espero que la
respetes y cuides.
-
Gracias don Felipe – estrecharon las manos y
un abrazo fuerte – no lo defraudare como yerno.
-
José bajen todo lo que trajimos, hoy hay
fiesta en esta casa.
-
El almuerzo era risa, canto y baile. Gran
algarabía reinaba en esa casa.
-
Marita, mi cielo, vamos a fuera un instante –
dijo Pedro le hizo montar en su caballo blanco y se la llevo cerca del rio Mantaro.
-
Mi amor, toma este anillo de compromiso, con
esto sello mi pacto hacia ti.
Le tomo la mano derecha, le puso el anillo y sello con un beso frente
al río ante la muerte de ese sol que se hunde
entre las montañas. Te amo le decía una
y otra vez besándola, ella le respondía que lo amaba, le abrazaba. Eran el uno
para el otro.
-
Mi amor – le dijo María – tenemos que fijar
la fecha para hacer nuestro pago con el Apu – Fija tú la fecha mi amor - Tiene
que ser en luna llena, a fines de mayo subiremos al cerro con taita Venancio.
Llego el día tan esperado,
subieron los tres al cerro cuando llegaron a la cima, extendieron mantas en el
suelo pusieron con cuidado, charqui, chicha morada, frutas, coca, papa seca.
Venancio era considerado
como el padre del pueblo, una especie de cacicazgo que velaba a la población en las fiesta patronales, el dirigía las
promesas de un mayorazgo de valores, desarrollo y productividad, también era
una especie de sacerdote, solo que servía al Apu. Venancio rezo en quechua:
Taita Apu, estamos aquí,
frente a ti, quiero que bendigas a esta pareja. Con toda la grandeza de tu
protección y que crezcan en salud, sus chacras y ganados sean guardados, sobre
todo tengan hijos sanos.
Dice que don Venancio estaba
con unas ropas que le daba una presencia se sacerdote de alguna cultura Inca,
Maya o Azteca, rezo en quechua y Pedro no entendía nada. Don Venancio saco un
cinto de su alforja unió sus manos bendiciendo sus vidas; Pedro habría dicho
ante los Apus:
-
Te amare toda la vida, no buscare nada más de lo que encontré.
Luego tomaron una chicha de
siete semillas, comieron la carne seca. Don Venancio cogió el carnero tierno,
era macho, sacrifico el animal, tomo sangre en un recipiente y hecho a los
cuatro nudos, a los cuatro vientos ofreciendo pago al Apu y lo demás los
enterró rezando, agradeciendo.
Eran tiempos de cosecha en
el valle, tiempo de sol. A pesar de toda la crisis nacional, Pedro llamaba a la
comunidad y podía traer ayuda del norte. Los sesenta Chimbote se volvía en un
imperio por la pesca, todos estaban bien económicamente.
-
Me entere que muchos se están yendo a la
costa, créanme, los yanquis, los costeños no tratan bien a los serranos, muchos
de ellos no tienen otras habilidades, solo para el trabajo de fuerza, eso de
cargar bultos, los echaran, por eso los explotan – hubo silencio en toda la
población.
-
Entonces que haremos, la crisis nos aplasta –
dijo un vecino
-
¡Trabajar! Yo pedí ayuda a mis amigos de
Chimbote no me fallaran, mientras tengamos esa ayuda, viajare a mi tierra para
vender nuestros productos o en Lima mismo buscare compradores, solo les pido
una cosa, entre nosotros no debe haber egoísmo, envidia, eso nos divide, seamos
una familia entre nosotros - ¡Sí! – grito un jovencito - ¡Si! ¡si! – se repitió
el coro con todos los campesinos - ¡Que viva don Pedro! - ¡¡Que viva!!
Cuentan que en aquellos años
de los cincuenta, tener un caballo era de un hombre con mucho dinero, la
mayoría se iba con su burrito llevando sus compras, otros se iban a Huancayo
caminando, por el camino real.
Pedro se alistaba para su
matrimonio con las autoridades de su pueblo. Ese día salieron de viaje para
Huancayo, él iba montado en su corcel blanco, María iba en un potro marrón y
con ellos iban Rosendo, Alcides y José, que llevaban una carreta jalado por dos
mulas. La feria en Huancayo era sábado y domingo, había carpas donde vendían su
producto, por en medio de la calle real pasaba un canal de agua, se podía
observar a los costados de la plaza gran cantidad de burros, mulas, algunos
caballos casi todo era como medio de transporte o para carga.
Es setiembre. Se casaron
para cumplir con las formalidades del caso. Vino el cura de Concepción trayendo
a dos monaguillos. Que todos vengan a la fiesta, hay comida de sobra. Habría
dicho Pedro – una sola vez se casa, así que todos comeremos igual, y luego
bailaremos, porque con nuestra alegría, nuestras risas ahuyenten a los malos
espíritus que traen desanimo, pobreza, envidia, seremos un pueblo progresista.
Todos traían sus regalos, lo
llamaban la palpa, el gobernador hizo una manifestación que agrado a la
población.
-
¡Señores! Don Pedro nos ayudará para la
electrificación de nuestra zona, traerá un motor para dar luz que tanta falta
nos hace.
-
¡Que viva por siempre don Pedro! – Todos
corearon las vivas con gran algarabía.
La familia de Pedro vino
días antes para la boda. Josefina madre de Pedro, don Alberto el padre, su
hermano menor Fernando y tres amigos íntimos de Pedro.
En la boda todos comieron,
bailaron todas las danzas que había en la serranía, también bailaron el
tondero, la marinera. Música alegre con otro mensaje pero igual todos lo
aceptaron y aprendieron a bailar sobre todo los jóvenes.
Ya era las cinco de la
tarde, muchos se despedían de María y Pedro.
Cuentan que prepararon
quince hornos para hacer pachamanca a parte hicieron el arroz con pato, chicha
de jora y de maíz.
La década de los sesenta
fueron de gran agitación, había ocurrido grandes cosas en Perú y el mundo. Un
candidato a la presidencia cabalgando en
caballo pueblo por pueblo anunciando el progreso de los pueblos, de volver al
Ayni, la Minka; ese señor es el
arquitecto Fernando Belaunde Terry.
-
Señor – le habría dicho Pedro – la vía que
une la sierra con la selva es por Comas, Andamarka y Satipo ¿Cree Usted que
llegando al poder puede ampliar esa carretera? - Haré una obra más grande –
dijo sereno y pausado - ¡Más grande Señor! ¿Cuál será Señor? - La marginal.
Cuando llego al poder,
cumplió su promesa. La marginal de la selva.
Más tarde un militar lo
destituyo del poder, hizo golpe de estado. El general Velasco Alvarado, dio una
manifestación como ley: “la tierra es para quien la trabaja” la serranía no
estaba preparada para cambios como este, de un día para otro, la falta de
capacitación hizo que se perdiera millones de soles, muchas haciendas se cerraran,
en vez de crecer productivamente los ganados, disminuyeron, la producción de
cereales, legumbres y otros de pan llevar.
Los setenta, un país agitado,
le nació su tercera hija.
-
¿Porque Dios no me da hijo varón? – replicaba
en su altar pero su gozo era igual, amaba mucho a su María y sus tres hijas.
Dejo encargado a los padres
de María la administración de la hacienda y los muchachos que consideraban sus
amigos más que peones.
Viajo con María y sus tres
hijas: Flor, Margarita y Elena. Era un viaje muy largo y duro. Llegaron a
Pacasmayo en diez días. La situación de los hacendados en todo el norte, en la
sierra de Ancash llegaban noticias que los campesinos habían matado, encerrado,
ajusticiado a sus patrones, se comieron sus reses, y se apoderaron de sus
tierras. El padre de Pedro le había manifestado que tenía tierras por
recuperarlas, no podía viajar por estar enfermo. Al día siguiente Pedro se fue
solo. Su viaje a Ancash demoro cinco meses, logro recuperar parte de las
tierras de su padre, negocio con los campesinos se abrieron cooperativas, SAIS Túpac
Amaru entre otros que los mismos campesinos lo administraban. Cuando llego a Chimbote, había desolación, pese al poderío
económico que había, se escuchaba en todas las noticias que habían matado a un
empresario pesquero. El primero de enero
de mil novecientos setenta idos fue asesinado en su casa de campo en Chaclacayo
a los 42 años. Fue sepultado en el Cementerio de El Ángel de Lima. Luis Banchero Rossi, llegó a primeras horas de la mañana a su casa
acompañado de su secretaria, Eugenia Sessarego, una mujer atractiva e
inteligente con la que el magnate sostenía una estrecha relación. El tercer
personaje aparece ante ellos poco después. Juan Vilca, jardinero de la casa, se
ha decidido. Durante el largo juicio que siguió a este caso, el jardinero alegó
dos motivos principales para asesinar a Banchero: su fealdad era algo que ya no
podía resistir, quería dinero para hacerse la cirugía plástica y cambiar su rostro;
la segunda razón era su pasión por Eugenia Sessarego, a quien contemplaba
ansioso desde hacía mucho tiempo. A
esto se sumó el duelo en muchas partes, la tifus había matado a muchas
personas, sobre todo, era contagioso y se esparcía rápido. Tomo un
pequeño bus carguero que se dirigía
para Chepen.
-
Paisano, llévame pa’ Pacasmayo – dijo con
tono norteño - Sube paisa, acomódate detrás - Gracias paisa.
Cuando llego no había nadie
en la casa, toco la puerta insistentemente, solo vio un mechón negro, en la
casa se respiraba ese olor a muerte
-
¡! Que!! – dijo con asombro y comenzó a
gritar desesperado.
-
¡María mi amor! hijas, Margarita, Elena, Flor, ¿Dónde están?
Respondan.
Por el camino se encontró
con un vecino que iba presuroso.
-
Amigo, ¿Dónde están todos? - ¿Dónde has
estado paisa? Casi toditos han muerto o están enfermos - ¿De, del tifus? - Si
paisita, ahorita están en la casa comunal porque en todas las casas fumigaron
para que la peste se vaya.
-
¿Dónde está la casa comunal? – Vamos, pa’ allá voy.
Alrededor de la casa comunal
había carpas del hospital, médicos, enfermeras, todos los muertos eran
enterrados lo más pronto posible para evitar la epidemia, busco
desesperadamente en silencio a María y
sus hijas. Entre toda esa multitud, de personas quejándose de fiebre alta, vio
a un costado a María, deliraba, transpiraba, la abrazo, la beso en todo el
rostro.
-
Marita, mi amor, soy yo, contéstame. Una
enfermera se acercó rápidamente:
-
Oiga señor, salga de aquí inmediatamente, esa
señora tiene tifus, lo va a contagiar - ¡Tifus!
- dijo tembloroso - Por favor salga de aquí.
-
Estoy buscando a mis hijas, mis padres - Si
no están aquí, es que están enterrados, busque la relación en la oficina
central. Pedro se desesperó, salió corriendo, no podía creer todo esto
-
¡No! ¡no! No puede ser – gemía su dolor.
Busco la larga lista entre toda la gente que había allí, un joven le dirigió la
palabra.
-
Señor busca a un pariente - si mis padres e hijas - ¿Cómo se llaman? - Alberto,
Alberto Aponte, mi madre Josefina Jiménez - ¡Alberto Aponte! ¿Es tu padre? –
Dijo sorprendido – entonces, ¿Tu eres Pedro? - Sí, sí
-
Lo siento, tu padre murió hace cinco meses
atrás yo estuve en el entierro, al mes murió tu mamá, dicen de paro cardiaco - ¡No, no puede ser
cierto¡ se apoyó en la pared, comenzó a llorar lento y angustioso.
-
Pedrito, se fuerte – le abrazo tiernamente - Y,
mis hijas ¿sabes dónde están?
-
¿tus hijas? ¡Pedro que no sabes! - Ellas
fueron contagiadas con el tifus.
Se arrodillo en medio de la
plaza, su vida se quebraba lento y moribundo, había perdido todo. Fue a su
casa, recordó su infancia, la muerte rondaba por todas partes. Esa noche se
sentó frente a la plaza, nada era igual, nada tenía, nada le ataba. La ciudad
era llanto, gemidos de dolor por la pérdida de lo que más se ama.
El mar traía su propio
mensaje, sus olas débiles, alejadas de no comprometerse con el mundo de los
humanos.
El sol era tierno, nacía
moribundo. Pedro se levantó de la arena y corrió a la casa comunal.
-
Llevare a María a la casa – deliraba mientras
corría – ella no morirá allí, la salvare.
Entro burlando al vigilante
que yacía dormido, busco incesante a su María estaba casi al fondo. La alzo
entre sus brazos y camino lento hacia la puerta, cuando escucho un grito:
-
¡Oiga! Usted, ¡Qué hace? – Era el vigilante -
¿Qué está haciendo?
Hizo sonar su silbato,
mientras detenía a Pedro, luego se escuchó pasos que corrían desde la otra
habitación eran dos enfermeras y un asistente de médico, se quedaron intrigados
al ver a Pedro cargado a su esposa.
-
¿Qué hace señor? ¿usted no sabe que todas
estas personas están en cuarentena para no contagiar al resto de la población?
-
Lo sé, si se – respondió con agonía.
-
Entonces ¿Qué hace? Replico la enfermera.
-
Ya perdí a toda mi familia, no puedo perderla
a ella.
-
La perderá si se la lleva, aquí estará mejor.
-
Usted sabe que no es así, ella estaba al
fondo, donde ya no tienen cura, se morirá.
Hubo un silencio entre
todos, que fue interrumpido por una melancolía que nacía de la angustia de la
desesperanza.
-
Por favor, déjenme llevarla conmigo, bajo mi
responsabilidad – lloraba de impotencia, angustia y dolor.
Se miraron entre ellos, que
decisión tomar en casos como este
-
Bien, la suerte está echada, será bajo su
responsabilidad – dijo la enfermera.
Le proveyeron de algunos
medicamentos y todas las recomendaciones del caso.
-
¡Suerte! – Dijo el ayudante del médico.
-
Gracias – mirando a todos se fue sin voltear.
Lucho incansable, le dio de
todo. Sus vigilias para darle agua, cambiándole el paño húmedo de la frente
pero su fiebre alta término matándola en seis días angustiosos.
Se arrodillo gritando la
ausencia de Dios en esta soledad de quitarle a su familia, sobre todo a su
María.
La enterró en el jardín de
su casa, sin rezos, ni cantos, menos de plañideras. Cuando termino de poner una
pequeña cruz dijo:
-
Estas mi tierra que no es tu tierra, lejos de
tus apus ¿Crees que ellos te hubieran salvado? En fin, ahora eres parte de mis
ancestros, de mis tierras; de mi mar y aquí te encontraras con el dios de esta
tierra, se llama Naylamp.
Se sentó al lado de la tumba,
toda la tarde, recordó cuando fue a Huancayo, lloraba desconsoladamente,
gritaba, podía escucharse sus lamentos, pero nadie quería entrar a su casa.
Cuando amaneció, vio toda la
desolación en su casa, salió en busca de una vecina que tanto apreciaba porque
con su madre fueron comadres de bautizo, era Flor Fuentes que escapo a Lima
para no ser contagiada, pero tuvo que regresar para enterrar a sus hermanos,
sus hijos están a salvo en chacra colorada.
-
Doña Flor, doña – grito insistente.
-
¿Quién es? – Respondió desde adentro.
-
¡Yo! Soy Pedro doña Flor
-
Pasa hijo, adelante – sonrío con gran
entusiasmo.
-
Lo siento hijo, me acabo de enterar de todo.
-
Yo, yo solo vine para darle todos estos
animales que hay en casa.
-
¿Por qué hijito? Y...Tu ¿Qué vas hacer?
-
Para que seguir viviendo doña Flor, todo se terminó.
-
No hables así hijo.
-
Aquí están las llaves de la casa, yo no
estaré
Salió corriendo de la casa,
doña Flor trato de alcanzarlo pero se perdió entre las chacras. Se fue a Chepen
comenzó a beber licor hasta caer dormido en el suelo, luego continuaba. Su
apariencia se deformo, barba crecida, cabellos largos y sucios, su única ropa
era solo harapos, había pasado cerca de dos meses, ya nadie quería tenerlo en
su bodega, pensaron que era un demente vagabundo, le echaban agua, le
insultaban.
Andaba de pueblo en pueblo
recogiendo migajas, comiendo del corazón generoso de algunos, su rostro
demacrado aparentaba la presencia de alguien conocido, pero era difícil verlo
con claridad, porque no se acordaba ni su nombre cuando le preguntaban. Un
camión que llevaba cerdos a Lima, llevaba a Pedro quien a tanta insistencia
accedieron llevarlo.
-
Me iré a la sierra – decía con frecuencia.
En la estación de trenes,
“desamparado”, nadie quería su presencia, lloraba, insistía que fuera llevado
al valle del Mantaro.
-
Bien, súbanlo donde va el vagón de carga –
dijo un brequero.
-
Oiga, ¿a dónde vas? – dijo el brequero
-
Al valle del Mantaro – contesto despacio sin
mirarlo.
-
¿Al valle? Pero ¿A qué parte? El valle es
grande.
-
Me bajare en Ataura
-
Bien te pasare la voz.
Camino al siguiente poblado,
la tierra de su María, la tierra de sus amores, camino lento mirando de lejos
su casa, pero no se atrevía a tomar posesión, un miedo lo embargaba, solo
lloraba. Comenzó a caminar las calles como reconociendo sus huellas pasadas.
Se sentó al pie de un árbol
molle, le daba sombra a su angustiada vida, de vivir una vida que no es vida,
ausente en la dicha, de una alegría que murió ausente y lejana.
-
Haré un cambio, solo uno – hablo mirando al
cielo – mi cuerpo y alma por el de María ¡Apu me escuchas! Soy solo yo, Naylamp
me quito a María, mis hijas, mis padres, supongo que entre dioses ven la dicha
eterna de las almas, de recibir en vuestros reinos.
Comenzó a caminar sin rumbo,
sin destino, en su propia tierra. Entendió que su tiempo, su hora había llegado
entregaría su alma y su cuerpo al apu de María.
Fue entonces que un niño
había gritado toscamente:
-
¡Un loco! Mamá un loco
Doña Gertrudis, volvió la
mirada por segunda vez al viejito andrajoso.
-¡Esa mirada! ¡Esos ojos!
¿Quién? ¿Quién? – se decía una y otra vez.
-
Volvamos hijo, ya sé quién es
Corrió detrás del
desconocido, con un brillo en los ojos, una esperanza que se cristalizaba,
comenzó a gritar.
-
¡Don Pedro! ¡Don Pedro!
El viejo se detuvo sin
voltear, sus ojos se llenaron de lágrimas, sus fuentes se habían secado, pero
estas lágrimas habían nacido en ese momento para dar vida antes que el sol
muera enfermizo detrás de los cerros.
-
¡Don Pedro! – Gertrudis le cogió de la mano –
eres tu ¿verdad?
Pedro bajo el rostro como
inclinándose al suelo de María
-
Si Gertrudis, soy yo, soy Pedro – Gertrudis
le abrazo olvidándose de sus andrajos, comenzó a llorar
-
Que... ¿qué te paso? ¿por qué estas así? –
tenia mil preguntas, pero las lágrimas embargaban la alegría, la pena el dolor.
Por fin la paz embargaba su alma prestada, alejada de su María.
Gertrudis le llevo para su
casa, envío al niño que avisara a todos que Pedro ha vuelto.
La tarde enfermiza, tibia,
oscurecía, comenzó a llegar amigos, parientes, nadie creía la llegada de Pedro.
-
¡Está muerto! – decían los poblanos.
-
¡Vivo esta! – replicaban algunos.
Cuando llegaron a la casa de
doña Gertrudis vieron un árbol quebrado, un campo castigado por las frías
heladas de julio, en fin era el viejo que yacía palidecido, casi muerto.
-
Si Dios es humano – dijo pausado mirando a
todos – que sabe sentenciar con justicia a todos y sus juicios son como fuego
sobre nuestro mundo. Sus palabras fértiles como tormenta aplasta a los que más
ama, de sus suelos manan sangre y no agua, he visto a Dios dar hiel en vez de
agua, en vez de sahumerios dio humores pestilentes. Anduve entre espino y
cardos, donde mis sueños no son sueños, mis ternuras fueron dolores, lágrimas
sobre lágrimas, se ha secado la fuente de mis lágrimas. He perdonado a Dios por
haberme quitado prematuro a mi familia, ha descuartizado mi alma. He pedido
permiso al cielo para llegar con todo lo que soy. Mi corazón se inclina a las
riberas de la casa de Dios, estoy tocando el extremo más bello, inmortal en
esta tierra, con la carga de mi dolor, toco la mano de Dios, que hermosa es la
muerte.
Hubo un silencio desconocido
que embargó a todos nadie quería acercarse al viejo, solo doña Gertrudis en
paso lento llego al lecho de Pedro.
-
¡Pedro! ¡Pedrito! – insistía en el llamado
tocándole el rostro, ya era cadáver, había muerto. Cumplió su promesa al Apu de
María que juntos se irían a la eternidad, de cruzar el portal de muerte y vivir
en el más allá una vida inmortal florecida de luz, esperanzas y glorias.
-
¡Pedro ha muerto! – alguien grito.
Todos lloraban su deceso,
las mujeres tenían puesto una manta llamada pullucata de color negro traían
coca, aguardiente, velas, para pasar esa noche fría. Don Venancio había
ordenado que laven el cuerpo de Pedro y preparen el cuarto para velar el
cuerpo.
-
Será enterrado mañana mismo, su mortaja será
con la ropa Wanka, el amo mucho nuestra tierra.
Esa tarde de entierro, el
sol sangro en marzo, siendo tiempo de lluvias y truenos. Don Venancio miro
hacia el cielo diciendo:
-
Debería llover, porque el clima de tus ojos
claros ansiaba siempre la lluvia para la cementera. Ahora solea y tu cuerpo en
la sombra, en el silencio, en la tierra de tu amada María. Ahora te reúnes con
ella y los tuyos más allá de las estrellas, pero tú, Pedro no te has ido, eres
como el árbol molle que vigila nuestro pueblo y no cae, eres la estrella que
nos alumbra cada noche, eres nuestra sombra en todo tiempo. ¡Adiós! ¡adiós
Pedrito!
La noche se hizo sombra
blanca, un sueño lejano, cada uno desapareció entre las chacras, en esa noche
fría.
- Mami ya enterraron al
viejito – fue la última voz que se escuchó en la soledad de la noche.