miércoles, 9 de diciembre de 2015

EL FANTASMA VERDE


MOISÉS ASTO HINOSTROZA

A-    Amira, por arrancarme cada día una sonrisa

                                                                                                                                         I

Lejana y tardía viene a mí los destellos de un recuerdo imborrable, me embarga de dolor y lágrimas. Allí murió trágicamente Arturo. También, la selva se llevo a mi adorable Isabel.
Arturo me llevo a su mundo, su sueño, su vida, y una gloria que no pudo conquistar porque su selva se lo llevo prematuro, sin darle chance a su vida que recién despertaba como las eternas claridades. 

Arturo iba todos los días con su bicicleta a la escuela y de regreso a casa me llevaba consigo, se reía a carcajadas porque a los otros chicos les rebasaba y se quedaban picones metros atrás; en el camino me hablaba mucho de la selva, había viajado muchas veces con su cuñado y algunas veces con su hermana.

Ese mayo del setenta había viajado por primera vez a Chanchamayo. Esa tarde de sol tenue, casi agonizante, me apoderé del fantasma verde de la selva.
- ¡Nos vamos el sábado! – le dije tomándole de los hombros.
- ¿De verdad? Dijo incrédulo, pero sonreía
- Vienes a mi casa a las cinco de la tarde, te estaré esperando.
- Allí estaré – se fue, silbando un huayno ayacuchano.

El miércoles jugábamos en la escuela el fútbol esperado por los muchachos de secundaria, Arturo no estaba, faltó ese día, era buen delantero, hacía goles de buena factura, y lo extrañaron por los goles que hacia. Yo estaba en el arco, siempre venían a casa para jugar en ese puesto. Un atacante del equipo pateó con violencia el balón al arco que yo custodiaba; la pelota chocó en el poste y fue a parar al río Mantaro, las aguas corrían con intensidad y fue imposible recuperarla. Todos, desesperados, intentamos alcanzarla, mientras los chillidos de un compañero consternaban el ambiente.
- ¡Gabriel, está cerca de ti, atrápalo con ese palo! - Traté de alcanzarlo, tropecé con una piedra cayendo al río, la corriente me arrastró rápidamente entre las piedras melosas del río que me golpeaba casi todo el cuerpo.
-¡Arrójenle algo! tiren chompas haciendo nudos para que se agarre – gritaba Alberto Aponte, un chico de Quinto de Secundaria. Las muchachas de mi salón lloraban corriendo por el borde del río, como acompañándome en este sufrimiento.
-¡Gabriel! ¡Gabrielito! Resiste, aguanta un poco te sacarán

Me dicen que el río me había arrastrado unos ciento cincuenta metros, a veces desaparecía y luego salía. Cerca de allí había un puente, un joven descendía con una soga, entre todo el bullicio alcance escuchar:
-¡Mario! Mario sino lo agarras en esto, adiós al muchacho! –              
Me gritaba desesperado, apenas podía oírlo y ver sus gestos de que me cogiera de sus manos. Cuando llegué junto a él, me cogió de mis tirantes, luego me abrazó para que no me soltara, yo había perdido el conocimiento, sangraba mi nariz y tenía el rostro golpeado por las piedras del río.
-¡Gabriel! – gritaba una y otra vez
-¡Está muerto! Ayúdenme, jálenme –gritaba con desesperación.
Alguien tocó mi pulso y gritaron:
-¡Está vivo! –gritó con euforia y todos aplaudieron, me llevaron al hospital. Esa noche vino Arturo sin decir nada, sus voces atrapadas en ese silencio austero dijo: 
Casi te vas sin mí – dijo entrecortado
- Nos iremos a la selva – le respondí taciturno
- Lo sé – dijo mirando al suelo
No hablamos por un instante, mirándome a los ojos rompió el silencio
- Sabes quién te salvo?
- no -
- fue Ricardo
- ¿El que está en Quinto?
- El mismo, le debes la vida
- Algún día le devolveré con creces. La vida es prestada, en fin somos solo aves de paso.

Esa tarde del sábado Arturo partía a Chanchamayo, yo estaba en cama con fiebre alta.
- Espérame – le dije con agonía bastarda
- ¿Vendrás? preguntó con tono melancólico
-¡Sí!, te alcanzaré en la Merced y de allí iremos con bote hasta el puerto Yurinaki.
Sus ojos brillaron de esperanzas, penas; solo sonrió como siempre, incrédulo y distante.
-¿Cuándo vendrás Gabriel?
-El martes, tu sabes, si digo algo así debe ser, el martes estoy contigo
-Te esperaré en el restaurante de doña Flor, ¿seguro que estarás para las cinco de la tarde?
-Dile que guarde mi pollo con arroz, es mi plato favorito,  allí me encontrarás
-bien -dijo taciturno – solo cuídate – me abrazó sin decir nada, se fue como las nubes de otoño. Camino mirando hacia el suelo frío del hospital, levante mis brazos para despedirme pero Arturo no volteo solo camino lánguido y pausado, en silencio. Esa fue la última tarde que lo vi.
El martes salí para Tarma, tomé un pequeño bus que le decían el “campa”. Cuando llegamos por la zona de Carpapata había mucha gente, todos miraban hacia el abismo, estaba detenido el pase vehicular, había dos ambulancias, un auto de la policía. Bajé como todos los pasajeros para ver que había ocurrido, miré hacia el fondo, era una camioneta de carrocería verde parecida al carro de Arturo. El viento recio despeinaba mis cabellos, mis ojos se llenaron de lágrimas.
-No, no, no puede ser- me decía una y otra vez, quería morirme allí mismo, recordé fugazmente lo que me decía Arturo: ¡los dos siempre, hasta la muerte!
Comenzaron a subir los cuerpos y los depositaron en el frío piso, el lugar se llenó de un charco de sangre, me acerqué lentamente cerca de Arturo, estaba destrozado, mutilado.
-Por qué te fuiste sin mí Arturo? –lloraba de esa rabia impotente de ver un cuerpo destrozado manchándome con la sangre fresca de él.
-Ponte a un lado niño –grito un policía- ¿eres familia de los fallecidos?
-Es mi hermano, señor –dije entrecortado, sollozando
-Lo siento muchacho, no sé qué decirte, solo se fuerte
- lo se señor, hoy le toco a Arturo, mañana quizá sea yo
Los restos de Arturo, su cuñado, su hermana margarita y el bebé fueron llevados a la morgue de Tarma.  El policía me dijo:
-¿Vienes con nosotros o quieres continuar tu viaje?
-Iré con ustedes- dijimos juntos en todo, aun en estas circunstancias debo estar al lado de Arturo.

Me contaron en la Merced, que un campesino les había pagado muy bien el flete para llevar una carga de piñas hacia Tarma, luego regresarían para cargar naranjas en Santa Ana, ya tenían el contrato, pensaron ir y volver rápidamente, estaban en una gran oportunidad económica y no lo despreciaron; pero Luis, el cuñado de Arturo no durmió diciendo – esto no es de todos los días-  dicen que había tomado pastillas para estar lúcido- luego dormiré como un lirón sonreía a carcajadas su suerte echada.

Arturo le habría animado a su cuñado para ir a Tarma  – ¿y Gabriel cuando llega,  no le esperaras? – Mañana llega, ya todo está arreglado - su hermana también les dijo sonriente que iría con ellos. Hicieron un viaje sin retorno. Hay boletos que se compran solo de ida.

Nunca olvidaré las lágrimas de la madre de Arturo. Me fui esa noche en silencio, yo tenía una cita con el fantasma verde. Volví a casa donde siempre se hospedaban Arturo y su familia. Estaba nervioso, descontento, triste.
Tenía muchas preguntas para Dios y le exigiría que me respondiera cara a cara y sin hipocresías. Recordaba una y otra vez en la morgue, cuando la gente se le acercaba a la madre de Arturo ofreciéndole el oro y el moro, que falsos son ese mundillo de gentes, esos rostros cínicos, crueles, ofrecen lo que nunca le devolverán a su único hijo, la gente las echa en el olvido todo lo que prometen.

Esa noche estuve en mi cuarto, a oscuras y sin vela aplastado durante horas en un rincón. Lo único que me faltaba en esta miseria era tener el silencio de Dios que se escondía de mí para no responderme entre otras cosas, la muerte desgraciada de Arturo ¿Por qué tiene que morir un ser bueno? ¿Por qué no matan a un violador o secuestrador? Liquidado, ayudaría a nuestra sociedad y no habría gentes de esta clase que destilan veneno. Pero la vida en su simplicidad nos juega lo incomprensible, nos presenta los roles que debemos actuar en una sociedad de hipócritas, orgullosos, egoístas, en fin enumerar todas esa jauría de personas que deambulan sin rumbo y como saber quiénes son porque todos llevan mascaras para toda ocasión.
Pero nunca tendré mi respuesta para entender los pasos que debo dar en esta vida austera, prestada, alquilada de ¿porque se mueren los buenos?
Lo que más lamento de todo esto es no haber aprovechado mejor mí tiempo con Arturo. Que corta es la vida. No haber compartido esas tardes en el rio Yauli jugando con las gaviotas de Casaracra, corriendo por el pasto verde gritando con el viento como aliado que silbaba esas tardes de frio invierno en esa lejana serranía.
De no saber escuchar cuando queremos compartir sentimientos encontrados, dejamos pasar viviendo en esa prisa sin mirar lo bello que es la vida en nuestro simple entorno. De caminar sin interrumpir el paso de los vientos del sur, del canto de las aves, de sentir los truenos destrozando los cielos de nuestra sierra. En fin esas cosas jamás se repetirán, se fueron con el tiempo, acompañando los pasos de Arturo aun viaje largo y sin retorno.

 
       Rio casaracra,  las tardes de verano jugabamos con Arturo. ( foto de Daniel Aguilar Burgos)




II

Es una tarde cualquiera. Había perdido la razón de mi lucha, la motivación de conquistar al fantasma verde. Entonces sufría torturándome con mis propias preguntas, todas las odiaba y envenenaba mi sangre de no explotarla a los vientos tibios de Chanchamayo.
Muchas tardes me iba a bañar al Tulumayo, me decían que el río Tarma viene sucio. Cada tarde en la orilla del rio lanzaba piedras como queriendo borrar recuerdos, alegrías que no existirán más.  Caminando por la orilla del Tulumayo veía como se unía con el rio Tarma, de éstos dos se forman el rio Chanchamayo, se hacía más grande el rio, quería que se llevara todos mis recuerdos no los quería compartir con nadie. Esas tardes grises me entristecía y recordaba algunos pensamientos sobre algún escritor, de odiar los grupos, las sectas, las cofradías, los gremios y en general esos conjuntos de bichos que se reúnen por alguna razón, en su mayoría por manía, esos conglomerados que tienen atributos grotescos, que se identifican por su jerga, de creerse más blancos que otros, de los que poseen más chacras que otros ya que su entorno están rodeados de gente sapallanguina, gente serrana.

Lo único que alimentaba mi alma era esa promesa hecha con Arturo de atrapar y conquistar ese mundo verde, de tener el fantasma verde en la sangre y envejecer como los montes agrestes del Perené.
Esa mañana de Junio aliste mi mochila negra, partí rumbo a Satipo. Doña Flor con el rostro triste me dijo serena y débil.
            -¿Te vas niño Gabriel?
            -¡Si! si doña Flor, ha llegado mi hora de partir
-¡Te extrañaré mucho!
            -Yo también –baje la cabeza y rodaron dos lagrimas huérfanas sobre mi rostro.
Se levanto y me abrazo tiernamente,  me beso la frente,  me dio la bendición diciendo:
-Antes que te vayas, ven a la mesa, te preparé un Bisteck que tanto te gusta – estaba llorando mi partida. Mi ausencia le costaba la vida, era su hijo todo este tiempo, la vida les había quitado a su marido y sus dos hijos en el río Paucartambo, su bote se volteó y murieron en el fondo de sus corrientes, nunca los encontró, el Paucartambo se une con el Chanchamayo y forman el Perené que son tumba de su familia.
-Gabrielito, hijo, toma este dinero – era ochenta libras.
-¡Es mucho dinero, doña Flor! le hará falta...
-No, nada eso – me interrumpió
-Te quiero como mi hijo, y no quiero que te falte nada – dijo con los ojos brillosos de lágrimas.
¡Como mi hijo! Eso terminó con el odio que sentía por esa gente que rodeó a la madre de Arturo, al populacho apático, insensible y egoísta. Doña Flor me había devuelto las ganas de vivir, de amar y dar al mundo, todo lo que soy, lo que tengo.
-gracias mamá Flor- le dije tembloroso y me eché a llorar cobrándome la venganza de no haber llorado ante la tumba de Arturo.
-No llores hijito, ve cumple tu destino, yo siempre te estaré esperando.
-¿De verdad, mamá flor?
-¡De verdad!
La besé en su mejilla y la abracé fuerte, como por última vez. Antes de salir le dije:
            -¡mamá Flor!
            -Si Gabrielito, ¿dime?
-¡Te quiero mucho! – le dije mirándole a los ojos, luego de mi silencio enfermizo, salí sin mirar hacia atrás. Esa mañana dejaba a dos personas que más quise: Arturo y mamá Flor.

                                              La Merced, el valle de Chanchamayo




III

Mi viaje parecía un túnel sin salida. No podía salir de la Merced. Estaba atado al fantasma de Arturo queriendo impedir mi viaje. Claro está, habíamos hecho una promesa, casi un pacto: conquistar al fantasma verde.
En Tarma decidí no volver a la Selva, nada tenía, nada me ataba. Puse la mochilla en mi espalda, estaba a punto de marcharme, la mamá de Arturo acercándose me dio la dirección del hospedaje donde solía quedarse siempre.
-Gabrielito – me dijo llevándome a una esquina de la morgue.
-La escucho, doña Maria- le dije muy despacio, estaba vulnerable
-Estabas yendo a la Merced, ¿verdad?
-Sí, doña María, así es
-Sino pasaba esto, te hubieras encontrado con mi hijo- comenzó a llorar con agonía lejana y pobre
-Por favor vuelve a la Merced, yo no quiero ir, tengo miedo pasar donde murió Arturo, busca sus pertenencias, guárdalo contigo como único recuerdo de Arturo. El me habló tanto de este viaje contigo.
-Hubiera estado como él, Doña Maria.
-No sé, pero Arturo me contaba casi a diario que soñaba con esa frecuencia,  cruzando un túnel oscuro, frío, húmedo y sin salida, tú le gritabas que te esperará, pero él  seguía avanzando-
Me abrazó fuerte, vi sus ojos llenos de desesperanzas y temores –mis lagrimas se confundieron de culpa, de odio, sobre el destino, por no impedir que viaje sin mi, que postergue su viaje, seguro lo habría hecho. Había cruzado su destino, su túnel, yo iré después. Quizá logre alcanzarlo en alguna parte.
Fue una de esas noches tibias, que mamá Flor me dijo con voz de misterio e impaciencia.
-Hay muchas cosas que no entiendo, tampoco pensé que se dieran de este modo, quizá Arturo lo presentía pero no quería aceptarlo.
-Lo sé mamá Flor, tengo la culpa de haberlo hecho así, es que yo no creo en nada, soy terco para las vanidades, tosco y malvado a las supersticiones, inverosímiles de ese mundillo de gentes que creen en esas cosas, pero soy fanático en lo que me propongo y lo hago cueste lo que cueste.
Bajé el rostro con profunda tristeza en la oscura noche. Mi alma voló a esas tardes moribundas, frías en Casaracra sentado en la orilla del río pescando truchas y bagres, gritando al viento helado, chapoteando en el río.
-¡Nos iremos a la Selva Gabriel! – gritaba a los vientos sin cesar
Solo sonreía, sentía una emoción inmensa de estar en la selva. La selva de Arturo.

Arturo le había encargado a mamá Flor de que si algo pasara con él, que nuestro plan no se trunque, porque nuestra promesa le hacía vivir, le daba sentido a su vida.
-Júramelo doña Flor – le habría dicho como obligándola ser parte de nosotros.
-Sí, si hijo te lo juro
Este juramento había cambiado muchas cosas en mí, sin darme cuenta la selva estaba en mi alma. Quizá entro esa noche y ame como amo Arturo su selva, ese fantasma verde, que ahora es mío.

Me quede dormido recordando como es que me metí en este ocaso. El viaje era interminable. No sé cuanto tiempo pasó, ajeno a mis circunstancias, a mis sentimientos, a mi propio destino, a la formación de la muerte, muerte prematura, abortada, mutilada, la de Arturo.
Pero mi propio tiempo, ajeno a mi desdeñándome, complicándome la vida, lleno de cosas ausentes, de miles de preguntas sin contestar, como en sueños de infante, yo me veía en mi pueblo, o en mi cuarto de enfermo, mirando con la cara pegada al vidrio de la sala, esa noche lluviosa, tormentosa, anunciando lo que puede, sentía, que mi destino era infinitamente más solitario de lo que  imagine, de lo que presentí. ¡Que estúpida ilusión mía! Estaba solo, sin Arturo. ¿Qué sentido tiene? ¿Qué es una promesa? Total los muertos ya no ven, están en su lugar como los otros. Nosotros caminamos en los pasadizos de la vida, luchando con figuras silenciosas, intocables. Quizá caminamos túneles paralelos, Arturo por su lado, pasando miles de travesías para llegar a su meta. Yo, sufriendo mi agonía solitaria, deambulando por ese mundo verde, soleado y húmedo.

Me refugio en mí mismo, ocultándome en el latir de un corazón que no es mío, con dolorosa violencia, desde esos árboles agrestes de la Selva me anuncian sus secretos despreciables, abominables que me darán en mi estancia peregrina, solitaria, pero en noches como esta lo imagine que así sería.
-¡Es Satipo! ¡Llegamos! – alguien gritó
No quería bajar de la camioneta, esperé con paciencia entera, me envolviera la noche estrellada y dijera abiertamente este es mi lugar.
Busqué un hospedaje, eran las once de la noche. Salí al balcón de mi cuarto, observé la plaza, sus pocas luces opacas daban esperanzas de vida para algunos provincianos que pernoctaban con su costal de yute hasta el amanecer. Estoy igual que ellos, solo que del otro lado, tengo todo, pero a la vez soy huérfano. Sentir la misma miseria con el alma puesta, prestada, en cualquier momento me quitan bruscamente como al osado Arturo, la muerte solo pudo con él.

 


Al día siguiente el cuartelero me dijo:
-¿A dónde vas joven?  Qué ruta tomara para indicarle donde tomar su buseta
-¡No sé! ¡La verdad no sé dónde ir! -
La tristeza me embargaba gradualmente, la agonía era ineludible, pero era rara, a la vez bella, me entristecía y desesperanzaba, porque lograba intuir que mi destino estaba cerca.
-Porque no vas para Mazamari o Pangoa – me dijo con ojos de generosidad.
-¿Dónde queda ese lugar?
-Hay unas camionetas que salen por el mercado, en dos horas estas allí.
-Gracias señor, Iré hoy mismo – saludé con sonrisa infantil, incrédula, me alejé del lugar.

Me quede en Mazamari. Camine lento buscando algo que comer. Me sentía desubicado, ido, estaba en otro lugar pensando donde será mi meta, que mundo me espera, cuando alguien puso sus manos en mi hombro.
-Gabriel- grito con júbilo despampanante
Di la vuelta enseguida, era un paisano, amigo de siempre, me levante de la silla y lo abrace con regocijo interminable.
-¡Hola Fernando! – grite con algarabía
Ese instante pensé que estaba en el lugar adecuado después de todo el Fantasma de Arturo me guiaba a nuestra meta.
Converse con Fernando toda la tarde de nuestra tierra, de su gente,  en especial de Flora que tanto le gustaba.
-Se caso con Beto – le dije casi indiferente.
-¡Bien! Así es mejor. Yo quería traerla aquí
-Quizá haya otras Floras aquí y te amaran igual
-¿Tú, qué sabes de amores? me dijo taciturno
-¿Tu que sabes de fantasmas? me miró sorprendido
-No te entiendo-
-Yo si me entiendo Fernando, pero, igual da si no lo entendemos, es hora de luchar, de vivir, de no morirnos antes de conquistar nuestros túneles, nuestros fantasmas, nuestros amores, ¿no crees? -
Venia a mi memoria el poema de Rose, y no se, justo ese poema vino a mi pensamiento, extraña, vaga y solitaria:
“Te busco, muerte. Te busco
y no te encuentro.
Entre la nada te busco
y te busco
Entre la gente.
Y no te encuentro”
De alguna forma esa noticia mía, lo de Flora, había matado a Fernando. Aún con vida ausente y muerte prestada volví a recordar a Sebastián Salazar Bondy:
“Los muertos en Lima son como dioses. No llamamos al recinto donde van a parar los huesos innominados, cementerio, camposanto o necrópolis. Le decimos atrevidamente panteón. Nuestra historia, aún la más triste, también es un panteón. Nuestra música, otro panteón. El panteón segrega su mentira fantasmagórica y a ese fata morgana estaremos unidos hasta que mediante el deicidio a la profanación de las tumbas seamos libre”.
Su Flora no pudo con su soledad, termino casándose con un norteño, le había ofrecido sus tierras de arroz y se la llevó.

                                                                            Mazamari 



IV

Al otro día, temprano, el sol siendo aún adolescente comencé a trabajar en la ebanistería de Fernando.
Le había criticado a la vida por su desfachatez de tratarme de esa forma, por demás incierta, turbia y desoladora.
El destino y la vida quizá sean gemelos, actúan igual a veces déspotamente, irónica como son, riegan el desdén desabrido a los que permanecen a su lado. En otras es pura benevolencia, caricativa.
Pero cuantas veces le hice trampa a la vida para vivir como lo estoy ahora, lejos de su parca, lejos de el mismo.

Fue entonces que conocí a Isabel. Vino por algún mueble que dejó encargado.
-Hola ¿está Fernando? - dijo mirándome a los ojos
La mire, quede palidecido, era hermosa, no tenía las ganas de contestar, posiblemente mi voz huyo, su presencia era mi eternidad.
-¡Hola! – alargo como cantando su saludo.
-Si, si, enseguida le llamo – salí corriendo
Esa tarde de otoño, pensé una y mil veces en ella. Era importante volverla a ver, muchas veces pensé y repase mi actitud en caso de encontrarme.
Por fin una tarde, esos viernes que se mueren después de dar todo al trabajo. La vi caminando a paso lento, iba con su hermana, la mire una y otra vez su piel era blanca, tersa, sus ojos color café, ella y el sol hacían una excelente pareja le brillaba el rostro como las diosas griegas, el sol no la opacaba en el tono su piel, la cuidaba suavemente. Y yo moría de agonía, de sed, de todo, era mi fuente de vida, como el poema de Romualdo que podía saciar mi soledad en este mundo del ahora, de este tiempo que agoniza con sus tardes marchitas, sangrientas.

“Un vaso de agua dulce es como tu sueño. Un vaso de agua para alumbrar mis largos insomnios, yo te he pedido. Yo te he pedido un vaso de agua, y es aún más clara que la dicha.
Tus orillas de júbilo, rebalsa tu felicidad, oh radiante.
El mar lava las piedras, las pule suavemente como el escultor más obstinado, más apasionado por la creación.
Yo te acaricio, yo voy haciendo sencilla como una gota de agua, como un vaso.
Un vaso de agua para alumbrar el mundo, querida. Un vaso de agua es tan perfecto como el silencio.”

Cruce tratando darle alcance, estaba a escasos pasos, solo palidecía, ¿que decirle? que era hermosa, que no había visto semejante hermosura en ningún lado, que estaba dispuesto a morir si era preciso.
-Hola – dije tembloroso- solo sonrió sin contestar
-Tu mueble está listo – yo mismo lo prepare
-¡Que bien! –saltó de alegría
-¿Puedo recogerlo mañana? – dijo tomándome de las manos.
-Pues, si, entonces mañana.
Me había tocado posiblemente unos segundos, pero era una eternidad en que quedé preso de sus encantos.
Esa noche. Fui al monte, el cielo estaba bañado de millares de estrellas, posiblemente allí este Arturo mirándome ante mis desdichas y felicidades encontradas, me senté cerca de una pequeña cascada, sus burbujas me salpicaban al rostro, entonces hable con Arturo en silencio y despacio:
-Arturo, me sucedió y no se como decírtelo, creo que me enamore, precisamente de Isabel. Es amor distante, en silencio, anónimo creo.-

Quise buscar refugio en la espesa selva, tras los cantos nocturnos de algún ave que gime su dolor, tal vez en la negra noche para no vivir como estoy viviendo pero resultó imposible. Ella me atrapo. Por las noches escucho sus pasos destellantes, brumosos, cálidos, escucho su voz como nubes de amor taladrándome mi espeso corazón de resistirse a luchar lo innegable que me hiere dulcemente en este fantasma verde.
Vicente Aleixandre escribió esto:
     “Tendida en la espesura,  
      entre los pájaros, entre las selvas vivas,
      Rameado tu cuerpo de luces deslumbrantes,
      dime a quien amas, indiferente, hermosa...
       ...mi marfil incrustará tropical en tu siesta...
       no mi verde veneno de la selva, en tu oído
       vertería, desnuda imagen, diosa que regalas tu  cuerpo
        a la luz, a la gloria fulgurante del bosque”

Isabel, toda ella, y su selva, me embriagaron sintiendo bajo su piel, imborrable, haciéndome uno con su mundo, ahora ella es mía, soy de ella, su selva es nuestra.


V

Es otro día. Te he buscado sin presagiar mi destino, te mostré mi corazón y tú me lo cercenas, compadécete, vine a conquistar este fantasma verde, sin embargo me da frío, me da miedo. Tal vez de ti. No sé.
Déjame con mi vacío, estoy matando el recuerdo de Arturo, de su promesa. Si Dios es humano me entiende.
Toque su mano tibia, después de hablarle todas estas cosas, le mire mil veces a sus ojos color café:
-Isabel, ¿por donde empezar?
-¡empezar! ¿Qué?
-¡el fantasma verde!
-¿Qué es eso Gabriel?  ¿Acaso es  tu destino?
-Tal vez mi destino eres tu –  sonrió bajando el rostro al suelo.
-Soy solo una multitud en esta espesa selva
-¿Acaso te mueres, te pierdes con mi selva?
-¡Es verdad! es ser o no ser, nacemos, morimos, vivimos, soñamos, nos frustramos, nos alejamos y todo desaparece en un abrir y cerrar los ojos.
-Gabriel, me haces llorar – sus ojos color café me miraron con ternura infinita
- te explicare mi mundo solo, hablo con furia de la vida, me encontré con la muerte, con mis dos manos luché y viví; pero no pude evitar la muerte de Arturo, desde entonces voy por la vida y el sendero de la muerte, paso por paso, vida por vida, muerte por muerte, lágrima más lágrima, suspiro por suspiro, soledad por soledad. -
Me abrazo fuerte, lloraba, sus lagrimas bañaron mis mejillas. Sentí un abrazo divino, alado y majestuoso. El cielo se hizo para nosotros, solo para los dos, que nunca se vaya de nosotros, de nuestra vista, de un amor silencioso, nocturno, taciturno que no quiere gritar, que no se atreve a decir que la amo.

Estoy con la misma inquietud escéptica y descreimiento ante el destino, ante el amor, ante ella, un amor que vino limpio, desnudo, sin malicia e hipocresías.
Otra vez en silencio después de ese noble abrazo caminamos hacia el río, me sentí miserable de haber entrado en su corazón, en su mundo, el hecho de haber despertado destellos gloriosos, esperanzas no alcanzadas.
Yo como siempre, juntando palabras en fila para herirla más, que nauseabundo deceso de mi amor.
Fue un verano maravilloso con exquisita fluorescencia, he sentido su vergüenza de decirme que me ama.
Todo esto fue mágico, encantador, ambos teníamos miedo alejarnos, perdernos en la sombra de la noche. Su nombre escondía el secreto de un astro que veíamos cada noche frente al río sonomoro.
Nuestro amor no necesitaba de protocolos, el amor no se dice, se siente, se lleva dentro de uno, por eso sus miradas, sus alientos, sus gestos, sus lágrimas son los mensajeros mejores aliados del verdadero amor.
Me habría dicho mil veces con su mirada que me ama que nadie más viviría en su corazón, solo yo.
-Gabriel, noches como esta quise gritar que te amo tanto, si yo sabia que tu destino no es de aquí, que tus pasos se irán como los vientos de otoño, que tu me ibas a dejar, que no serás mío –
Comenzó a llorar despacio y silencioso, sentí por primera vez su gemido que con ansia pedía amor. Amor que no podía darle, por lo menos ahora es imposible.

-Isabelita, escúchame... –me interrumpió
-Déjame terminar lo que hay en mi corazón, que esto me esta matando. ¿Por que el amor hace sufrir? Si solo quiero amarte, darte mi amor, solo a ti, me consumo en el fuego de mi impaciencia, para no romper el silencio que es mi amiga en mis nostalgias. Mi corazón se muere de tristeza, por ti. Quizás el tiempo cure mis heridas pero aprenderé a esperarte, porque así nació mi amor mi único amor. Eres tu Gabriel

Me tomo la mano muy tiernamente, vi sus ojos marrones de amor, de odio, de desesperanza, de milagros innegables. Me dio un sobre, se acercó  lentamente y me beso en la mejilla. Que hasta ahora lo siento.
Llegue a casa, inmediatamente abrí el sobre, contenía un poema, una meditación acerca de la ausencia, no decía de que autor era, pero leí el encabezado:
                             Te pareces mucho a este poema.
“tu cuerpo en la sombra,
en el silencio,
Es territorio de otro amor
no del mío.
El silencio, la sombra
destruyen tu figura.
Destruida,
la mirada no te exige
ni el sueño
a ser lo que no eres.
Desde papeles blancos,
            desde músicas intactas 
            conservas una infancia
por venir.
Eres entonces árbol,
Estrella, sombra blanca
que nunca, nunca puedo ver
Abandona los nombres
en el viento, en la nada.
No queda ni una letra entre nosotros,
ni el acento con que me llamabas.
La luminosa huella de la ausencia
borrará estrellas,
mapas, flores, leves promesas.
Abandona los besos, los perfumes,
las fechas antiguas, el día que vivimos.
Que mundo posible
todo de la luz y brisas
crece en las palabras que no dijimos nunca,
en lo que nunca fuimos.
Abandona, abandónate dulcemente
para crecer en el olvido.”
                                                            Te ama Isabel






VI

Era Marzo. Tiempo de lluvia. El invierno es duro y golpea, tendría que irme a Sonomoro a conquistar el sueño de Arturo.
Le compre a Isabel algunos discos, de Palito Ortega, me gustaba algunos títulos: “Yo tengo Fe”; “Muchacho que vas cantando”, “corazón contento” y con mucho énfasis escribí en el tercer disco esta frase: “Te amare así, toda la vida”.
Que sea nuestra canción vida mía, me decía una y otra vez, que dicha la mía de sentir un amor que late a cada minuto y me envuelve en sus tules atrapándome con sus encantos angelicales que no puedo resistirme ahora ni nunca.

Toque tres veces su puerta con la albada estilo colonial. Salió su hermana.
            -Hola Mercedes – le di un beso en la mejilla
          - Hola Gabriel – me abrazo tierna y serena
            -¿Está Isabel? – pregunté con ternura
            -No, no esta, se fue a Satipo muy temprano con mi papá.
Una tristeza profunda embargo mi ser, creo que moría, ahí mismo, sin penas ni glorias.
        - Gabriel palideces, ¿qué tienes? -  me miraba con dulzura y pena
        - Quería despedirme, solo eso, no podía irme sin despedirme - 
Que extraño me sentí al no encontrarla, su ausencia me aplastaba, me torturaba, sentí perderla. Que sensación tan extraña de sentirlo corriendo por mis venas
-Gabriel – me dijo en tono desfigurado
-¿Amas a mi hermana?
-¿Amar? – que sabía ella de eso
-Respóndeme con verdad, porque ella sufre por ti. Tú eres su único mundo, todo lo hace por ti, si es preciso moriría por ti. ¿Entiendes eso?
Le dije que fuéramos al parque y conversar más tranquilos.
-Mechita, te responderé ahora con verdad. Cuando conocí a Isabel, desde el primer día, mi vida comienza a tener sentido para todo, desde que ella llegó a mi vida, creo que conquisté este fantasma verde.
-¡Fantasma Verde! Pero ¿qué es eso? – dijo intrigada
-Yo mismo he procurado entender que era eso. Es mi miedo, es una especie de destierro en vida, oculta entre las nubes, ríos, noches de luna, vivir bajo las luces de la noche, caminando por los desiertos de mi soledad, encadenado a una vida nómada. Toda mi vida.
-¿Tienes miedo Gabriel? ¿De qué?
-No se, cuando alguien me habla del espíritu o el fantasma verde, a menudo soñaba bebiendo gota a gota el agua de un corazón que brillaba lejos como mis ilusiones dentro del paraíso que nunca era tal cosa, sino esa vida que golpea duro y fuerte. Donde el dolor es ausente, el hambre no es hambre, donde el cielo fue hecho para vivir mañana con esperanzas que no logramos hoy, porque la vida corre rápida, encadenada, suelta hasta despiadada.
-¡Despiadada! – me interrumpió con sus ojos grandes
-¡Si! pues, mi cuerpo se impregna en la sombra, en su silencio, porque invado el territorio prohibido de un amor que no es mío, quizá Isabel pertenezca al territorio del fantasma verde, no el mío. ¡Que silencio! Me abruma, su sombra nocturna me destruye, su mirada me exige, mis sueños me exigen, lo que no soy. He caminado por esas sombras blancas que nunca llegaré a ninguna parte.
-¿Entonces? ¿Amas de verdad a Isabel?
Sí... sí la amo -
-Entonces porque no le dices tú mismo, que la amas ¿por qué?
-No me entendiste – dije seco y cortado
-¡Entender que Gabriel!
-De mi miedo, de irme cuando tengo que irme, como ahora por ejemplo, de dejarla sola, de acostumbrarme a sus besos, sus caricias, y aprender a sufrir mis soledades amargas, de no cantar, de no amar el sol y la alegría que se discurren entre mis manos, no levanto mis quejas, mis llantos se doblan tal vez como mis palabras vacías, ausentes que huyen de su destino, que leve es su crepúsculo en esta tierra. No, no quiero dañar, no quiero prometer amor cuando estoy ausente. Es mi suerte. Tal vez venga mañana y le diga cuanto la amo. Ese día llegará, ¿no crees? Entonces mis besos no serán lejanos, las primaveras brillaran otra vez para los dos y nuestras almas se unirán para siempre en este fantasma verde.
Plaza de Mazamari



VII

Que primaveras me lleva la sombra del fantasma verde; quizá se levanten otros otoños y le siga presuroso buscando el amor de Isabel.
Estoy rodeado de una soledad bárbara, un silencio que no es el mío, pero esta vez no se porque me enorgullece el destierro.

Atrás deje mi tiempo encadenado a la vida de Isabel, me ama, lo se. Esto me duele mucho, son puertas que abre el cielo y el infierno, agonizo profundamente, pero no moriré exiliado, creo que el exilio lo diseñaron para mí. Mazamari no es mi vida, tampoco para hacerse viejo, pero, tal vez sea el lugar ideal para morirse, tan palpable ha sido cada noche, quizá persistente que me atrae con exquisita seducción de quedarme por siempre al lado de Isabel.
Tal vez me encantan esos cementerios desolados, solitarios, sin bulla, sin cinismos y pretensiones baratas de esas fiestas populacheras con que entierran a sus muertos.
Pero hoy, solo y vacío me estoy yendo a Sonomoro, un largo trecho, de Pangoa a Naylamp son tres horas de camino. No tengo costumbre de caminar tanto, pero me encanta la soledad, lejos del mundo irreal, imperfecto y desdeñoso.

Mercedes le entregará mis tres discos, ella escuchará y no estaré allí  para decirle aquí tienes la respuesta a todas las inquietudes y zozobras.
Los recuerdos me embargan todo, no puedo evitarlo, solo lloro, gimo, me desgarro verla esas tardes de verano en el río. He querido borrar esa imagen mil veces, pero sería como eliminarme a mi mismo, que frustración. Que patética soberbia mía.
Mi precario amor que lucha por vivir sin flores, ni sabores de un amor recién en embrión.
Isabel si entendieras que quiero vivir deliberadamente, quiero vivir profundamente, como dicen mis amigos de la Escuela, “la vida es una sola, y hay que sacarla todo el jugo”. Si estuviera enfermo, desahuciado, inerte o muerto, ¿de qué vale vida mía, Isabel mía? Si recién descubro que no viví lo suficiente para decir, conozco a la vida y es así, como debe ser. Creo que nos tenemos, somos el uno para el otro, soy preso de tus sentimientos, mis ojos te han dicho mil veces que te amo, ¿acaso no te diste cuenta? he cantado tu nombre en mis soledades, te busque incansable, te mostré mis esperanzas venideras, bajo la lluvia caminé para buscarte, como esa noche de aguacero, me abrazaste tierna y melancólica de verme así, mojado y frío. Quizá por eso me destierro por vida, por amarte así, como te amo, como son los cielos anchos e infinitos. Solo veo tu cuerpo entre las sombras, en los silencios, en las estrellas de cada noche. Isabel, es mi silencio, mi ausencia perfecta. Por eso estas en mi, por eso te tengo conmigo. Ahora comprendo mi desierto, fantasma verde, eres tú misma, amor mío.
Rio Sonomoro, testigo de muchas tardes soleadas al lado de Isabel


VIII

El día que me fui de Mazamari fueron los más atroces de mi vida, recuerdo el rostro confundido de Mercedes, nunca entendería lo que dije del fantasma verde.
Recuerdo cada detalle, cada acontecimiento frívolo, esto me acompaña cada noche en mis sueños tan borrosos, deformes, lejanos, fugaz.
Cada tarde, cuando el sol muere, lo recuerdo distante y sola. Como esas tardes que íbamos al río, sentada en la rivera sobre una piedra jugando con el agua, el sol dándole al rostro, brillaba  sus ojos marrones.
Me negué a sus besos, me abandone a sus perfumes, su mundo y el mío parece dos remos, juntos en cada cosa, pero separados a un mundo imposible.
Nuestras palabras, nuestros sentimientos que no dijimos nunca, en lo que nunca fuimos.
Cada detalle se abre, se desnuda en sus circunstancias pero advierto que mi soledad es premeditada y austera.
No te encuentro, a pesar que es el mismo cielo para los dos, intento aliviar mis soledades pensando en ti, pero estoy solo.
He querido incrustar mis sentimientos al bosque desnudándome con mi imagen sombría, recordándote con persistencia y maldiciendo porque no puedo decir que te amo, que no pienso en otra cosa, solo en ti.
Abrí levemente un poema de Washington Delgado:

“Todo una mano y toco
todas las manos de la tierra.
Nada es distinto de este rostro,
de esta voz instantánea
y la fuerza del corazón es también
Un resplandor en el cielo.
El amor es idéntico
así mismo, yo soy
Una multitud sobre la tierra.
todo el amor es nuestro.
toco una mano y toco
toda la hermosura.”

He leído una y otra vez este poema recordando ese verano que no volverá nunca más. Compadécete ya, no puedo más, tiemblo de miedo. Tengo miedo perderte. Soy solo el recuerdo de mi estancia peregrina sobre tu vida.
Cada tarde es una eternidad. Soy preso de mis recuerdos, de mis ilusiones pálidas. Este fantasma me aplasta, me daña, mi vida se hace espuma, soy nada.
¿Soy tu sombra? ¿Sientes mis caricias con mis flácidos recuerdos? Hoy que escucho tus pasos sueltos, tu voz llamándome, aprendo a besar las orillas del río que abandoné ayer, tus lágrimas que ahora me hiere dulcemente en tu fantasma verde.


IX

Sonomoro, una rutina de eternas claridades. Creo que fueron seis meses lejos de ella.
Ya no te encuentro. En tantas espumas que se deshace entre los vientos, así fueron mis palabras, mis caricias húmedas como tu selva. Comprendo que jamás volveré a la sombra de tus amores prohibidos. Estoy solo, soy tu sombra.

Esa tarde de agosto volví a casa con la sensación de una absoluta soledad, de un sueño que perdí, de una ilusión que dejé atrás. Pero mi soledad esta vez no me asusta, soy tu sombra nada más.

Descansaba después del almuerzo. Me despertaron casi abruptamente por los gritos agudos que se desaparecían en la espesa selva   
-Gabriel, Gabriel, te buscan – Luisito gritaba con voz chillona.
-Voy – dije una y otra vez para que no gritara más ¿Qué pasa Luisito?
- Un joven te busca, viene cansado por el viaje, dice que es urgente -
Era Ernesto, había venido desde Mazamari, estaba agotado, el viaje de Pangoa a Sonomoro era tres horas y con ese sol agotador, era difícil para un citadino
-¡Hola Gabriel! – grito de alegría
-Hola Ernesto – le abrace con entusiasmo.
-Podemos conversar ahora mismo- dijo presuroso
-Si claro, me asustas
-Traigo el encargo de Isabel
-¡Isabel! – abrí los ojos muy grandes y creo que desperté perfectamente de mi sueño.
-Vamos al río, allí nadie nos interrumpirá.

Gabriel, te veo bien, no estas mal, creo tu salud es buena, me alegra verte bien.
-Gracias viejo, pero, dime, ¿cómo esta Isabel?
-De eso quiero hablarte, por eso vine aquí
-Te escucho Ernesto, cuéntame sin parar, que muero por saber de mi Isabel
-Desde que tu te fuiste, Isabel no es la misma, se enfermo, me dijo Meche que casi muere.
-¿De qué? ¿Qué enfermedad tuvo? –Dije sorprendido
-No se, la verdad es que nadie sabe. Pero dime, Isabel quiere verte, quiere hablarte.
-¡Hablarme!
-¡Si! hablarte a ti, viaja a Mazamari, me dijo que te esperara en el lugar de siempre, en el río.

He sentido sus pisadas en mi corazón. Temblé, lloré y gemí, no solo soy yo, no solo es tu espíritu, eres un vuelo irrisado y fugaz, has trazado con tus dedos el fuego en mi corazón, eres mi mar que estalla entre las rocas llamándome, yo sin entender, sin presagiar que arrebatas una ardiente pasión de amor a través de la distancia.
-¿Cuándo viajas Gabriel – me interrumpió toscamente
-Sí, si, iré, quiero verla. Dile que iré el próximo martes que me espere a las 3 de la tarde, en el lugar de siempre.
-¡Ah! Olvide, me envía esta nota – saco de su viejo sarato
-Mientras te bañas, yo iré leyendo Ernesto
-Bien – dijo y ese echo a nadar
Abrí el sobre con delicadeza, había dos hojas que decía:
¡Hola Gabriel! ¿Cómo estás? siempre pienso en ti, eres mi vida, eres mi mundo, sola para mí,  como olvidar tu sonrisa, tus cabellos largos moviéndose al capricho del viento

Gracias por los tres discos, me gusta “corazón contento” Palito Ortega es tu preferido, lo escuche mil veces; era lo único que me unía a ti, llegue a dos días que tu viajaste a Naylamp, mi hermana me dijo que te fuiste solo y triste.
Esa tarde sentí frío, creo mi presión sufrió, me dio un shock, ignoro porque a tal punto, pero quiero verte. Se que vendrás, te esperaré en el lugar de siempre. Solo dile el día y la hora a Ernesto. Por favor ven, te esperare.
Te Ama, Isabel
NOTA: Lee estos dos poemas y no me digas que estoy loca, que perdí la cabeza, soy solo yo. Tú me entiendes ¿verdad?

                       AMOR AUSENTE
             ¡Como te amo en esta tarde triste y sola!
             y tu no estas. Como siempre.
             He sentido tu ausencia fría y lejana
            me escondo en mis soledades marchitas
            no he podido pensar en otra cosa
            te pierdo lo se.
            No puedo reclamar nada y ha nadie
           Nunca fuiste mío, por eso lloro.
           Te amo y lo sabes, eso me duele.
           Si más me aferro a las oscuras noches
           para no ver tu alma ausente.
           Siempre estas cerca de mí. Tengo miedo amarte.
          Tu voz como los vientos arrullan ausentes,
          tu presencia distante como los atardeceres sangrientos
                    no estas más a mi lado, vida mía.
          Mi alma que es tuya y de nadie más
          gime angustiosa su desdén.
         Mis lágrimas que se mezclaron con las lluvias de Marzo,
         ni lo has visto siquiera.
        No has sentido sus quejas de lamentos ausentes.
        ¡Como te amo en esta tarde triste y sola!
         Mi amor, mi amor ausente.

Cuando terminé de leer sentí la espada que golpeaba mi suelta indiferencia ante tal reclamo, ¿Soy culpable acaso? Necesito almacenar una angustia más, me jugué con las horas, con la vida, con la muerte, pero, ¿Con el amor? Jamás. No se si ser alguien o ser algo en la suprema dicha; mentira más grande! Yo soy, y eso basta.
Ernesto me llamaba para jugar en el río, después le dije, leeré la carta. Había otra hoja que decía:

“Gabriel no se si es poema, reclamo, angustia, presentimiento o agonía. Lo hice en el hospital. Por favor Gabriel ven, te esperaré con gran ansia”.

“Me esconderé en la noche de la nada
me buscare a mi misma y no estaré
morare junto con la noche, con miedo y apatía
he querido encontrarte, no estas.
lejana y tardía es tu presencia desoladora
solo escucho tu voz taladrándome el alma,
he perseguido tu sonrisa, ausente y desoladora
te he amado sin glorias ni penas:
Es un monstruo que destruye sin misericordia
solo miras indiferente y vacío.
Solo miro, solo callo, muero lento
Llego la hora de partir, sin retorno.
Atrás dejaré tu sonrisa de niño
tus ojos negros, confusos, sin lágrimas
lloras por dentro. Una sola vez se ama.
            ¿Crees la fantasía de los que destruyen tu felicidad?
             Aprenderás a conocer el sol y sus días
             Sabrás que en tus manos tenías la perla de los mares
             sin embargo lo dejaste caer al vacío.
              Tus lamentos serán ecos perdidos en las oscuras noches
              Aprenderás a vivir con los lamentos, de tus pesares tristes
              ya no estaré ahí, ni recordarás cuanto te ame.
               Solo seré el recuerdo de una vieja tarde lluviosa
                ese viento que acaricia tu rostro seré yo
                 Entonces te acordarás los días grises de Marzo.
Tuya por siempre, Isabel

Después de leer estos poemas, estoy condenado a un destierro por vida, buscaré nuevas primaveras, tal vez otros estíos, otros otoños, caminaré los tiempos de mi vida. Es alegre el destierro.
Esa noche bajo la lluvia caminé, sentí su húmeda selva en estas verdes hierbas, extendí mi corazón al fantasma verde. Por vez primera me rodea el silencio, estoy en esta selva negra, en mi destierro. No necesito ir a otro lugar. Soy de aquí, es mi casa, es mi selva, mi fantasma verde.

                                              El antiguo puente de Mazamari



X

En los días que precedieron a la llegada de Ernesto, todos mis pensamientos estaban desbordados, fuera de si, estaba perdido en mi mundo, en mi soledad, en mi destierro, mis noches eran eternidades, el sol se había extendido hacia la noche, era un sol extraño.

He pasado una semana extraña, lúgubre, por cada camino que anduve, las tardes en el río, me fueron trayendo recuerdos de otros tiempos. No solo la imagen última que tuve con Arturo, quizá estaba escrito que el partiera primero a su mundo, a su sueño.

Recuerdo esa tarde en el Hospital Arturo me Reclamo diciendo: “Querías irte sin mí”. ¡Como saber si yo moriría en el río, como saber que el moriría en Carpapata ¿por qué sucedió así?. Estaba planeado que iríamos los dos a la Merced, ¿me hubiera hecho caso, si le hubiese pedido que se quedara un día mas? Que absurdos pensamientos tengo. La noche esta ahí, con espera, con rabia, con desconsuelo, mi soledad es inútil, también inútiles mis esperas en las riveras de los ríos. Pero ahora tú sombra, tu amor, se interpone: estás entre el fantasma verde y yo.
Tu alma está quieta, tus ojos me miran como pidiendo ayuda. Pero no sé si estaré Isabel mía.
Toda mi vida he caminado solo, con mis desiertos, pero ahora estoy solo y triste. Sin puertos donde reposar, ni rivera para dormir junto a tu hermosa sombra.
Por primera vez, no se que decirte, sólo callo. Y este silencio me atormenta, me mata no poder decirte lo mucho que te amo. ¡Cómo duele amar! Peor aún, saber que me amas. Eso duele más.

Que importa el destino. Me importas tú. Siempre has estado incondicionalmente en mis soledades, en mis sueños, en mis destierros. ¿Por qué no amarte?
El fantasma verde unos unió, sus sombras, nos envolvieron con gran delicadeza, con majestuosidad, sus tules brillantes limpian las oscuras noches, levantan las neblinas que duermen en los caminos.
Isabel, ¿Eres tú mi fantasma verde? Si es así, entonces mi naufragio llegó a su fin. Soy tuyo.



                                                                    Naylamp de Sonomoro




XI

Ese martes me iría a encontrar con mi destino. Me contare a mi mismo de las locuras que hago, estoy en el carro rumbo a Mazamari, nos encontraremos en el río, como la vez primera que Isabel me miró con ojos de amor.
Ni bien bajé del bus, corrí, con dirección al río, desde la parte alta la vi, estaba sentada en la misma piedra, jugando los pies con el agua, baje lento la cuesta, mi corazón parecía explotar, mis voces se ahogaron, mis manos se volvieron torpes, en fin, cuando uno sale de su destierro se vuelve idiota, y creo que yo lo era en ese momento.
Cuando estuve frente a ella, era muy hermosa, sus ojos marrones, ojos de amor, de grandezas, de ilusiones me decían todo.
-Ven mi amor –me dijo con ternura
Me saqué los zapatos, levante mis pantalones pise el agua fría del río Sonomoro. Me acerqué lo más lento que pude, entonces la abracé con pasión entera, allí le entregué mi amor en silencio.
Entonces supe lo que era amar. Esa tarde el sol brillo solo para los dos.
-Gabriel, te amo.
-Isabel... – me interrumpió poniéndome los dedos en mis labios.
- No me digas nada, déjame vivir este momento de sentimientos mezclados. He llevado este amor cada noche, en silencio y sin decir nada. No me culpes de haberte amado sin permiso, sin reservas, con todo.
Quise besarla, tenerla entre mis brazos. Pero no era mi tiempo. Pero ¿Qué sabe el amor de tiempos? Quizá como inquisidor el tiempo nos parametra y se lleva la felicidad y trae desdicha, penas y nos deja una angustia inútil.
-No te forzaré mi amor –leyó mi alma, mi angustia, mi silencio.

                     Comunidad de Cheni, Satipo. Isabel siempre llevaba alimentos para los niños

- Isabel no creas lo que ves
- ¿y que crees que veo mi amor?
- mi apatía, mi silencio, mi todo. No sabes cuanto sufro por ti, mis soledades carcomen mis sueños, mi vida lenta y pausada
- ¿entonces?
si, te amo, como...- me interrunpio y de un salto me abrazo y me beso en todo el rostro
- lo sabia, sabia que sentías amor por mi. Mi corazón no me mintió
 -Lo sabía, sabía que sentías amor por mí. Mi corazón no me mintió.
-Si mi amor, pero hay una cosa, solo una,
-¡Una cosa! –dijo con tristeza.
-Volveré en otro tiempo, allí te daré todo mi amor, mis sueños, mis   esperanzas y juntos viviremos en este fantasma verde.
-¿Verdad Gabrielito?
-Sí, si –le abracé con gran ternura.
-Yo tengo todo el tiempo del mundo, te esperaré, aún en las estrellas te esperaré.
-No será mucho tiempo, déjame terminar con mi misión, destruiré, aplastaré el fantasma de Arturo, para entender cual es en realidad el fantasma verde.
El sol moría, sangraba. Pero Isabel era una diosa, una sirena codiciable. Yo, perdía la noción del tiempo, mis recuerdos quedaban embargados ante la belleza de mi Isabel.
Había notado que una mariposa grande a cada instante se posaba entre sus manos, se iba y volvía:
-Gabriel, mi amor, cuando yo no este y crees que me haya ido, yo vendré en forma de mariposa y te diré que no estás solo que te veré desde esta inmensa selva.
-¿Por qué una mariposa?
-Porque es sencilla, siempre esta sola como esperando a su compañero, o tal vez buscando a su único amor ¿no crees?
Esa tarde nuestro amor se impregno en su selva. He sentido el idilio de amar, de ser amado, que más pudiera desear. Entonces comprendí que mi Isabel era mi fantasma verde.



XII

Me preguntaba porque se comparo con una simple mariposa, pensé en ese intocable círculo, nacer de un capullo, salir tan vulnerable al mundo, mariposa de un solo verano, de un día, de una noche, como las estrellas fugaces.
Mientras caminaba vi que la ciudad estaba paralizada, muerta. El claro de la luna no alumbraba como siempre. Apreté el paso y me puse en marcha a Naylamp.
Le dije a Isabel que la siguiente vez que este frente a ella, sería mía, que nadie, ni nada nos separaría. Le prometí que estaría en Octubre. Quiso que estuviéramos solos los dos, toda la noche bajo la sombra de las estrellas y que nunca amaneciera, que mis cumpleaños sería de ella y de nadie más.
Me consumía una emoción cobarde, estupida, de no haberle dicho de cuanto la amaba, de no corresponder a su amor, ser su único amor.
Caminé esa noche con el alma vacía, encadenada, lamentaba, maldecía mi destino opaco, pobre.
La próxima vez que este con ella la llevaré al bosque, bajo la luna llena le daré mi amor, mi vida.
Envuelto como siempre en el crepúsculo de mis soledades, detenido en el tiempo, me pesaba una y mil veces no ser yo, pero, ¿Qué soy? un río interminable de soledades, soy el sol y la dicha, soy aire, agua y mar, soy todo. Pero no tengo sitio en el mundo.
Por eso lamento mi desdicha, mi canto, mis inviernos húmedos y fríos de Marzo.
Se que Isabel nunca me perdonará no ser yo, cuando debo ser yo. Como ahora por ejemplo. Debí cambiar mis estrellas; mis noches lúgubres por glorias eternas, romper el silencio, quitar la sombra, renacer la figura esbelta de música intacta.
¿Por qué maldecir ahora? El tiempo no retrocede ya esta hecho, que más da. Caminaré sendas opacas, seguiré tu territorio, viviré surcando la dicha que no tuvimos. Le jugare mi última carta a la vida, perder no puedo. Creare mi destino, lo esculpiré con mis esperanzas, atrás dejare mis sombras, mi miedo, mis desiertos, la vida tan corta que es, no vale la pena tirarlo al viento. Esta vez viviré cada minuto con Isabel, aprovecharé mi dicha, mi felicidad, la besare sin límites, mis palabras, mis gestos, mi alma le gritara que la amo con pasión entera, con las grandezas de mi gloria, porque mi amor se llama Isabel.



   
XIII

Los próximos ocho meses del año, lo pase dibujando mis rutinas, repartiendo limosnas a mi soledad, he mirado los ojos de Isabel en mis nocturnos paseos cerca de la rivera del río Sonomoro, pero esta vez no me exigía nada. Sus ojos marrones eran estelas de paz, de silencio, de amor.
            Ese tiempo aprendí a vivir en una espera de esperanza, de sueños. Pronto llegará la primavera, Setiembre es amor, no hay más que decir.
Siempre estuve en contacto con Isabel, gracias al puente que había entre ella y yo. Ernesto, venía mensualmente, trayendo buenas noticias. Esto me hacía crecer como las olas del mar, sobre todo como los del sur limpias y grandes.
¡Como amo a Isabel! Una gran mujer, detallista, ningún detalle obviaba. Siempre enviándome frutas de la Costa, sabía que me agradaba las uvas, el melocotón, las fresas, acompañado de una nota que decía: “te amo”. Solo eso.
Por mi lado le enviaba insectos de toda clase, los disecaba. Muchos de ellos no conocía su nombre exacto. Ella los coleccionaba, lo ponía en un cuadro o lo armaba en una roca o rama  de árbol.
Me contaba que la profesora de Biología y Ciencias Naturales, iba con sus alumnos a su casa para ver, dibujar todo ese mundo de insectos. Les explicaba que algunos de ellos son mortíferos, otros destruyen las plantas de naranjas, Otros son benefactores del ciclo. En fin cosas de la selva.
Así entre penas y glorias pase ese año entre los montes, entre los ríos, en esa selva que tanto me habló Arturo, que ahora es de Isabel, yo solo lo arrebate, me hice dueño por el amor que nació entre ella y yo.

Solo espero Octubre. Me encamino lento. Entonces ella será mía, solo mía, ni la selva podrá quitármela. La he amado en silencio y todo. La amo con ternura infinita, se ha acercado a mí como flor de un día que floreció entre mis manos tibias, no conté las flores, no conté las rosas que tanto te gustan, he revelado mis secretos a cada árbol de tu selva, a cada cascada que lleva el rio Sonomoro, desde que mi corazón se abrió al universo he visto el mundo brillar en mis soledades. Tu imagen la grabe en mi corazón, esta insertada en todo mí ser, donde vaya estas tú en mí. Las tristezas amargas que bebí cada noche han alargado mi vida esperando este momento de amarte, allí estaré esperándote como la primera vez sonriente jugando con el sol. Solo que esta vez no te dejare ir, iremos al infinito cielo derramando estelas, cubriendo los cielos de rosas que vuelen a cada corazón contagiando amor, esperanzas a mundos desolados, inciertos que marcan su dolor austero.


                                           comunidad San Antonio de Naylamp de Sonomoro

            

XIV

Por fin, llegó Octubre. Me rodea el silencio, otra vez estoy solo, vuelve a mis pensamientos lacios, ásperos. Hoy mi destino cambiara, será solo de Isabel y de nadie más.
-          ¡Esta semana iré a mi encuentro con Isabel! - Dije con gran dicha embargada.
Deje todo. Mi mundo será infinito, no tendrá límites, será eterno. Solo eso.
Almorzábamos ese martes con amigos campas, compartí mi almuerzo regalando mi felicidad, les comente que era feliz al lado de ella. Ellos simplemente querían que fuera feliz con la mujer que elegí,   yo viajaría el jueves como había quedado con Isabel, ella comentaba haciendo su monologo insistiendo:
-          ese día serás mío, comerás el pastel de vainilla que tanto te gusta.
Por nada del mundo la dejaría sola, es mi pacto. Hable con mi selva, con mis noches austeras, bajo el canto de las aves, que ese día estaremos juntos por siempre. Me propuse descansar un instante en mi hamaca con mis sueños débiles, cuando alguien grito despertándome de mis pensamientos idos
-Gabriel, Gabrielito – me llamó insistente Chester, casi llorando.
-¿Qué pasa? – pregunté asustado
-Vamos al Huaro Gabriel, allí esta Ernesto, cansado y llorando.
-¡Llorando! Y... ¿Por qué?
-El mismo te dirá, vamos pues Gabrielito
Salimos corriendo. Pensé muchas cosas, sentimientos encontrados, confusos, torpes. Cerca del Huaro vi a Ernesto sentado, transpiraba demasiado, estaba exhausto.
-¡Ernesto! – grite entrecortado
El alzo el rostro como mirándome de una culpa cometida. Tenía los ojos llorosos.
-¿Qué tienes Ernesto? ¿Te sientes mal? – le abrace con delicadeza.
-Yo, yo estoy bien – hablo mirando al río
-¿Entonces? – me mataba esa incertidumbre
-Gabrielito, no soy yo, es... – hizo una pausa que me atormentaba.
-Habla ya Ernesto ¿qué es? –le dije tomándole el hombro.
-Isabel, tu Isabelita – comenzó a llorar – ayer murió.
-¡Que dices Ernesto! –
Sentí que los demonios, la muerte misma me miraban, suspendidos en el aire, me echaban sus ironías a la cara.
- ¿Muerta dices? –me trague mi dolor, me invadía la pena, la soledad, la muerte me rondaba, me cobraba sus venganzas
-Si Gabriel, esta muerta.
Retrocedí a la orilla del río, cogí una piedra y lance hasta la mitad de sus corrientes, quería borrar la imagen preciosa de Isabel. Mis ojos se nublaron, caí de rodillas, mi corazón sintió un dolor que no es dolor, solo sentí que se rompía en mil pedazos.
Camine tanto, cruce mis túneles, mis desiertos, pase mis soledades, encadenado en mis destierros. Pero esto, no puedo asimilarlo, me desgarra, me mata. Mi agonía es polvorienta, despiadada, no hay una gota de agua para apagar de dolor de mi corazón, estoy partido, sangro. No puedo más.






XV

El Fantasma verde se había llevado a Arturo, ahora se llevaba a mi Isabel. Sueños desesperados, angustias fantasmales, sufro no poder recordarte esas tardes en el río.
Se nubla todo. Le escucho a la muerte, no comprende que se lleva mi vida. No se si estoy vivo todavía.
-Ernesto –rompí el silencio – dime, ¿Cómo fue? ¿Qué paso?
- Me encontré con ella el domingo, se acerco a mi sonriente, como siempre, diciéndome
- iré a Satipo, mi padre quiere que le acompañe, hará compras para la casa, de paso compraré un regalo, para que Gabriel lo use, quiero verlo feliz ese día
-¡Y!... – insistí, quería saber que paso, para torturarme más.
-Tomaron un taxi, ella iba al lado del chófer, de copiloto. Su padre y otros dos pasajeros en la parte trasera. Fue en Sanibeni, el Chófer quiso adelantar a un camión tronquero, el polvo cubría toda la carretera,  la visión de la carretera se opacó, no pudo ver que otro camión tronquero venia por el carril izquierdo delante de ellos. El impacto fue horrible, la peor parte tuvo el  chófer, junto con dos pasajeros que iban al lado del papá de Isabel que murieron instantáneamente, solo el papá de Isabel esta vivo -
-¡Y!... ¿ella? -  exclame con voz de esperanza, de miedo, de rabia
-Isabel  murió en el hospital, dijeron de traumatismo encéfalo craneano. No se que será eso, pero, dicen que luchaba por vivir, agonizaba, se aferraba  a la vida.

Baje el rostro y llore en silencio. Mis sueños más puros se desvanecían, se ausentaba, me abandonaba, gemía sin dolor, lloraba sin lágrimas que delaten mi aflicción
- Gabriel, esta tarde, a las tres la enterraran. No hay necesidad de tenerla más tiempo, su padre esta en el hospital. En el área de UCI (unidad de cuidados intensivos). Su madre ordenó que el entierro fuera así y rápido -
Recordé su poema, me taladraba el alma: “sabrás que en tus manos tenías la perla de los mares, sin embargo lo dejaste caer al vacío”. ¡Que desdicha!, se fue mi gran amor, me deja. Como Arturo, sin despedirse.

Llegamos a Mazamari, le dije a Ernesto que fuera solo al cementerio, que yo iría después. Fui al mercado, compre una rosa amarilla, color de esperanza, de felicidad. Camine lento hacia el río, parado allí, muerto, sin vida, sin aliento. Me senté en la piedra que Isabel solía sentarse, llore en silencio, mi voz se había ido, el sol estaba ausente. No habrá más veranos, ni otoños que alegren mi vida. Todo se ha ido ya, nada vale, nada sirve. Sin mi amor. Isabel.

                                           Carretera de Satipo a Mazamari
XVI

Es tres de la tarde, apagado, inerte, encerrado como luz escondida me dirigí al cementerio.
Me escondí detrás de un árbol, ví a todos, llegue cuando ya estaban cubriéndola con tierra. La depositaron, sin siquiera verla por última vez, tal vez sea mejor así. Recordarla como la vi esa tarde en el río, bella, hermosa, radiante de ojos grandes y marrones.
Meche abrazaba a su madre, lloraba desconsolada, miraba continuamente la entrada principal al cementerio, como buscando a alguien. Posiblemente a mí. Hablaban continuamente muy despacio con Ernesto mirando ambos esa puerta donde nunca aparecí al encuentro de ellos y de mi Isabel.
El panteonero puso la cruz, las flores. Era lo último. No hubo palabras de despedida, la madre de Isabel estaba quebrada, solo las lágrimas de Meche y su mamá se dejaron sentir entre todo el bullicio de las aves. Todos se marcharon para la casa de Isabel.

Entonces salí de mi árbol, de mi mundo que no es mundo, de mi odio a la felicidad. Me acerque a la tumba de Isabel. Caí de rodillas, me eche a la tierra fresca, húmeda, lloré sin límites, me desgarraba:
-¿Por qué? ¿Por qué vida mía? Porque la vida es así conmigo. Lo que más amo se va de entre mis manos. Acaso la vida y el destino tienen un mejor postor, ¿yo qué? Muerte me debes no solo una, me cobrare aunque sea lo último que haga en mis soledades, entonces te veré de rodillas pidiendo que te deje.
 Cumplí, cumplí mi amor, vine como lo prometí para estar juntos, es mi cumpleaños. Te traje esta Rosa, Amarilla, como te gustan. No me iré de aquí, así lo planeamos, estar juntos ¿verdad?
Esa tarde el sol se moría entre los árboles. La luna salía opaca, moribunda, acompañándome en mi soledad.

Me senté a un costado, solo. Como siempre. Otra vez, las soledades, los túneles, mis destierros me atraviesan el espíritu. Voy sumando mis desdichas, sigo cada traición que me hace la vida.
Entonces levanté mis ojos cansados, llorosos a la oscura noche, más allá de las Estrellas:
“Muerte, pudiste quitarme a Arturo.
Arrancaste a Isabel de mi vida.
¿Qué tienes para mí?
Como siempre, cobarde, torpe
Actúas de traición. ¡Ven! Enfréntate a mí
No te tengo miedo. Yo te venceré”

Estuve toda la noche con Isabel. Aunque muerta. Yo no se, si era feliz o desdichado. Le conté mis sueños, mis esperanzas. También le pedí perdón a ella y a la vida, porque torpemente se nos va la felicidad, porque no valoramos la vida, los minutos, el tiempo.
La muerte de Isabel, es el costo de mi torpeza, de no poder haberla amado esa tarde, en el río, cuando ella me daba su amor. Ahora mi lucha, mi sacrificio. ¿De qué vale?
Me han robado todo. Nada tengo, me iré vacío y solo, a caminar por los desiertos vacíos, para llegar a cualquier parte, tal vez a ninguna.



XVII

En algún momento de la madrugada, cansado, hastiado, destruido, me quede dormido.
Mi cuerpo bajo la sombra de la noche, en el silencio, me entregue a esa tierra húmeda, con olor a canto extraño, que apenas existen en tiempos como este.

El amanecer era tibio y delgado. Sentí el susurro de una voz apacible y lejana, que apenas podía escuchar. Era Meche con Ernesto
-¡Gabriel! – el grito de Meche me aturdió estaba arrodillada junto a mi, me frotaba la espalda fría, tienes los ojos hinchados, el rostro demacrado –me dijo tocándome el rostro -
-¿Dormiste aquí? –replico Ernesto
-Pues, si –dije sin ganas
-¡Estás loco! –me recrimino Meche – hubieras dormido en mi casa.
- Prometí a Isabel estar juntos este día, así fue. Fue como ella quiso.
-Bien, vamos para la casa Gabriel, ya esta muerta no resucitará – dijo con verdad y frialdad. Me dolía aceptar esta realidad hipócrita
-Entonces moriré ahora, aquí mismo – dije con rabia austera, prestada, alquilada
-¡Que tienes Gabriel!, la noche apago tu luz, deliras, la tierra tomo tu alma, por eso hablas así – nunca pensé que Ernesto me hablara así – levántate, esa actitud no le hubiera gustado a Isabel.
-Si Gabriel – dijo Meche – Isabel me hablo tanto de conquistar el fantasma verde, haz que sus sueños no se esfumen, que su muerte no sea en vano, que vivirá en ti por siempre conquistando lo que tanto hablaron, esas tardes bellas de verano cerca del río.
Pero me desvanecía limpiamente, sin recuerdos, sin olores, sencillamente estoy atado a un oscuro destino del que no volveré nunca.
-Déjenme un momento más – dije taciturno
-Volveremos dentro de un rato, eh Gabriel – dijo Ernesto.

Envuelto en mi tiempo, que no era mío, que lo tenía prestado, que Dios me cobraba todo. Jamás sentí amargura, dolor, melancolía, absorbidas en mi agonía de soportar la partida inevitable de Isabel.
Sentado con la mirada perdida, prestada, ausente, vi volar una mariposa de color amarillo, era grande como nunca haya visto, llamo mi atención su vuelo, entonces sucedió el milagro, ella se poso en la palma de mi mano, cuando quise tocarle con el dedo no escapo volando como suelen hacerlo, pude acariciarla con delicadeza.
Era una eternidad al lado de esta mariposa, ella sanaba mis heridas, cubría mi dolor, mis temores, mis miedos opacos se disipaban con la brisa de la mañana.
Llore amargamente, llore de dicha y felicidad. Era mi Isabel. Cumplió su promesa, ella me había dicho que nunca estaría solo, que vendría en forma de mariposa cuando ella no estaría más.
Me habría dicho que la vida es así, que tenemos que luchar, edificar, trabajar las semillas de justicia, de esperanza, bondad, amor en un mundo con tanta necesidad de todo. De no pedirle a Dios lo que nosotros podemos hacerlo.
Posiblemente estaría conmigo unos cinco minutos  cuando ella se fue. Lo raro es que no voló hacia las flores, se elevo tan alto que se perdió entre las copas de los árboles. Fue entonces que grite en toda esa selva desquitándome el dolor que llevaba dentro, de impotencia, de coraje, de rabia. Con ambas manos estruje la tierra fresca, como aplastando mi derrota ante la parca, primero Arturo, ahora Isabel, ¿seguiré yo? Me tire al suelo llorando mi dolor alquilado, prestado, gemí despacio en esa soledad.
-Adiós mi amor, adiós Isabel mía.
 

                                                                   Mazamari



XVIII

Era feliz en ese momento. Pude despedirme. Eso contaba más que todo. Su presencia me devolvió la vida, la esperanza, la sonrisa, las ganas de vivir en tiempos como este.
Ahí, en ese momento, llego Ernesto con Meche, se quedaron mirándome extraños y sorprendidos:
-¿Qué pasa? – les dije
-¡Este! más bien, ¿Qué te paso Gabriel? – dijo Ernesto.
-¡Soy feliz! ¡El hombre más feliz! –dije con gran algarabía.
-Y... ¿por qué? –Dijo Mechita – ¡se puede saber!
-La vi, la vi Mechita,
-La viste, ¿a quién?
-A mi Isabel, a nuestra Isabel- le dije tomándole de las manos
-¡Como! –dijo sorprendida Meche – cuéntame Gabriel
-Vino una mariposa, la más hermosa que vi hasta ahora, se poso en mi, su toque me dio el milagro de vivir, de sonreír, vino a despedirse de mí. Luego voló hacia el cielo, así fue. Meche sabia esta parte de nuestra historia cuando Isabel contó que vendría en forma de mariposa si algo le llegaba a pasar.
Después de narrarlos, Meche lloro en mi hombro, Ernesto también lloraba. Pero yo reía, mi Isabel vino, se despidió, ambos cumplimos estar en este día, nunca estaré solo, les gritaba una y otra vez. 
 -   Quizá habrá llegado la hora de partir – me miraron con gran sorpresa
  -  ¿te iras Gabriel? -  dijo con tono apagado Ernesto  
  -¿Qué vas a hacer Gabriel? ¿Dónde irás? –me dijo con  tristeza Meche.
  -Me iré a Lima – le dije con la cabeza agachada – luego viajare para Puerto Montt
  - ¿a Chile? ¿Por qué tan lejos? Quédate con nosotros Gabriel, tu Isabel está aquí
- allí vive un amigo, le sucedió un caso igual al mío, me sane para sanar a otros
- ¿después de esto qué?  ¿Vuelves por aquí Gabriel? – insistió Meche
- no mechita con el me iré para Punta Arenas, allí viviré en el mar, tu sabes que amo el mar, tan igual como amo esta selva, la selva de Arturo, la selva de mi Isabel
- ¿Cuándo partes? – dijo con tono melancólico Ernesto
   -Hoy, será hoy mismo-  Alce mis ojos como buscando a mi mariposa. Mi Isabel.

En Mercedes tuve una hermosa aliada, una gran amiga. Perdió a su hermana, ahora con mi partida su soledad cubriría su agonía, una agonía creada, pintada en su alma gemela, quizá Ernesto llene ese espacio desolador.
-          ¡Gabriel! – me hablo con los ojos llorosos
-          ¡si! Si mechita, dime- apenas pude hablar
-          ¿Puedo darte tan solo un abrazo?
Aquel abrazo sanaba mis heridas, mis llagas, milagrosamente se cerraban. Llore con ella, me desagarraba. Era mejor así, quería que mis fuentes se secaran para no volver a llorar, aunque mi dolor sería un aguijón bien guardado dentro de mi alma. Es lo menos que puedo pedirle a la vida, de llevarme hasta la muerte a mi fantasma verde.

Me beso el rostro una y otra vez y me tomo de las manos diciendo:
-          Fuiste como un hermano, el que nunca tuve, cuando más te busque nunca me dejaste sola. Y hoy que te vas,  supongo que así es la vida, todos tenemos que marcharnos. Somos aves de paso, ¿verdad?  Adiós, adiós mi alegre Gabriel, cuídate mucho, no te olvides de nosotros.-
Esa noche me iría para siempre. Dejaría al fantasma verde con sus recuerdos, con su tiempo entrecortado, apagado en sus luces, sus brillos. Pero hoy había brillado su eterna claridad devolviéndome mi dicha, mi alma robada, prestada. Porque hoy he renacido, me voy con sus perfumadas glorias eternas.
Mi dulce fantasma verde. Isabel, que brillas desde las estrellas. Siempre busco  la más grande, la más brillosa. Entonces, no me siento solo, me envuelve tu sonrisa, tus ojos marrones, nuestras tardes en el río. Solo grito: “eres mi gran amor esculpido en mi corazón. Para siempre.”

Aquella tarde, fui por última vez al río, quería recordarla sentada en la piedra jugando con la espuma del río, sonriendo, gritándome que me ama.
Que soledad marchita congoja. Me ire a otro mundo, que es el mío, mundo vacío, frío, atrás dejaré mis sombras, mis temores, dejare al osado Arturo,  cuya sombra se movía fría, sola y llorosa. Quizá, todavía anda cuidando su selva.   
                       Baje al río y tire por última vez las rosas amarillas que tanto le gustaban a Isabel
Sentado en el bus, mire por última vez la ciudad, parecía muerta, desolada. Mazamari sangraba en mi corazón, dos gotas gruesas de lágrimas salieron corriendo presuroso perdiéndose en la nada.
Sentí que mi alma se quedaba ahí, Que soledad indescriptible, no quiero irme, quiero quedarme aquí, y ahora mismo, con mi gran amor, mi amor ausente. Busque anhelante, casi desesperado a mi estrella, mi dulce Isabel.
Entonces sucedió lo inevitable, alcance ver entre las sombras al fantasma, del que tanto hablamos con Arturo, despidiéndome de su selva. Corría presurosa entre la maleza tratándome de alcanzar, diciéndome que no me vaya, que me ama. Trate de mirar al pasajero del lado como diciéndole que si él también vio lo mismo   que yo, volví la vista otra vez a la oscura selva, ella ya no estaba. Vino desde el más allá para despedirse o atarme a su selva. Era mi fantasma verde. Mi gran amor. Mi  adorada Isabel.



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