miércoles, 18 de noviembre de 2015

                                                                 EL VIEJO




 

                                                 Moisés Asto Hinostroza



Recuerdo siempre con gran cariño épocas de lluvia en el valle del Mantaro, recuerdos ajenos, vagos, idos que embargan noches de dolor, esperanzas tras las hojas amarillas de la flor de retama. Es marzo del 78, tiempo de grandes lluvias, truenos y relámpagos arden en los cielos anunciando su poder en el valle.
El valle del Mantaro vive, se levanta tenue, sus campos brillan de estepa amarilla, única,  de  retama.
-          ¡mira mamá, un loco!  -El grito áspero y chillón de un niño despertó la curiosidad de algunos poblanos.
-          ¿calla hijo! No es un loco, es solo un viejecito. - ¡qué raro! ¿quién será? ¿de dónde será?  - Doña Gertrudis parecía reconocer ese rostro, tenía la barba muy crecida, algunos andrajos que traía como atuendo.
Era don Pedro había quedado solo en este mundo. Cuentan los pobladores que don Pedro tenía 30 hectáreas de tierra, animales en abundancia, nunca fue mezquino, contrajo nupcias con María, tuvieron tres hijas. Dicen que no tuvo hijo varón y en las fiestas patronales ofrecía sus pagos con reverencia, rogaba a tayta Dios le concediera la dicha de tener hijo varón.
Pacasmayo tierra donde nació Pedro, Vino a la sierra en los cincuentas, acompañando a un amigo de Pucara. Quedo entusiasmado, embrujado por la belleza de la naturaleza.
-          ¡Me quedo¡ - dijo con gran algarabía.
-          ¿De verdad Pedrito? - Respondió Felipe.
-          ¡Si! ¡aquí moriré, en estas tierras!.
Al día siguiente sin pensarlo más, retorno a su tierra, vendió todas sus pertenencias, se despidió de familiares y amigos.
En mil novecientos cincuenta y dos hubo crisis, el gobierno de Odria había dado golpe de Estado. Se inicia el proceso de ruralización de las ciudades y la aculturación de las poblaciones rurales, como resultado del proceso de emigración y el desarrollo de la industria, como la apertura de vías de comunicación y la penetración del modo de producción capitalista en el interior mientras la población serrana iba a la costa, Pedro se instalaba en el valle del Mantaro. Le había comprado las tierras a un hacendado. Levanto la voz mirando su valle dijo:
-          Hay que hacer barbecho para sembrar, necesito bueyes, toros, vacas, carneros, cerdos, gallinas, en fin haré mi granja – saltando de alegría, gritaba, se reía y tiraba su gorro al aire frio del valle.
-          ¡Un momento! – dijo para sí solo – no tengo casa, tengo que hacer una, como en mi tierra, así será – contrato ocho peones de Sapallanga, les habría dicho:
-          traigan a sus familiares, vivirán conmigo, les daré a cada uno su parcela, no les faltara nada. - Gracias patroncito – dijeron con la cabeza en el suelo.
Cuando termino su casa hacienda, invito a los pocos vecinos de la zona, preparo su plato preferido, seco de cabrito. Dicen que mando traer cincuenta cabezas para su safacasa. Adultos y niños comieron hasta saciarse, el teniente, Alcalde lo felicito públicamente:
-          ¡Señores! Debo agradecer a don Pedro Aponte primero porque es nuestro vecino, segundo es nuestro hijo predilecto en nuestro valle. Con poblanos demos tres vivas por nuestro vecino Pedro: ¡Que viva don Pedro! - ¡Que viva! – Repitieron tres veces, luego siguieron tomando la chicha de maíz morado.
La tarde moría lento entre los cerros del valle, cada uno se retiraba para sus casas, agradeciendo por un banquete que nunca habían probado  - Estaba muy rico taita – le decían.
Después de dos años, don Pedro producía papas, maíz, habas, cebolla, nabo y los vendía en el mercado de Huancayo.
Fue un domingo de Abril, toda la población se reunió por la convocación popular del teniente Alcalde, en la pequeña glorieta de la plaza se sentaron hombres y mujeres, escuchando con atención a la Autoridad del pueblo.
-          Conciudadanos, los he reunido a todos porque nos urge tener nuestro canal de irrigación, que nos beneficiara a todos - ¡Si, si! – Gritaban con alegría en la pequeña plazoleta - Entonces, empezamos mañana mismo, porque son diez kilómetros de largo, será la primera etapa, la segunda, lo haremos el mes próximo para asfaltar con cemento - ¿Podemos hacer el trabajo por cuarteles? – Grito entre la multitud don Genaro - ¡Sí! – Grito Venancio – recuerden que serán quince días seguidos ¿quién nos cocinara?
-          El cuartel seis puede encargarse de los alimentos – dijo dona Gertrudis – solo que nos den alimentos y nosotros haremos el resto.
El día lunes, primer día de faena comunal, todos empezaron a cavar la zanja. Eran 12:30 del mediodía,  doña Carlota grito tocando la tapa de la olla con el cucharón:
-¡A comer! ¡Vengan todos! – Gritaba desde una pequeña loma.
Todos se sentaron en la era, tendieron sus mantas en el suelo, pusieron papa sancochada, sal, queso, ají. Primero pasaron la sopa de morón, luego fue el olluco con charqui  - ¡Que rico! – Dijo Pedro saboreando su comida cogió su plato camino mirando el paisaje hacia el río Mantaro.
-          ¡Que hermoso! ¿verdad? – le dijo a una joven que estaba sentada sobre una piedra - ¡Sí! El valle es hermoso, lleno de árboles y retamas. Se sentó a lado de ella y la miro una y otra vez  - Pedro, me llamo Pedro, Pedro Aponte - yo, María Reynaga – dijo con una sonrisa amigable.
Esa noche, Pedro subió a su terraza y miro las estrellas, diciendo una y otra vez
-          ¡Señor!  Es hermosa, sus cabellos son castaños, de ojos claros, su piel blanca. Te pido para mi Señor, por favor concédeme la gracia que ella será mía.
Al día siguiente Pedro busco a María, la vio en la quebrada, sacaba piedras.
-          Te ayudo María – le dijo tomándole de las manos - además este trabajo es un poco fuerte – era el hombre más feliz, no quería que el día terminase, su corazón tenia que ser de ella. Habían conversado de todo, Pedro le habría invitado a dar un paseo por Huancayo. Pero María le dijo que era imposible sin el consentimiento de los padres - No somos novios Pedro, que dirán mis padres - En la costa es diferente María, hacemos amistad saliendo a tomar el te en la noche frente a nuestra playa - Aquí es un escándalo, todos murmurarían - Pedro – dijo María con miedo - Dime Mary, te escucho – le dijo mirándole a los ojos - Aquí en las sierras, Ayacucho y Huancavelica los comuneros hacen unir a sus parejas en lo que ellos llaman el Sirvinacuy - ¡Sirvinakuy!, ¿Qué es eso Marita? – dijo sorprendido.
-          Antes de casarse, la pareja tiene una convivencia de marido y mujer, les dan un plazo determinado, si no se entienden se separan.
-          ¡Así de fácil! – Dijo con asombro mirando al río Mantaro - ¿Y qué del amor? ¿No cuenta eso? ¿Si tienen hijos? ¿Qué de ellos?
-          Así es nuestra cultura serrana, es la practica andina de nuestros antepasados- Pero mi tierra es diferente, uno ama de verdad, y si los viejos de la mujer no quieren esa relación, los hombres las raptan -¿Raptan? – María interrumpió con sus ojos grandes -¡Si! El hombre se la lleva lejos, a otro pueblo sin que nadie sepa del paradero, luego se casan en algún municipio, quizá se embarace; posteriormente vuelven a sus padres, ya no pueden hacer nada, están casados y con hijo, solo les queda aceptarlos y viven bien, tanta vaina por eso, ¿No crees? - Y ¿Tu Pedro como te casaras? – Dijo con tristeza mirándole a los ojos.
Pedro bajo el rostro al suelo, voló con sus pensamientos a esa eternidad, se decía: he atrapado el tiempo, tengo entre mis manos esa luz tenue, es Dios concediéndome la dicha de ser feliz al lado de mi Mary. Abriré mi corazón a las estrellas y encontrare mi libertad, de ese mundo prestado - Pedro en que piensas – interrumpió sus sueños, le dijo con suma delicadeza tocándole las manos.
-          Marita – le miro a los ojos – Marita si me aceptas quiero ser tu novio, tu esposo, quiero envejecer a tu lado, tener nuestros hijos ¿Qué dices? - ¡Si! ¡si! Pedrito, acepto tu propuesta - ¡Bien! – grito con algarabía – la abrazo con ternura, con pasión; la beso mil veces en el rostro.
-          Y ¿Cuándo les hablaras a mis padres?
-          Si quieres hoy mismo pido tu mano
-          ¿De verdad Pedrito? – sus ojos brillaban de felicidad
-          Me esperaras mañana, iré al medio día para almorzar, llevare mis presentes.
-          Pedrito, papito, si mis padres te aceptan iremos los dos con tayta Venancio para que nos case frente a nuestros Apus.
-          ¿Apus? ¿Qué es eso Marita? - El Apu es el cerro principal de nuestro pueblo, es un dios que cuida de nuestros ganados, de la cosecha y nos libra de los abigeos y ladrones - ¿Es cierto esto? -Si
María le narro la misma historia que Pedro sabia respecto a la llegada de los Españoles imponiéndoles las cruz y la espada, cambiándoles sus Apus, sus pacarinas por santos con nombres de hombres y pusieron una cruz en vez de los Apus en cada cerro y los obligaron a bailar, adorar y celebrar cada año las fiesta patronales, pero en las noches todos los campesinos llevan sus pagos y ofrecen a sus Apus para que les vaya bien - Entonces esto es dualismo religioso - Lo que sea Pedrito, pero, después que nos presentemos ante nuestro Apu, luego iremos a las autoridades del pueblo para casarnos conforme a sus costumbres - Bien, bien, así será
Para Pedro era todo extraño, pero se fue corriendo, saltando gritando con algarabía que Dios le había dado a su María.
Esa noche llamo a todos sus peones, Pedro los trataba como si fuera de la familia.
-          Antonio, llama a todos, cada uno venga con su esposa y tú también.
-          Si don Pedrito, ahorita voy -  salió corriendo con asombro, preguntándose ¿para qué será?
-          Alcides, Luciano, José, Severino, Agustín, Rosendo, vengan todos con sus mujeres que el patrón quiere hablarnos
-          Pasen, pasen, por favor siéntense, tengo algo que decirles
-          ¿Qué es don Pedrito? – dijo Antonio
-          Amigos, quiero compartir con ustedes mi felicidad
-          Si patroncito – gritaron en coro
-          No me digan patrón, solo Pedro
-          Si Pedrito, dinos cuál es esa felicidad – dijo Alcides
-          Me voy a casar
Todos se levantaron y en coro gritaron que era tiempo que los niños corran por la casa y que no querían verlo solo, sobre todo en las noches.
-          ¿Con quién Pedrito? – dijo Rosendo - ¡Ah! Me olvide. Es con María - ¡la hija de don Felipe Reynaga! – sonriendo dijo José - La misma.
-          Bien Pedrito, te mereces esa mujer, y bien por ella
-          Ahora quiero que me ayuden, mañana iré y pediré la mano a sus padres  llevaremos algo, tal vez un chancho asado,  un carnero y bastante chicha ustedes irán conmigo, son mi única familia - Nos haces un gran honor al decir eso Pedrito – lloro tierno y suave Agustín.
Todos se abrazaron, rieron y lloraron. Sobre todo las mujeres que abrazaron con gran ternura a Pedro.
-          Hoy mismo mataremos al chancho y el carnero y mañana temprano lo cocinaremos – dijo con gran entusiasmo Severino.
-          Yo preparare la chicha – dijo Margarita – nosotros también ayudaremos – gritaron las demás mujeres.
-          Pedrito – dijo Agustín – y ¿A su prometida no se le dará nada?
-          ¡Claro! ¡claro! El aro, como  olvide este detalle, gracias Agustín - Patroncito mañana temprano ensillo los caballos yo le acompaño para Huancayo, sobrado estamos de vuelta para medio día - No sé qué haría sin ustedes.
En la carreta jalada por dos mulas subieron todas las mujeres, el exquisito manjar y los hombres iban montados cada uno en su caballo.
-          Como en mi tierra – decía Pedro – así debe ser. Tocaron la puerta, era una vieja aldaba colonial, le daba un aire de respeto a esa casa. Después de tres toques abrió el padre de María.
-          Buenas tardes caballeros, por favor pasen – dijo pausado y seguro.
-          Gracias don Felipe – dijo Pedro estrechando su mano algo que vio sorprendido don Felipe, era que los peones de Pedro, venían vestidos no como Huancaínos, sino con el tono norteño, traían sombreros blancos,  grandes, cada uno con un caballo ensillado y sus mujeres traían el traje norteño, el trato no era de patrón a peón, era algo familiar.
-          Don Felipe – dijo Pedro con tono suave – estoy muy agradecido a Dios por haber conocido a María y su digna familia, vengo con mis amigos que son mi única familia, traemos nuestro respeto a su digna casa y con ese mismo respeto que usted y su esposa me merecen, quiero pedirle la mano de su hija María, prometo serle fiel, amarla hasta que la muerte nos separe y respetarla como debe ser.
-          escuche muchas cosas buenas de ti Pedrito, he visto cómo has surgido en tierras extrañas, tratas bien a tus peones como tu familia, esto me dice que mi hija estará en buenas manos, en quechua mando a su mujer diciéndole que venga María y todos sus hermanos. Luego María ingresaba a la sala, su presencia vislumbro a Pedro y todos los presentes, era realmente muy hermosa.
-          María – dijo enérgico y suave don Felipe – este caballero ha venido hoy para pedirme tu mano y yo como tu padre veo lo mejor para ti, doy consentimiento para que te cases hija.
-          Gracias papito – salto de alegría María y abrazo a su padre.
-          Bien Pedro te entrego mi hija delante de mi familia,  de tu familia, espero que la respetes y cuides.
-          Gracias don Felipe – estrecharon las manos y un abrazo fuerte – no lo defraudare como yerno.
-          José bajen todo lo que trajimos, hoy hay fiesta en esta casa.
-          El almuerzo era risa, canto y baile. Gran algarabía reinaba en esa casa.
-          Marita, mi cielo, vamos a fuera un instante – dijo Pedro le hizo montar en su caballo blanco y se la llevo cerca del rio Mantaro.
-          Mi amor, toma este anillo de compromiso, con esto sello mi pacto hacia ti.
Le tomo la mano derecha,  le puso el anillo y sello con un beso frente al río ante la muerte de ese sol  que se hunde  entre las montañas. Te amo le decía una y otra vez besándola, ella le respondía que lo amaba, le abrazaba. Eran el uno para el otro.
-          Mi amor – le dijo María – tenemos que fijar la fecha para hacer nuestro pago con el Apu – Fija tú la fecha mi amor - Tiene que ser en luna llena, a fines de mayo subiremos al cerro con taita Venancio.
Llego el día tan esperado, subieron los tres al cerro cuando llegaron a la cima, extendieron mantas en el suelo pusieron con cuidado, charqui, chicha morada, frutas, coca, papa seca.
Venancio era considerado como el padre del pueblo, una especie de cacicazgo que velaba a la población  en las fiesta patronales, el dirigía las promesas de un mayorazgo de valores, desarrollo y productividad, también era una especie de sacerdote, solo que servía al Apu. Venancio rezo en quechua:
Taita Apu, estamos aquí, frente a ti, quiero que bendigas a esta pareja. Con toda la grandeza de tu protección y que crezcan en salud, sus chacras y ganados sean guardados, sobre todo tengan hijos sanos.
Dice que don Venancio estaba con unas ropas que le daba una presencia se sacerdote de alguna cultura Inca, Maya o Azteca, rezo en quechua y Pedro no entendía nada. Don Venancio saco un cinto de su alforja unió sus manos bendiciendo sus vidas; Pedro habría dicho ante los Apus:
-          Te amare toda la vida,  no buscare nada más de lo que encontré.
Luego tomaron una chicha de siete semillas, comieron la carne seca. Don Venancio cogió el carnero tierno, era macho, sacrifico el animal, tomo sangre en un recipiente y hecho a los cuatro nudos, a los cuatro vientos ofreciendo pago al Apu y lo demás los enterró rezando,  agradeciendo.
Eran tiempos de cosecha en el valle, tiempo de sol. A pesar de toda la crisis nacional, Pedro llamaba a la comunidad y podía traer ayuda del norte. Los sesenta Chimbote se volvía en un imperio por la pesca, todos estaban bien económicamente.
-          Me entere que muchos se están yendo a la costa, créanme, los yanquis, los costeños no tratan bien a los serranos, muchos de ellos no tienen otras habilidades, solo para el trabajo de fuerza, eso de cargar bultos, los echaran, por eso los explotan – hubo silencio en toda la población.
-          Entonces que haremos, la crisis nos aplasta – dijo un vecino
-          ¡Trabajar! Yo pedí ayuda a mis amigos de Chimbote no me fallaran, mientras tengamos esa ayuda, viajare a mi tierra para vender nuestros productos o en Lima mismo buscare compradores, solo les pido una cosa, entre nosotros no debe haber egoísmo, envidia, eso nos divide, seamos una familia entre nosotros - ¡Sí! – grito un jovencito - ¡Si! ¡si! – se repitió el coro con todos los campesinos - ¡Que viva don Pedro! - ¡¡Que viva!!
Cuentan que en aquellos años de los cincuenta, tener un caballo era de un hombre con mucho dinero, la mayoría se iba con su burrito llevando sus compras, otros se iban a Huancayo caminando, por el camino real.
Pedro se alistaba para su matrimonio con las autoridades de su pueblo. Ese día salieron de viaje para Huancayo, él iba montado en su corcel blanco, María iba en un potro marrón y con ellos iban Rosendo, Alcides y José, que llevaban una carreta jalado por dos mulas. La feria en Huancayo era sábado y domingo, había carpas donde vendían su producto, por en medio de la calle real pasaba un canal de agua, se podía observar a los costados de la plaza gran cantidad de burros, mulas, algunos caballos casi todo era como medio de transporte o para carga.
Es setiembre. Se casaron para cumplir con las formalidades del caso. Vino el cura de Concepción trayendo a dos monaguillos. Que todos vengan a la fiesta, hay comida de sobra. Habría dicho Pedro – una sola vez se casa, así que todos comeremos igual, y luego bailaremos, porque con nuestra alegría, nuestras risas ahuyenten a los malos espíritus que traen desanimo, pobreza, envidia, seremos un pueblo progresista.
Todos traían sus regalos, lo llamaban la palpa, el gobernador hizo una manifestación que agrado a la población.
-          ¡Señores! Don Pedro nos ayudará para la electrificación de nuestra zona, traerá un motor para dar luz que tanta falta nos hace.
-          ¡Que viva por siempre don Pedro! – Todos corearon las vivas con gran algarabía.
La familia de Pedro vino días antes para la boda. Josefina madre de Pedro, don Alberto el padre, su hermano menor Fernando y tres amigos íntimos de Pedro.
En la boda todos comieron, bailaron todas las danzas que había en la serranía, también bailaron el tondero, la marinera. Música alegre con otro mensaje pero igual todos lo aceptaron y aprendieron a bailar sobre todo los jóvenes.
Ya era las cinco de la tarde, muchos se despedían de María y Pedro.
Cuentan que prepararon quince hornos para hacer pachamanca a parte hicieron el arroz con pato, chicha de jora y de maíz.
La década de los sesenta fueron de gran agitación, había ocurrido grandes cosas en Perú y el mundo. Un candidato a la presidencia cabalgando  en caballo pueblo por pueblo anunciando el progreso de los pueblos, de volver al Ayni, la Minka; ese señor  es el arquitecto Fernando Belaunde Terry.
-          Señor – le habría dicho Pedro – la vía que une la sierra con la selva es por Comas, Andamarka y Satipo ¿Cree Usted que llegando al poder puede ampliar esa carretera? - Haré una obra más grande – dijo sereno y pausado - ¡Más grande Señor! ¿Cuál será Señor? - La marginal.
Cuando llego al poder, cumplió su promesa. La marginal de la selva.
Más tarde un militar lo destituyo del poder, hizo golpe de estado. El general Velasco Alvarado, dio una manifestación como ley: “la tierra es para quien la trabaja” la serranía no estaba preparada para cambios como este, de un día para otro, la falta de capacitación hizo que se perdiera millones de soles, muchas haciendas se cerraran, en vez de crecer productivamente los ganados, disminuyeron, la producción de cereales, legumbres y otros de pan llevar.
Los setenta, un país agitado, le nació su tercera hija.
-          ¿Porque Dios no me da hijo varón? – replicaba en su altar pero su gozo era igual, amaba mucho a su María y sus tres hijas.
Dejo encargado a los padres de María la administración de la hacienda y los muchachos que consideraban sus amigos más que peones.
Viajo con María y sus tres hijas: Flor, Margarita y Elena. Era un viaje muy largo y duro. Llegaron a Pacasmayo en diez días. La situación de los hacendados en todo el norte, en la sierra de Ancash llegaban noticias que los campesinos habían matado, encerrado, ajusticiado a sus patrones, se comieron sus reses, y se apoderaron de sus tierras. El padre de Pedro le había manifestado que tenía tierras por recuperarlas, no podía viajar por estar enfermo. Al día siguiente Pedro se fue solo. Su viaje a Ancash demoro cinco meses, logro recuperar parte de las tierras de su padre, negocio con los campesinos se abrieron cooperativas, SAIS Túpac Amaru entre otros que los mismos campesinos lo administraban. Cuando llego  a Chimbote, había desolación, pese al poderío económico que había, se escuchaba en todas las noticias que habían matado a un empresario pesquero.  El primero de enero de mil novecientos setenta idos fue asesinado en su casa de campo en Chaclacayo a los 42 años. Fue sepultado en el Cementerio de El Ángel de Lima. Luis Banchero Rossi, llegó a primeras horas de la mañana a su casa acompañado de su secretaria, Eugenia Sessarego, una mujer atractiva e inteligente con la que el magnate sostenía una estrecha relación. El tercer personaje aparece ante ellos poco después. Juan Vilca, jardinero de la casa, se ha decidido. Durante el largo juicio que siguió a este caso, el jardinero alegó dos motivos principales para asesinar a Banchero: su fealdad era algo que ya no podía resistir, quería dinero para hacerse la cirugía plástica y cambiar su rostro; la segunda razón era su pasión por Eugenia Sessarego, a quien contemplaba ansioso desde hacía mucho tiempo. A esto se sumó el duelo en muchas partes, la tifus había matado a muchas personas, sobre todo,  era contagioso y se esparcía rápido. Tomo un pequeño bus carguero que se dirigía para Chepen.
-          Paisano, llévame pa’ Pacasmayo – dijo con tono norteño - Sube paisa, acomódate detrás - Gracias paisa.
Cuando llego no había nadie en la casa, toco la puerta insistentemente, solo vio un mechón negro, en la casa se respiraba ese olor a muerte
-          ¡! Que!! – dijo con asombro y comenzó a gritar desesperado.
-          ¡María mi amor!  hijas, Margarita, Elena, Flor, ¿Dónde están? Respondan.
Por el camino se encontró con un vecino que iba presuroso.
-          Amigo, ¿Dónde están todos? - ¿Dónde has estado paisa? Casi toditos han muerto o están enfermos - ¿De, del tifus? - Si paisita, ahorita están en la casa comunal porque en todas las casas fumigaron para que la peste se vaya.
-          ¿Dónde está la casa comunal? – Vamos,  pa’ allá voy.
Alrededor de la casa comunal había carpas del hospital, médicos, enfermeras, todos los muertos eran enterrados lo más pronto posible para evitar la epidemia, busco desesperadamente  en silencio a María y sus hijas. Entre toda esa multitud, de personas quejándose de fiebre alta, vio a un costado a María, deliraba, transpiraba, la abrazo, la beso en todo el rostro.
-          Marita, mi amor, soy yo, contéstame. Una enfermera se acercó rápidamente:
-          Oiga señor, salga de aquí inmediatamente, esa señora tiene tifus, lo va a contagiar - ¡Tifus!  - dijo tembloroso - Por favor salga de aquí.
-          Estoy buscando a mis hijas, mis padres - Si no están aquí, es que están enterrados, busque la relación en la oficina central. Pedro se desesperó, salió corriendo, no podía creer todo esto
-          ¡No! ¡no! No puede ser – gemía su dolor. Busco la larga lista entre toda la gente que había allí, un joven le dirigió la palabra.
-          Señor busca a un pariente -  si mis padres e hijas - ¿Cómo se llaman? - Alberto, Alberto Aponte, mi madre Josefina Jiménez - ¡Alberto Aponte! ¿Es tu padre? – Dijo sorprendido – entonces, ¿Tu eres Pedro? - Sí, sí
-          Lo siento, tu padre murió hace cinco meses atrás yo estuve en el entierro, al mes murió tu mamá,  dicen de paro cardiaco - ¡No, no puede ser cierto¡ se apoyó en la pared, comenzó a llorar lento y angustioso.
-          Pedrito, se fuerte – le abrazo tiernamente - Y, mis hijas ¿sabes dónde están?
-          ¿tus hijas? ¡Pedro que no sabes! - Ellas fueron contagiadas con el tifus.
Se arrodillo en medio de la plaza, su vida se quebraba lento y moribundo, había perdido todo. Fue a su casa, recordó su infancia, la muerte rondaba por todas partes. Esa noche se sentó frente a la plaza, nada era igual, nada tenía, nada le ataba. La ciudad era llanto, gemidos de dolor por la pérdida de lo que más se ama.
El mar traía su propio mensaje, sus olas débiles, alejadas de no comprometerse con el mundo de los humanos.
El sol era tierno, nacía moribundo. Pedro se levantó de la arena y corrió a la casa comunal.
-          Llevare a María a la casa – deliraba mientras corría – ella no morirá allí, la salvare.
Entro burlando al vigilante que yacía dormido, busco incesante a su María estaba casi al fondo. La alzo entre sus brazos y camino lento hacia la puerta, cuando escucho un grito:
-          ¡Oiga! Usted, ¡Qué hace? – Era el vigilante - ¿Qué está haciendo?
Hizo sonar su silbato, mientras detenía a Pedro, luego se escuchó pasos que corrían desde la otra habitación eran dos enfermeras y un asistente de médico, se quedaron intrigados al ver a Pedro cargado a su esposa.
-          ¿Qué hace señor? ¿usted no sabe que todas estas personas están en cuarentena para no contagiar al resto de la población?
-          Lo sé, si se – respondió con agonía.
-          Entonces ¿Qué hace? Replico la enfermera.
-          Ya perdí a toda mi familia, no puedo perderla a ella.
-          La perderá si se la lleva, aquí estará mejor.
-          Usted sabe que no es así, ella estaba al fondo, donde ya no tienen cura, se morirá.
Hubo un silencio entre todos, que fue interrumpido por una melancolía que nacía de la angustia de la desesperanza.
-          Por favor, déjenme llevarla conmigo, bajo mi responsabilidad – lloraba de impotencia, angustia y dolor.
Se miraron entre ellos, que decisión tomar en casos como este
-          Bien, la suerte está echada, será bajo su responsabilidad – dijo la enfermera.
Le proveyeron de algunos medicamentos y todas las recomendaciones del caso.
-          ¡Suerte! – Dijo el ayudante del médico.
-          Gracias – mirando a todos se fue sin voltear.
Lucho incansable, le dio de todo. Sus vigilias para darle agua, cambiándole el paño húmedo de la frente pero su fiebre alta término matándola en seis días angustiosos.
Se arrodillo gritando la ausencia de Dios en esta soledad de quitarle a su familia, sobre todo a su María.
La enterró en el jardín de su casa, sin rezos, ni cantos, menos de plañideras. Cuando termino de poner una pequeña cruz dijo:
-          Estas mi tierra que no es tu tierra, lejos de tus apus ¿Crees que ellos te hubieran salvado? En fin, ahora eres parte de mis ancestros, de mis tierras; de mi mar y aquí te encontraras con el dios de esta tierra, se llama Naylamp.
Se sentó al lado de la tumba, toda la tarde, recordó cuando fue a Huancayo, lloraba desconsoladamente, gritaba, podía escucharse sus lamentos, pero nadie quería entrar a su casa.
Cuando amaneció, vio toda la desolación en su casa, salió en busca de una vecina que tanto apreciaba porque con su madre fueron comadres de bautizo, era Flor Fuentes que escapo a Lima para no ser contagiada, pero tuvo que regresar para enterrar a sus hermanos, sus hijos están a salvo en chacra colorada.
-          Doña Flor, doña – grito insistente.
-          ¿Quién es? – Respondió desde adentro.
-          ¡Yo! Soy Pedro doña Flor
-          Pasa hijo, adelante – sonrío con gran entusiasmo.
-          Lo siento hijo, me acabo de enterar de todo.
-          Yo, yo solo vine para darle todos estos animales que hay en casa.
-          ¿Por qué hijito? Y...Tu ¿Qué vas hacer?
-          Para que seguir viviendo doña Flor, todo se terminó.
-          No hables así hijo.
-          Aquí están las llaves de la casa, yo no estaré
Salió corriendo de la casa, doña Flor trato de alcanzarlo pero se perdió entre las chacras. Se fue a Chepen comenzó a beber licor hasta caer dormido en el suelo, luego continuaba. Su apariencia se deformo, barba crecida, cabellos largos y sucios, su única ropa era solo harapos, había pasado cerca de dos meses, ya nadie quería tenerlo en su bodega, pensaron que era un demente vagabundo, le echaban agua, le insultaban.
Andaba de pueblo en pueblo recogiendo migajas, comiendo del corazón generoso de algunos, su rostro demacrado aparentaba la presencia de alguien conocido, pero era difícil verlo con claridad, porque no se acordaba ni su nombre cuando le preguntaban. Un camión que llevaba cerdos a Lima, llevaba a Pedro quien a tanta insistencia accedieron llevarlo.
-          Me iré a la sierra – decía con frecuencia.
En la estación de trenes, “desamparado”, nadie quería su presencia, lloraba, insistía que fuera llevado al valle del Mantaro.
-          Bien, súbanlo donde va el vagón de carga – dijo un brequero.
-          Oiga, ¿a dónde vas? – dijo el brequero
-          Al valle del Mantaro – contesto despacio sin mirarlo.
-          ¿Al valle? Pero ¿A qué parte? El valle es grande.
-          Me bajare en Ataura
-          Bien te pasare la voz.
Camino al siguiente poblado, la tierra de su María, la tierra de sus amores, camino lento mirando de lejos su casa, pero no se atrevía a tomar posesión, un miedo lo embargaba, solo lloraba. Comenzó a caminar las calles como reconociendo sus huellas pasadas.
Se sentó al pie de un árbol molle, le daba sombra a su angustiada vida, de vivir una vida que no es vida, ausente en la dicha, de una alegría que murió ausente y lejana.
-          Haré un cambio, solo uno – hablo mirando al cielo – mi cuerpo y alma por el de María ¡Apu me escuchas! Soy solo yo, Naylamp me quito a María, mis hijas, mis padres, supongo que entre dioses ven la dicha eterna de las almas, de recibir en vuestros reinos.
Comenzó a caminar sin rumbo, sin destino, en su propia tierra. Entendió que su tiempo, su hora había llegado entregaría su alma y su cuerpo al apu de María.
Fue entonces que un niño había gritado toscamente:
-          ¡Un loco! Mamá un loco
Doña Gertrudis, volvió la mirada por segunda vez al viejito andrajoso.
-¡Esa mirada! ¡Esos ojos! ¿Quién? ¿Quién? – se decía una y otra vez.
-          Volvamos hijo, ya sé quién es
Corrió detrás del desconocido, con un brillo en los ojos, una esperanza que se cristalizaba, comenzó a gritar.
-          ¡Don Pedro! ¡Don Pedro!
El viejo se detuvo sin voltear, sus ojos se llenaron de lágrimas, sus fuentes se habían secado, pero estas lágrimas habían nacido en ese momento para dar vida antes que el sol muera enfermizo detrás de los cerros.
-          ¡Don Pedro! – Gertrudis le cogió de la mano – eres tu ¿verdad?
Pedro bajo el rostro como inclinándose al suelo de María
-          Si Gertrudis, soy yo, soy Pedro – Gertrudis le abrazo olvidándose de sus andrajos, comenzó a llorar
-          Que... ¿qué te paso? ¿por qué estas así? – tenia mil preguntas, pero las lágrimas embargaban la alegría, la pena el dolor. Por fin la paz embargaba su alma prestada, alejada de su María.
Gertrudis le llevo para su casa, envío al niño que avisara a todos que Pedro ha vuelto.
La tarde enfermiza, tibia, oscurecía, comenzó a llegar amigos, parientes, nadie creía la llegada de Pedro.
-          ¡Está muerto! – decían los poblanos.
-          ¡Vivo esta! – replicaban algunos.
Cuando llegaron a la casa de doña Gertrudis vieron un árbol quebrado, un campo castigado por las frías heladas de julio, en fin era el viejo que yacía palidecido, casi muerto.
-          Si Dios es humano – dijo pausado mirando a todos – que sabe sentenciar con justicia a todos y sus juicios son como fuego sobre nuestro mundo. Sus palabras fértiles como tormenta aplasta a los que más ama, de sus suelos manan sangre y no agua, he visto a Dios dar hiel en vez de agua, en vez de sahumerios dio humores pestilentes. Anduve entre espino y cardos, donde mis sueños no son sueños, mis ternuras fueron dolores, lágrimas sobre lágrimas, se ha secado la fuente de mis lágrimas. He perdonado a Dios por haberme quitado prematuro a mi familia, ha descuartizado mi alma. He pedido permiso al cielo para llegar con todo lo que soy. Mi corazón se inclina a las riberas de la casa de Dios, estoy tocando el extremo más bello, inmortal en esta tierra, con la carga de mi dolor,  toco la mano de Dios, que hermosa es la muerte.
Hubo un silencio desconocido que embargó a todos nadie quería acercarse al viejo, solo doña Gertrudis en paso lento llego al lecho de Pedro.
-          ¡Pedro! ¡Pedrito! – insistía en el llamado tocándole el rostro, ya era cadáver, había muerto. Cumplió su promesa al Apu de María que juntos se irían a la eternidad, de cruzar el portal de muerte y vivir en el más allá una vida inmortal florecida de luz, esperanzas y glorias.
-          ¡Pedro ha muerto! – alguien grito.
Todos lloraban su deceso, las mujeres tenían puesto una manta llamada pullucata de color negro traían coca, aguardiente, velas, para pasar esa noche fría. Don Venancio había ordenado que laven el cuerpo de Pedro y preparen el cuarto para velar el cuerpo.
-          Será enterrado mañana mismo, su mortaja será con la ropa Wanka, el amo mucho nuestra tierra.
Esa tarde de entierro, el sol sangro en marzo, siendo tiempo de lluvias y truenos. Don Venancio miro hacia el cielo diciendo:
-          Debería llover, porque el clima de tus ojos claros ansiaba siempre la lluvia para la cementera. Ahora solea y tu cuerpo en la sombra, en el silencio, en la tierra de tu amada María. Ahora te reúnes con ella y los tuyos más allá de las estrellas, pero tú, Pedro no te has ido, eres como el árbol molle que vigila nuestro pueblo y no cae, eres la estrella que nos alumbra cada noche, eres nuestra sombra en todo tiempo. ¡Adiós! ¡adiós Pedrito!
La noche se hizo sombra blanca, un sueño lejano, cada uno desapareció entre las chacras, en esa noche fría.
- Mami ya enterraron al viejito – fue la última voz que se escuchó en la soledad de la noche.


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