EL FANTASMA VERDE
MOISÉS ASTO HINOSTROZA
A-
Amira, por arrancarme cada día una
sonrisa
I
Lejana
y tardía viene a mí los destellos de un recuerdo imborrable, me embarga de
dolor y lágrimas. Allí murió trágicamente Arturo. También, la selva se llevo a
mi adorable Isabel.
Arturo
me llevo a su mundo, su sueño, su vida, y una gloria que no pudo conquistar
porque su selva se lo llevo prematuro, sin darle chance a su vida que recién
despertaba como las eternas claridades.
Arturo
iba todos los días con su bicicleta a la escuela y de regreso a casa me llevaba
consigo, se reía a carcajadas porque a los otros chicos les rebasaba y se
quedaban picones metros atrás; en el camino me hablaba mucho de la selva, había
viajado muchas veces con su cuñado y algunas veces con su hermana.
Ese
mayo del setenta había viajado por primera vez a Chanchamayo. Esa tarde de sol
tenue, casi agonizante, me apoderé del fantasma verde de la selva.
-
¡Nos vamos el sábado! – le dije tomándole de los hombros.
-
¿De verdad? Dijo incrédulo, pero sonreía
-
Vienes a mi casa a las cinco de la tarde, te estaré esperando.
-
Allí estaré – se fue, silbando un huayno ayacuchano.
El miércoles jugábamos en la escuela el fútbol
esperado por los muchachos de secundaria, Arturo no estaba, faltó ese día, era
buen delantero, hacía goles de buena factura, y lo extrañaron por los goles que
hacia. Yo estaba en el arco, siempre venían a casa para jugar en ese puesto. Un
atacante del equipo pateó con violencia el balón al arco
que yo custodiaba; la pelota chocó en el poste y fue a parar al río Mantaro,
las aguas corrían con intensidad y fue imposible recuperarla. Todos,
desesperados, intentamos alcanzarla, mientras los chillidos de un compañero
consternaban el ambiente.
-
¡Gabriel, está cerca de ti, atrápalo con ese palo! - Traté de alcanzarlo,
tropecé con una piedra cayendo al río, la corriente me arrastró rápidamente
entre las piedras melosas del río que me golpeaba casi todo el cuerpo.
-¡Arrójenle
algo! tiren chompas haciendo nudos para que se agarre – gritaba Alberto Aponte,
un chico de Quinto de Secundaria. Las muchachas de mi salón lloraban corriendo
por el borde del río, como acompañándome en este sufrimiento.
-¡Gabriel!
¡Gabrielito! Resiste, aguanta un poco te sacarán
Me
dicen que el río me había arrastrado unos ciento cincuenta metros, a veces
desaparecía y luego salía. Cerca de allí había un puente, un joven descendía
con una soga, entre todo el bullicio alcance escuchar:
-¡Mario!
Mario sino lo agarras en esto, adiós al muchacho! –
Me
gritaba desesperado, apenas podía oírlo y ver sus gestos de que me cogiera de
sus manos. Cuando llegué junto a él, me cogió de mis tirantes, luego me abrazó
para que no me soltara, yo había perdido el conocimiento, sangraba mi nariz y tenía
el rostro golpeado por las piedras del río.
-¡Gabriel!
– gritaba una y otra vez
-¡Está
muerto! Ayúdenme, jálenme –gritaba con desesperación.
Alguien
tocó mi pulso y gritaron:
-¡Está
vivo! –gritó con euforia y todos aplaudieron, me llevaron al hospital. Esa
noche vino Arturo sin decir nada, sus voces atrapadas en ese silencio austero
dijo:
Casi
te vas sin mí – dijo entrecortado
-
Nos iremos a la selva – le respondí taciturno
-
Lo sé – dijo mirando al suelo
No
hablamos por un instante, mirándome a los ojos rompió el silencio
-
Sabes quién te salvo?
- no
-
- fue
Ricardo
-
¿El que está en Quinto?
-
El mismo, le debes la vida
-
Algún día le devolveré con creces. La vida es prestada, en fin somos solo aves
de paso.
Esa
tarde del sábado Arturo partía a Chanchamayo, yo estaba en cama con fiebre
alta.
-
Espérame – le dije con agonía bastarda
-
¿Vendrás? preguntó con tono melancólico
-¡Sí!,
te alcanzaré en la Merced
y de allí iremos con bote hasta el puerto Yurinaki.
Sus
ojos brillaron de esperanzas, penas; solo sonrió como siempre, incrédulo y
distante.
-¿Cuándo
vendrás Gabriel?
-El
martes, tu sabes, si digo algo así debe ser, el martes estoy contigo
-Te
esperaré en el restaurante de doña Flor, ¿seguro que estarás para las cinco de
la tarde?
-Dile
que guarde mi pollo con arroz, es mi plato favorito, allí me encontrarás
-bien
-dijo taciturno – solo cuídate – me abrazó sin decir nada, se fue como las
nubes de otoño. Camino mirando hacia el suelo frío del hospital, levante mis
brazos para despedirme pero Arturo no volteo solo camino lánguido y pausado, en
silencio. Esa fue la última tarde que lo vi.
El
martes salí para Tarma, tomé un pequeño bus que le decían el “campa”. Cuando
llegamos por la zona de Carpapata había mucha gente, todos miraban hacia el
abismo, estaba detenido el pase vehicular, había dos ambulancias, un auto de la
policía. Bajé como todos los pasajeros para ver que había ocurrido, miré hacia
el fondo, era una camioneta de carrocería verde parecida al carro de Arturo. El
viento recio despeinaba mis cabellos, mis ojos se llenaron de lágrimas.
-No,
no, no puede ser- me decía una y otra vez, quería morirme allí mismo, recordé
fugazmente lo que me decía Arturo: ¡los dos siempre, hasta la muerte!
Comenzaron
a subir los cuerpos y los depositaron en el frío piso, el lugar se llenó de un
charco de sangre, me acerqué lentamente cerca de Arturo, estaba destrozado,
mutilado.
-Por
qué te fuiste sin mí Arturo? –lloraba de esa rabia impotente de ver un cuerpo
destrozado manchándome con la sangre fresca de él.
-Ponte
a un lado niño –grito un policía- ¿eres familia de los fallecidos?
-Es
mi hermano, señor –dije entrecortado, sollozando
-Lo
siento muchacho, no sé qué decirte, solo se fuerte
-
lo se señor, hoy le toco a Arturo, mañana quizá sea yo
Los
restos de Arturo, su cuñado, su hermana margarita y el bebé fueron llevados a
la morgue de Tarma. El policía me dijo:
-¿Vienes
con nosotros o quieres continuar tu viaje?
-Iré
con ustedes- dijimos juntos en todo, aun en estas circunstancias debo estar al
lado de Arturo.
Me contaron en la Merced , que un campesino les había pagado muy
bien el flete para llevar una carga de piñas hacia Tarma, luego regresarían
para cargar naranjas en Santa Ana, ya tenían el contrato, pensaron ir y volver
rápidamente, estaban en una gran oportunidad
económica y no lo despreciaron; pero Luis, el cuñado de Arturo no durmió diciendo
– esto no es de todos los días- dicen
que había tomado pastillas para estar lúcido- luego dormiré como un lirón
sonreía a carcajadas su suerte echada.
Arturo
le habría animado a su cuñado para ir a Tarma – ¿y Gabriel cuando llega, no le esperaras? – Mañana llega, ya todo está
arreglado - su hermana también les dijo sonriente que iría con ellos. Hicieron
un viaje sin retorno. Hay boletos que se compran solo de ida.
Nunca
olvidaré las lágrimas de la madre de Arturo. Me fui esa noche en silencio, yo
tenía una cita con el fantasma verde. Volví a casa donde siempre se hospedaban
Arturo y su familia. Estaba nervioso, descontento, triste.
Tenía
muchas preguntas para Dios y le exigiría que me respondiera cara a cara y sin
hipocresías. Recordaba una y otra vez en la morgue, cuando la gente se le
acercaba a la madre de Arturo ofreciéndole el oro y el moro, que falsos son ese
mundillo de gentes, esos rostros cínicos, crueles, ofrecen lo que nunca le
devolverán a su único hijo, la gente las echa en el olvido todo lo que
prometen.
Esa noche estuve en mi cuarto, a oscuras y sin vela
aplastado durante horas en un rincón. Lo único que me faltaba en esta miseria
era tener el silencio de Dios que se escondía de mí para no responderme entre
otras cosas, la muerte desgraciada de Arturo ¿Por qué tiene que morir un ser
bueno? ¿Por qué no matan a un violador o secuestrador? Liquidado, ayudaría a
nuestra sociedad y no habría gentes de esta clase que destilan veneno. Pero la
vida en su simplicidad nos juega lo incomprensible, nos presenta los roles que
debemos actuar en una sociedad de hipócritas, orgullosos, egoístas, en fin enumerar
todas esa jauría de personas que deambulan sin rumbo y como saber quiénes son
porque todos llevan mascaras para toda ocasión.
Pero
nunca tendré mi respuesta para entender los pasos que debo dar en esta vida
austera, prestada, alquilada de ¿porque se mueren los buenos?
Lo
que más lamento de todo esto es no haber aprovechado mejor mí tiempo con
Arturo. Que corta es la vida. No haber compartido esas tardes en el rio Yauli
jugando con las gaviotas de Casaracra, corriendo por el pasto verde gritando
con el viento como aliado que silbaba esas tardes de frio invierno en esa
lejana serranía.
De
no saber escuchar cuando queremos compartir sentimientos encontrados, dejamos
pasar viviendo en esa prisa sin mirar lo bello que es la vida en nuestro simple
entorno. De caminar sin interrumpir el paso de los vientos del sur, del canto
de las aves, de sentir los truenos destrozando los cielos de nuestra sierra. En
fin esas cosas jamás se repetirán, se fueron con el tiempo, acompañando los
pasos de Arturo aun viaje largo y sin retorno.
Rio
casaracra, las tardes de verano jugabamos
con Arturo. (
foto de Daniel Aguilar Burgos)
II
Es
una tarde cualquiera. Había perdido la razón de mi lucha, la motivación de
conquistar al fantasma verde. Entonces sufría torturándome con mis propias
preguntas, todas las odiaba y envenenaba mi sangre de no explotarla a los
vientos tibios de Chanchamayo.
Muchas
tardes me iba a bañar al Tulumayo, me decían que el río Tarma viene sucio. Cada
tarde en la orilla del rio lanzaba piedras como queriendo borrar recuerdos,
alegrías que no existirán más. Caminando
por la orilla del Tulumayo veía como se unía con el rio Tarma, de éstos dos se
forman el rio Chanchamayo, se hacía más grande el rio, quería que se llevara
todos mis recuerdos no los quería compartir con nadie. Esas tardes grises me
entristecía y recordaba algunos pensamientos sobre algún escritor, de odiar los
grupos, las sectas, las cofradías, los gremios y en general esos conjuntos de
bichos que se reúnen por alguna razón, en su mayoría por manía, esos
conglomerados que tienen atributos grotescos, que se identifican por su jerga,
de creerse más blancos que otros, de los que poseen más chacras que otros ya
que su entorno están rodeados de gente sapallanguina, gente serrana.
Lo
único que alimentaba mi alma era esa promesa hecha con Arturo de atrapar y conquistar
ese mundo verde, de tener el fantasma verde en la sangre y envejecer como los
montes agrestes del Perené.
Esa
mañana de Junio aliste mi mochila negra, partí rumbo a Satipo. Doña Flor con el
rostro triste me dijo serena y débil.
-¿Te vas niño Gabriel?
-¡Si! si doña Flor, ha llegado mi
hora de partir
-¡Te
extrañaré mucho!
-Yo también –baje la cabeza y
rodaron dos lagrimas huérfanas sobre mi rostro.
Se
levanto y me abrazo tiernamente, me beso
la frente, me dio la bendición diciendo:
-Antes
que te vayas, ven a la mesa, te preparé un Bisteck que tanto te gusta – estaba
llorando mi partida. Mi ausencia le costaba la vida, era su hijo todo este
tiempo, la vida les había quitado a su marido y sus dos hijos en el río
Paucartambo, su bote se volteó y murieron en el fondo de sus corrientes, nunca
los encontró, el Paucartambo se une con el Chanchamayo y forman el Perené que
son tumba de su familia.
-Gabrielito,
hijo, toma este dinero – era ochenta libras.
-¡Es
mucho dinero, doña Flor! le hará falta...
-No,
nada eso – me interrumpió
-Te
quiero como mi hijo, y no quiero que te falte nada – dijo con los ojos
brillosos de lágrimas.
¡Como
mi hijo! Eso terminó con el odio que sentía por esa gente que rodeó a la madre
de Arturo, al populacho apático, insensible y egoísta. Doña Flor me había
devuelto las ganas de vivir, de amar y dar al mundo, todo lo que soy, lo que
tengo.
-gracias
mamá Flor- le dije tembloroso y me eché a llorar cobrándome la venganza de no
haber llorado ante la tumba de Arturo.
-No
llores hijito, ve cumple tu destino, yo siempre te estaré esperando.
-¿De
verdad, mamá flor?
-¡De
verdad!
La
besé en su mejilla y la abracé fuerte, como por última vez. Antes de salir le
dije:
-¡mamá Flor!
-Si Gabrielito, ¿dime?
-¡Te
quiero mucho! – le dije mirándole a los ojos, luego de mi silencio enfermizo,
salí sin mirar hacia atrás. Esa mañana dejaba a dos personas que más quise:
Arturo y mamá Flor.
La Merced, el valle de Chanchamayo
III
Mi
viaje parecía un túnel sin salida. No podía salir de la Merced. Estaba
atado al fantasma de Arturo queriendo impedir mi viaje. Claro está, habíamos
hecho una promesa, casi un pacto: conquistar al fantasma verde.
En
Tarma decidí no volver a la
Selva , nada tenía, nada me ataba. Puse la mochilla en mi
espalda, estaba a punto de marcharme, la mamá de Arturo acercándose me dio la
dirección del hospedaje donde solía quedarse siempre.
-Gabrielito
– me dijo llevándome a una esquina de la morgue.
-La
escucho, doña Maria- le dije muy despacio, estaba vulnerable
-Estabas
yendo a la Merced ,
¿verdad?
-Sí,
doña María, así es
-Sino
pasaba esto, te hubieras encontrado con mi hijo- comenzó a llorar con agonía
lejana y pobre
-Por
favor vuelve a la Merced ,
yo no quiero ir, tengo miedo pasar donde murió Arturo, busca sus pertenencias,
guárdalo contigo como único recuerdo de Arturo. El me habló tanto de este viaje
contigo.
-Hubiera
estado como él, Doña Maria.
-No
sé, pero Arturo me contaba casi a diario que soñaba con esa frecuencia, cruzando un túnel oscuro, frío, húmedo y sin
salida, tú le gritabas que te esperará, pero él seguía avanzando-
Me
abrazó fuerte, vi sus ojos llenos de desesperanzas y temores –mis lagrimas se
confundieron de culpa, de odio, sobre el destino, por no impedir que viaje sin
mi, que postergue su viaje, seguro lo habría hecho. Había cruzado su destino,
su túnel, yo iré después. Quizá logre alcanzarlo en alguna parte.
Fue
una de esas noches tibias, que mamá Flor me dijo con voz de misterio e
impaciencia.
-Hay
muchas cosas que no entiendo, tampoco pensé que se dieran de este modo, quizá
Arturo lo presentía pero no quería aceptarlo.
-Lo
sé mamá Flor, tengo la culpa de haberlo hecho así, es que yo no creo en nada,
soy terco para las vanidades, tosco y malvado a las supersticiones,
inverosímiles de ese mundillo de gentes que creen en esas cosas, pero soy
fanático en lo que me propongo y lo hago cueste lo que cueste.
Bajé
el rostro con profunda tristeza en la oscura noche. Mi alma voló a esas tardes
moribundas, frías en Casaracra sentado en la orilla del río pescando truchas y
bagres, gritando al viento helado, chapoteando en el río.
-¡Nos
iremos a la Selva
Gabriel ! – gritaba a los vientos sin cesar
Solo
sonreía, sentía una emoción inmensa de estar en la selva. La selva de Arturo.
Arturo
le había encargado a mamá Flor de que si algo pasara con él, que nuestro plan
no se trunque, porque nuestra promesa le hacía vivir, le daba sentido a su
vida.
-Júramelo
doña Flor – le habría dicho como obligándola ser parte de nosotros.
-Sí,
si hijo te lo juro
Este
juramento había cambiado muchas cosas en mí, sin darme cuenta la selva estaba
en mi alma. Quizá entro esa noche y ame como amo Arturo su selva, ese fantasma verde,
que ahora es mío.
Me quede dormido recordando como es que me metí en este
ocaso. El viaje era interminable. No sé cuanto tiempo pasó, ajeno a mis
circunstancias, a mis sentimientos, a
mi propio destino, a la formación de la muerte, muerte prematura, abortada,
mutilada, la de Arturo.
Pero
mi propio tiempo, ajeno a mi desdeñándome, complicándome la vida, lleno de
cosas ausentes, de miles de preguntas sin contestar, como en sueños de infante,
yo me veía en mi pueblo, o en mi cuarto de enfermo, mirando con la cara pegada
al vidrio de la sala, esa noche lluviosa, tormentosa, anunciando lo que puede,
sentía, que mi destino era infinitamente más solitario de lo que imagine, de lo que presentí. ¡Que estúpida
ilusión mía! Estaba solo, sin Arturo. ¿Qué sentido tiene? ¿Qué es una promesa?
Total los muertos ya no ven, están en su lugar como los otros. Nosotros
caminamos en los pasadizos de la vida, luchando con figuras silenciosas,
intocables. Quizá caminamos túneles paralelos, Arturo por su lado, pasando
miles de travesías para llegar a su meta. Yo, sufriendo mi agonía solitaria,
deambulando por ese mundo verde, soleado y húmedo.
Me
refugio en mí mismo, ocultándome en el latir de un corazón que no es mío, con
dolorosa violencia, desde esos árboles agrestes de la Selva me anuncian sus
secretos despreciables, abominables que me darán en mi estancia peregrina,
solitaria, pero en noches como esta lo imagine que así sería.
-¡Es
Satipo! ¡Llegamos! – alguien gritó
No
quería bajar de la camioneta, esperé con paciencia entera, me envolviera la
noche estrellada y dijera abiertamente este es mi lugar.
Busqué un hospedaje, eran las once de la noche.
Salí al balcón de mi cuarto, observé la plaza, sus pocas luces opacas daban
esperanzas de vida para algunos provincianos que pernoctaban con su costal de
yute hasta el amanecer. Estoy igual que ellos, solo que del otro lado, tengo
todo, pero a la vez soy huérfano. Sentir la misma miseria con el alma puesta, prestada, en
cualquier momento me quitan bruscamente como al osado Arturo, la muerte solo
pudo con él.
Al
día siguiente el cuartelero me dijo:
-¿A
dónde vas joven? Qué ruta tomara para
indicarle donde tomar su buseta
-¡No
sé! ¡La verdad no sé dónde ir! -
La
tristeza me embargaba gradualmente, la agonía era ineludible, pero era rara, a
la vez bella, me entristecía y desesperanzaba, porque lograba intuir que mi
destino estaba cerca.
-Porque
no vas para Mazamari o Pangoa – me dijo con ojos de generosidad.
-¿Dónde
queda ese lugar?
-Hay
unas camionetas que salen por el mercado, en dos horas estas allí.
-Gracias
señor, Iré hoy mismo – saludé con sonrisa infantil, incrédula, me alejé del
lugar.
Me
quede en Mazamari. Camine lento buscando algo que comer. Me sentía desubicado,
ido, estaba en otro lugar pensando donde será mi meta, que mundo me espera,
cuando alguien puso sus manos en mi hombro.
-Gabriel-
grito con júbilo despampanante
Di
la vuelta enseguida, era un paisano, amigo de siempre, me levante de la silla y
lo abrace con regocijo interminable.
-¡Hola
Fernando! – grite con algarabía
Ese
instante pensé que estaba en el lugar adecuado después de todo el Fantasma de
Arturo me guiaba a nuestra meta.
Converse
con Fernando toda la tarde de nuestra tierra, de su gente, en especial de Flora que tanto le gustaba.
-Se
caso con Beto – le dije casi indiferente.
-¡Bien!
Así es mejor. Yo quería traerla aquí
-Quizá
haya otras Floras aquí y te amaran igual
-¿Tú,
qué sabes de amores? me dijo taciturno
-¿Tu
que sabes de fantasmas? me miró sorprendido
-No
te entiendo-
-Yo
si me entiendo Fernando, pero, igual da si no lo entendemos, es hora de luchar,
de vivir, de no morirnos antes de conquistar nuestros túneles, nuestros
fantasmas, nuestros amores, ¿no crees? -
Venia a mi memoria el
poema de Rose, y no se, justo ese poema vino a mi pensamiento, extraña, vaga y
solitaria:
“Te busco, muerte. Te busco
y no te encuentro.
Entre la nada te busco
y te busco
Entre la gente.
Y no te encuentro”
De
alguna forma esa noticia mía, lo de Flora, había matado a Fernando. Aún con
vida ausente y muerte prestada volví a recordar a Sebastián Salazar Bondy:
“Los
muertos en Lima son como dioses. No llamamos al recinto donde van a parar los
huesos innominados, cementerio, camposanto o necrópolis. Le decimos
atrevidamente panteón. Nuestra historia, aún la más triste, también es un
panteón. Nuestra música, otro panteón. El panteón segrega su mentira
fantasmagórica y a ese fata morgana estaremos unidos hasta que mediante el
deicidio a la profanación de las tumbas seamos libre”.
Su
Flora no pudo con su soledad, termino casándose con un norteño, le había
ofrecido sus tierras de arroz y se la llevó.
Mazamari
IV
Al
otro día, temprano, el sol siendo aún adolescente comencé a trabajar en la
ebanistería de Fernando.
Le
había criticado a la vida por su desfachatez de tratarme de esa forma, por
demás incierta, turbia y desoladora.
El
destino y la vida quizá sean gemelos, actúan igual a veces déspotamente,
irónica como son, riegan el desdén desabrido a los que permanecen a su lado. En
otras es pura benevolencia, caricativa.
Pero
cuantas veces le hice trampa a la vida para vivir como lo estoy ahora, lejos de
su parca, lejos de el mismo.
Fue
entonces que conocí a Isabel. Vino por algún mueble que dejó encargado.
-Hola
¿está Fernando? - dijo mirándome a los ojos
La
mire, quede palidecido, era hermosa, no tenía las ganas de contestar,
posiblemente mi voz huyo, su presencia era mi eternidad.
-¡Hola!
– alargo como cantando su saludo.
-Si,
si, enseguida le llamo – salí corriendo
Esa
tarde de otoño, pensé una y mil veces en ella. Era importante volverla a ver,
muchas veces pensé y repase mi actitud en caso de encontrarme.
Por fin una tarde, esos viernes que se mueren
después de dar todo al trabajo. La vi caminando a paso lento, iba con su
hermana, la mire una y otra vez su piel era blanca, tersa, sus ojos color café,
ella y el sol hacían una excelente pareja le brillaba el rostro como las diosas
griegas, el sol no la opacaba en el tono su piel, la cuidaba suavemente. Y yo
moría de agonía, de sed, de todo, era mi fuente de vida, como el poema de Romualdo
que podía saciar mi soledad en este mundo del ahora, de este tiempo que agoniza
con sus tardes marchitas, sangrientas.
“Un
vaso de agua dulce es como tu sueño. Un vaso de agua para alumbrar mis largos
insomnios, yo te he pedido. Yo te he pedido un vaso de agua, y es aún más clara
que la dicha.
Tus
orillas de júbilo, rebalsa tu felicidad, oh radiante.
El
mar lava las piedras, las pule suavemente como el escultor más obstinado, más
apasionado por la creación.
Yo
te acaricio, yo voy haciendo sencilla como una gota de agua, como un vaso.
Un
vaso de agua para alumbrar el mundo, querida. Un vaso de agua es tan perfecto
como el silencio.”
Cruce
tratando darle alcance, estaba a escasos pasos, solo palidecía, ¿que decirle? que
era hermosa, que no había visto semejante hermosura en ningún lado, que estaba
dispuesto a morir si era preciso.
-Hola
– dije tembloroso- solo sonrió sin contestar
-Tu
mueble está listo – yo mismo lo prepare
-¡Que
bien! –saltó de alegría
-¿Puedo
recogerlo mañana? – dijo tomándome de las manos.
-Pues,
si, entonces mañana.
Me
había tocado posiblemente unos segundos, pero era una eternidad en que quedé
preso de sus encantos.
Esa noche. Fui al monte, el cielo estaba bañado de
millares de estrellas, posiblemente allí este Arturo mirándome ante mis
desdichas y felicidades encontradas, me senté cerca de
una pequeña cascada, sus burbujas me salpicaban al rostro, entonces hable con
Arturo en silencio y despacio:
-Arturo,
me sucedió y no se como decírtelo, creo que me enamore, precisamente de Isabel.
Es amor distante, en silencio, anónimo creo.-
Quise
buscar refugio en la espesa selva, tras los cantos nocturnos de algún ave que
gime su dolor, tal vez en la negra noche para no vivir como estoy viviendo pero
resultó imposible. Ella me atrapo. Por las noches escucho sus pasos
destellantes, brumosos, cálidos, escucho su voz como nubes de amor taladrándome
mi espeso corazón de resistirse a luchar lo innegable que me hiere dulcemente
en este fantasma verde.
Vicente
Aleixandre escribió esto:
“Tendida en la espesura,
entre los pájaros, entre las selvas
vivas,
Rameado tu cuerpo de luces deslumbrantes,
dime a quien amas, indiferente, hermosa...
...mi marfil incrustará tropical en tu
siesta...
no mi verde veneno de la selva, en tu
oído
vertería,
desnuda imagen, diosa que regalas tu
cuerpo
a la luz, a la gloria fulgurante del
bosque”
Isabel,
toda ella, y su selva, me embriagaron sintiendo bajo su piel, imborrable,
haciéndome uno con su mundo, ahora ella es mía, soy de ella, su selva es
nuestra.
V
Es
otro día. Te he buscado sin presagiar mi destino, te mostré mi corazón y tú me
lo cercenas, compadécete, vine a conquistar este fantasma verde, sin embargo me
da frío, me da miedo. Tal vez de ti. No sé.
Déjame
con mi vacío, estoy matando el recuerdo de Arturo, de su promesa. Si Dios es
humano me entiende.
Toque
su mano tibia, después de hablarle todas estas cosas, le mire mil veces a sus
ojos color café:
-Isabel,
¿por donde empezar?
-¡empezar!
¿Qué?
-¡el
fantasma verde!
-¿Qué
es eso Gabriel? ¿Acaso es tu destino?
-Tal
vez mi destino eres tu – sonrió bajando
el rostro al suelo.
-Soy
solo una multitud en esta espesa selva
-¿Acaso
te mueres, te pierdes con mi selva?
-¡Es
verdad! es ser o no ser, nacemos, morimos, vivimos, soñamos, nos frustramos,
nos alejamos y todo desaparece en un abrir y cerrar los ojos.
-Gabriel,
me haces llorar – sus ojos color café me miraron con ternura infinita
-
te explicare mi mundo solo, hablo con furia de la vida, me encontré con la
muerte, con mis dos manos luché y viví; pero no pude evitar la muerte de
Arturo, desde entonces voy por la vida y el sendero de la muerte, paso por
paso, vida por vida, muerte por muerte, lágrima más lágrima, suspiro por
suspiro, soledad por soledad. -
Me abrazo fuerte, lloraba, sus lagrimas bañaron mis
mejillas. Sentí un abrazo divino, alado y majestuoso. El cielo se hizo para
nosotros, solo para los dos, que nunca se vaya de
nosotros, de nuestra vista, de un amor silencioso, nocturno, taciturno que no
quiere gritar, que no se atreve a decir que la amo.
Estoy
con la misma inquietud escéptica y descreimiento ante el destino, ante el amor,
ante ella, un amor que vino limpio, desnudo, sin malicia e hipocresías.
Otra
vez en silencio después de ese noble abrazo caminamos hacia el río, me sentí
miserable de haber entrado en su corazón, en su mundo, el hecho de haber
despertado destellos gloriosos, esperanzas no alcanzadas.
Yo
como siempre, juntando palabras en fila para herirla más, que nauseabundo
deceso de mi amor.
Fue
un verano maravilloso con exquisita fluorescencia, he sentido su vergüenza de
decirme que me ama.
Todo
esto fue mágico, encantador, ambos teníamos miedo alejarnos, perdernos en la
sombra de la noche. Su nombre escondía el secreto de un astro que veíamos cada
noche frente al río sonomoro.
Nuestro
amor no necesitaba de protocolos, el amor no se dice, se siente, se lleva
dentro de uno, por eso sus miradas, sus alientos, sus gestos, sus lágrimas son
los mensajeros mejores aliados del verdadero amor.
Me
habría dicho mil veces con su mirada que me ama que nadie más viviría en su
corazón, solo yo.
-Gabriel,
noches como esta quise gritar que te amo tanto, si yo sabia que tu destino no
es de aquí, que tus pasos se irán como los vientos de otoño, que tu me ibas a
dejar, que no serás mío –
Comenzó
a llorar despacio y silencioso, sentí por primera vez su gemido que con ansia
pedía amor. Amor que no podía darle, por lo menos ahora es imposible.
-Isabelita,
escúchame... –me interrumpió
-Déjame
terminar lo que hay en mi corazón, que esto me esta matando. ¿Por que el amor
hace sufrir? Si solo quiero amarte, darte mi amor, solo a ti, me consumo en el
fuego de mi impaciencia, para no romper el silencio que es mi amiga en mis
nostalgias. Mi corazón se muere de tristeza, por ti. Quizás el tiempo cure mis
heridas pero aprenderé a esperarte, porque así nació mi amor mi único amor.
Eres tu Gabriel
Me
tomo la mano muy tiernamente, vi sus ojos marrones de amor, de odio, de
desesperanza, de milagros innegables. Me dio un sobre, se acercó lentamente y me beso en la mejilla. Que hasta
ahora lo siento.
Llegue
a casa, inmediatamente abrí el sobre, contenía un poema, una meditación acerca
de la ausencia, no decía de que autor era, pero leí el encabezado:
Te pareces mucho a
este poema.
“tu cuerpo en la sombra,
en el silencio,
Es territorio de otro amor
no del mío.
El silencio, la sombra
destruyen tu figura.
Destruida,
la mirada no te exige
ni el sueño
a ser lo que no eres.
Desde papeles blancos,
desde músicas intactas
conservas una infancia
por venir.
Eres entonces árbol,
Estrella, sombra blanca
que nunca, nunca puedo ver
Abandona los nombres
en el viento, en la nada.
No queda ni una letra entre nosotros,
ni el acento con que me llamabas.
La luminosa huella de la ausencia
borrará estrellas,
mapas, flores, leves promesas.
Abandona los besos, los perfumes,
las fechas antiguas, el día que vivimos.
Que mundo posible
todo de la luz y brisas
crece en las palabras que no dijimos nunca,
en lo que nunca fuimos.
Abandona, abandónate dulcemente
para crecer en el olvido.”
Te ama Isabel
VI
Era
Marzo. Tiempo de lluvia. El invierno es duro y golpea, tendría que irme a
Sonomoro a conquistar el sueño de Arturo.
Le
compre a Isabel algunos discos, de Palito Ortega, me gustaba algunos títulos:
“Yo tengo Fe”; “Muchacho que vas cantando”, “corazón contento” y con mucho
énfasis escribí en el tercer disco esta frase: “Te amare así, toda la vida”.
Que
sea nuestra canción vida mía, me decía una y otra vez, que dicha la mía de
sentir un amor que late a cada minuto y me envuelve en sus tules atrapándome
con sus encantos angelicales que no puedo resistirme ahora ni nunca.
Toque
tres veces su puerta con la albada estilo colonial. Salió su hermana.
-Hola Mercedes – le di un beso en la
mejilla
- Hola Gabriel – me abrazo tierna y
serena
-¿Está Isabel? – pregunté con
ternura
-No, no esta, se fue a Satipo muy
temprano con mi papá.
Una
tristeza profunda embargo mi ser, creo que moría, ahí mismo, sin penas ni
glorias.
- Gabriel palideces, ¿qué tienes?
- me miraba con dulzura y pena
- Quería despedirme, solo eso, no podía
irme sin despedirme -
Que
extraño me sentí al no encontrarla, su ausencia me aplastaba, me torturaba,
sentí perderla. Que sensación tan extraña de sentirlo corriendo por mis venas
-Gabriel
– me dijo en tono desfigurado
-¿Amas
a mi hermana?
-¿Amar?
– que sabía ella de eso
-Respóndeme
con verdad, porque ella sufre por ti. Tú eres su único mundo, todo lo hace por
ti, si es preciso moriría por ti. ¿Entiendes eso?
Le
dije que fuéramos al parque y conversar más tranquilos.
-Mechita,
te responderé ahora con verdad. Cuando conocí a Isabel, desde el primer día, mi
vida comienza a tener sentido para todo, desde que ella llegó a mi vida, creo
que conquisté este fantasma verde.
-¡Fantasma
Verde! Pero ¿qué es eso? – dijo intrigada
-Yo
mismo he procurado entender que era eso. Es mi miedo, es una especie de
destierro en vida, oculta entre las nubes, ríos, noches de luna, vivir bajo las
luces de la noche, caminando por los desiertos de mi soledad, encadenado a una
vida nómada. Toda mi vida.
-¿Tienes
miedo Gabriel? ¿De qué?
-No
se, cuando alguien me habla del espíritu o el fantasma verde, a menudo soñaba
bebiendo gota a gota el agua de un corazón que brillaba lejos como mis
ilusiones dentro del paraíso que nunca era tal cosa, sino esa vida que golpea
duro y fuerte. Donde el dolor es ausente, el hambre no es hambre, donde el
cielo fue hecho para vivir mañana con esperanzas que no logramos hoy, porque la
vida corre rápida, encadenada, suelta hasta despiadada.
-¡Despiadada!
– me interrumpió con sus ojos grandes
-¡Si!
pues, mi cuerpo se impregna en la sombra, en su silencio, porque invado el
territorio prohibido de un amor que no es mío, quizá Isabel pertenezca al
territorio del fantasma verde, no el mío. ¡Que silencio! Me abruma, su sombra
nocturna me destruye, su mirada me exige, mis sueños me exigen, lo que no soy.
He caminado por esas sombras blancas que nunca llegaré a ninguna parte.
-¿Entonces?
¿Amas de verdad a Isabel?
Sí...
sí la amo -
-Entonces
porque no le dices tú mismo, que la amas ¿por qué?
-No
me entendiste – dije seco y cortado
-¡Entender
que Gabriel!
-De
mi miedo, de irme cuando tengo que irme, como ahora por ejemplo, de dejarla
sola, de acostumbrarme a sus besos, sus caricias, y aprender a sufrir mis
soledades amargas, de no cantar, de no amar el sol y la alegría que se
discurren entre mis manos, no levanto mis quejas, mis llantos se doblan tal vez
como mis palabras vacías, ausentes que huyen de su destino, que leve es su
crepúsculo en esta tierra. No, no quiero dañar, no quiero prometer amor cuando
estoy ausente. Es mi suerte. Tal vez venga mañana y le diga cuanto la amo. Ese
día llegará, ¿no crees? Entonces mis besos no serán lejanos, las primaveras
brillaran otra vez para los dos y nuestras almas se unirán para siempre en este
fantasma verde.
Plaza
de Mazamari
VII
Que
primaveras me lleva la sombra del fantasma verde; quizá se levanten otros
otoños y le siga presuroso buscando el amor de Isabel.
Estoy
rodeado de una soledad bárbara, un silencio que no es el mío, pero esta vez no
se porque me enorgullece el destierro.
Atrás
deje mi tiempo encadenado a la vida de Isabel, me ama, lo se. Esto me duele
mucho, son puertas que abre el cielo y el infierno, agonizo profundamente, pero
no moriré exiliado, creo que el exilio lo diseñaron para mí. Mazamari no es mi
vida, tampoco para hacerse viejo, pero, tal vez sea el lugar ideal para
morirse, tan palpable ha sido cada noche, quizá persistente que me atrae con
exquisita seducción de quedarme por siempre al lado de Isabel.
Tal
vez me encantan esos cementerios desolados, solitarios, sin bulla, sin cinismos
y pretensiones baratas de esas fiestas populacheras con que entierran a sus
muertos.
Pero
hoy, solo y vacío me estoy yendo a Sonomoro, un largo trecho, de Pangoa a
Naylamp son tres horas de camino. No tengo costumbre de caminar tanto, pero me
encanta la soledad, lejos del mundo irreal, imperfecto y desdeñoso.
Mercedes
le entregará mis tres discos, ella escuchará y no estaré allí para decirle aquí tienes la respuesta a todas
las inquietudes y zozobras.
Los
recuerdos me embargan todo, no puedo evitarlo, solo lloro, gimo, me desgarro
verla esas tardes de verano en el río. He querido borrar esa imagen mil veces,
pero sería como eliminarme a mi mismo, que frustración. Que patética soberbia
mía.
Mi
precario amor que lucha por vivir sin flores, ni sabores de un amor recién en
embrión.
Isabel
si entendieras que quiero vivir deliberadamente, quiero vivir profundamente,
como dicen mis amigos de la
Escuela , “la vida es una sola, y hay que sacarla todo el
jugo”. Si estuviera enfermo, desahuciado, inerte o muerto, ¿de qué vale vida
mía, Isabel mía? Si recién descubro que no viví lo suficiente para decir,
conozco a la vida y es así, como debe ser. Creo que nos tenemos, somos el uno
para el otro, soy preso de tus sentimientos, mis ojos te han dicho mil veces
que te amo, ¿acaso no te diste cuenta? he cantado tu nombre en mis soledades,
te busque incansable, te mostré mis esperanzas venideras, bajo la lluvia caminé
para buscarte, como esa noche de aguacero, me abrazaste tierna y melancólica de
verme así, mojado y frío. Quizá por eso me destierro por vida, por amarte así,
como te amo, como son los cielos anchos e infinitos. Solo veo tu cuerpo entre
las sombras, en los silencios, en las estrellas de cada noche. Isabel, es mi
silencio, mi ausencia perfecta. Por eso estas en mi, por eso te tengo conmigo.
Ahora comprendo mi desierto, fantasma verde, eres tú misma, amor mío.
Rio Sonomoro, testigo de muchas tardes soleadas al lado
de Isabel
VIII
El
día que me fui de Mazamari fueron los más atroces de mi vida, recuerdo el
rostro confundido de Mercedes, nunca entendería lo que dije del fantasma verde.
Recuerdo
cada detalle, cada acontecimiento frívolo, esto me acompaña cada noche en mis
sueños tan borrosos, deformes, lejanos, fugaz.
Cada
tarde, cuando el sol muere, lo recuerdo distante y sola. Como esas tardes que
íbamos al río, sentada en la rivera sobre una piedra jugando con el agua, el
sol dándole al rostro, brillaba sus ojos
marrones.
Me
negué a sus besos, me abandone a sus perfumes, su mundo y el mío parece dos
remos, juntos en cada cosa, pero separados a un mundo imposible.
Nuestras
palabras, nuestros sentimientos que no dijimos nunca, en lo que nunca fuimos.
Cada
detalle se abre, se desnuda en sus circunstancias pero advierto que mi soledad
es premeditada y austera.
No
te encuentro, a pesar que es el mismo cielo para los dos, intento aliviar mis
soledades pensando en ti, pero estoy solo.
He
querido incrustar mis sentimientos al bosque desnudándome con mi imagen
sombría, recordándote con persistencia y maldiciendo porque no puedo decir que
te amo, que no pienso en otra cosa, solo en ti.
Abrí
levemente un poema de Washington Delgado:
“Todo una mano y toco
todas las manos de la tierra.
Nada es distinto de este rostro,
de esta voz instantánea
y la fuerza del corazón es también
Un resplandor en el cielo.
El amor es idéntico
así mismo, yo soy
Una multitud sobre la tierra.
todo el amor es nuestro.
toco una mano y toco
toda la hermosura.”
He
leído una y otra vez este poema recordando ese verano que no volverá nunca más.
Compadécete ya, no puedo más, tiemblo de miedo. Tengo miedo perderte. Soy solo
el recuerdo de mi estancia peregrina sobre tu vida.
Cada
tarde es una eternidad. Soy preso de mis recuerdos, de mis ilusiones pálidas.
Este fantasma me aplasta, me daña, mi vida se hace espuma, soy nada.
¿Soy
tu sombra? ¿Sientes mis caricias con mis flácidos recuerdos? Hoy que escucho
tus pasos sueltos, tu voz llamándome, aprendo a besar las orillas del río que
abandoné ayer, tus lágrimas que ahora me hiere dulcemente en tu fantasma verde.
IX
Sonomoro,
una rutina de eternas claridades. Creo que fueron seis meses lejos de ella.
Ya
no te encuentro. En tantas espumas que se deshace entre los vientos, así fueron
mis palabras, mis caricias húmedas como tu selva. Comprendo que jamás volveré a
la sombra de tus amores prohibidos. Estoy solo, soy tu sombra.
Esa
tarde de agosto volví a casa con la sensación de una absoluta soledad, de un
sueño que perdí, de una ilusión que dejé atrás. Pero mi soledad esta vez no me
asusta, soy tu sombra nada más.
Descansaba
después del almuerzo. Me despertaron casi abruptamente por los gritos agudos
que se desaparecían en la espesa selva
-Gabriel,
Gabriel, te buscan – Luisito gritaba con voz chillona.
-Voy
– dije una y otra vez para que no gritara más ¿Qué pasa Luisito?
-
Un joven te busca, viene cansado por el viaje, dice que es urgente -
Era
Ernesto, había venido desde Mazamari, estaba agotado, el viaje de Pangoa a
Sonomoro era tres horas y con ese sol agotador, era difícil para un citadino
-¡Hola
Gabriel! – grito de alegría
-Hola
Ernesto – le abrace con entusiasmo.
-Podemos
conversar ahora mismo- dijo presuroso
-Si
claro, me asustas
-Traigo
el encargo de Isabel
-¡Isabel!
– abrí los ojos muy grandes y creo que desperté perfectamente de mi sueño.
-Vamos
al río, allí nadie nos interrumpirá.
Gabriel,
te veo bien, no estas mal, creo tu salud es buena, me alegra verte bien.
-Gracias
viejo, pero, dime, ¿cómo esta Isabel?
-De
eso quiero hablarte, por eso vine aquí
-Te
escucho Ernesto, cuéntame sin parar, que muero por saber de mi Isabel
-Desde
que tu te fuiste, Isabel no es la misma, se enfermo, me dijo Meche que casi
muere.
-¿De
qué? ¿Qué enfermedad tuvo? –Dije sorprendido
-No
se, la verdad es que nadie sabe. Pero dime, Isabel quiere verte, quiere
hablarte.
-¡Hablarme!
-¡Si!
hablarte a ti, viaja a Mazamari, me dijo que te esperara en el lugar de
siempre, en el río.
He
sentido sus pisadas en mi corazón. Temblé, lloré y gemí, no solo soy yo, no
solo es tu espíritu, eres un vuelo irrisado y fugaz, has trazado con tus dedos
el fuego en mi corazón, eres mi mar que estalla entre las rocas llamándome, yo
sin entender, sin presagiar que arrebatas una ardiente pasión de amor a través
de la distancia.
-¿Cuándo
viajas Gabriel – me interrumpió toscamente
-Sí,
si, iré, quiero verla. Dile que iré el próximo martes que me espere a las 3 de
la tarde, en el lugar de siempre.
-¡Ah!
Olvide, me envía esta nota – saco de su viejo sarato
-Mientras
te bañas, yo iré leyendo Ernesto
-Bien
– dijo y ese echo a nadar
Abrí
el sobre con delicadeza, había dos hojas que decía:
¡Hola Gabriel! ¿Cómo estás? siempre pienso en ti, eres
mi vida, eres mi mundo, sola para mí, como
olvidar tu sonrisa, tus cabellos largos moviéndose al capricho del viento
Gracias
por los tres discos, me gusta “corazón contento” Palito Ortega es tu preferido,
lo escuche mil veces; era lo único que me unía a ti, llegue a dos días que tu
viajaste a Naylamp, mi hermana me dijo que te fuiste solo y triste.
Esa
tarde sentí frío, creo mi presión sufrió, me dio un shock, ignoro porque a tal
punto, pero quiero verte. Se que vendrás, te esperaré en el lugar de siempre.
Solo dile el día y la hora a Ernesto. Por favor ven, te esperare.
Te Ama, Isabel
NOTA:
Lee estos dos poemas y no me digas que estoy loca, que perdí la cabeza, soy
solo yo. Tú me entiendes ¿verdad?
AMOR AUSENTE
¡Como te amo en esta tarde triste
y sola!
y tu no estas. Como siempre.
He sentido tu ausencia fría y
lejana
me escondo en mis soledades
marchitas
no he podido pensar en otra cosa
te pierdo lo se.
No puedo reclamar nada y ha nadie
Nunca fuiste mío, por eso lloro.
Te amo y lo sabes, eso me duele.
Si más me aferro a las oscuras
noches
para no ver tu alma ausente.
Siempre estas cerca de mí. Tengo
miedo amarte.
Tu voz como los vientos arrullan
ausentes,
tu presencia distante como los
atardeceres sangrientos
no estas más a mi lado, vida mía.
Mi alma que es tuya y de nadie más
gime angustiosa su desdén.
Mis lágrimas que se mezclaron con las
lluvias de Marzo,
ni lo has visto siquiera.
No has sentido sus quejas de lamentos
ausentes.
¡Como te amo en esta tarde triste y
sola!
Mi amor, mi amor ausente.
Cuando
terminé de leer sentí la espada que golpeaba mi suelta indiferencia ante tal
reclamo, ¿Soy culpable acaso? Necesito almacenar una angustia más, me jugué con
las horas, con la vida, con la muerte, pero, ¿Con el amor? Jamás. No se si ser
alguien o ser algo en la suprema dicha; mentira más grande! Yo soy, y eso
basta.
Ernesto
me llamaba para jugar en el río, después le dije, leeré la carta. Había otra
hoja que decía:
“Gabriel
no se si es poema, reclamo, angustia, presentimiento o agonía. Lo hice en el
hospital. Por favor Gabriel ven, te esperaré con gran ansia”.
“Me esconderé en la noche de la nada
me buscare a mi misma y no estaré
morare junto con la noche, con miedo y apatía
he querido encontrarte, no estas.
lejana y tardía es tu presencia desoladora
solo escucho tu voz taladrándome el alma,
he perseguido tu sonrisa, ausente y desoladora
te he amado sin glorias ni penas:
Es un monstruo que destruye sin misericordia
solo miras indiferente y vacío.
Solo miro, solo callo, muero lento
Llego la hora de partir, sin retorno.
Atrás dejaré tu sonrisa de niño
tus ojos negros, confusos, sin lágrimas
lloras por dentro. Una sola vez se ama.
¿Crees
la fantasía de los que destruyen tu felicidad?
Aprenderás a conocer el sol y sus días
Sabrás que en tus manos tenías la perla de los
mares
sin
embargo lo dejaste caer al vacío.
Tus lamentos serán ecos perdidos en las
oscuras noches
Aprenderás a vivir con los lamentos, de
tus pesares tristes
ya no estaré ahí, ni recordarás cuanto te
ame.
Solo seré el recuerdo de una vieja tarde
lluviosa
ese
viento que acaricia tu rostro seré yo
Entonces
te acordarás los días grises de Marzo.
Tuya por siempre, Isabel
Después
de leer estos poemas, estoy condenado a un destierro por vida, buscaré nuevas
primaveras, tal vez otros estíos, otros otoños, caminaré los tiempos de mi
vida. Es alegre el destierro.
Esa
noche bajo la lluvia caminé, sentí su húmeda selva en estas verdes hierbas,
extendí mi corazón al fantasma verde. Por vez primera me rodea el silencio,
estoy en esta selva negra, en mi destierro. No necesito ir a otro lugar. Soy de
aquí, es mi casa, es mi selva, mi fantasma verde.
El antiguo puente de Mazamari
X
En
los días que precedieron a la llegada de Ernesto, todos mis pensamientos
estaban desbordados, fuera de si, estaba perdido en mi mundo, en mi soledad, en
mi destierro, mis noches eran eternidades, el sol se había extendido hacia la
noche, era un sol extraño.
He
pasado una semana extraña, lúgubre, por cada camino que anduve, las tardes en
el río, me fueron trayendo recuerdos de otros tiempos. No solo la imagen última
que tuve con Arturo, quizá estaba escrito que el partiera primero a su mundo, a
su sueño.
Recuerdo
esa tarde en el Hospital Arturo me Reclamo diciendo: “Querías irte sin mí”.
¡Como saber si yo moriría en el río, como saber que el moriría en Carpapata
¿por qué sucedió así?. Estaba planeado que iríamos los dos a la Merced , ¿me hubiera hecho
caso, si le hubiese pedido que se quedara un día mas? Que absurdos pensamientos
tengo. La noche esta ahí, con espera, con rabia, con desconsuelo, mi soledad es
inútil, también inútiles mis esperas en las riveras de los ríos. Pero ahora tú
sombra, tu amor, se interpone: estás entre el fantasma verde y yo.
Tu
alma está quieta, tus ojos me miran como pidiendo ayuda. Pero no sé si estaré
Isabel mía.
Toda
mi vida he caminado solo, con mis desiertos, pero ahora estoy solo y triste.
Sin puertos donde reposar, ni rivera para dormir junto a tu hermosa sombra.
Por
primera vez, no se que decirte, sólo callo. Y este silencio me atormenta, me
mata no poder decirte lo mucho que te amo. ¡Cómo duele amar! Peor aún, saber
que me amas. Eso duele más.
Que
importa el destino. Me importas tú. Siempre has estado incondicionalmente en
mis soledades, en mis sueños, en mis destierros. ¿Por qué no amarte?
El
fantasma verde unos unió, sus sombras, nos envolvieron con gran delicadeza, con
majestuosidad, sus tules brillantes limpian las oscuras noches, levantan las
neblinas que duermen en los caminos.
Isabel,
¿Eres tú mi fantasma verde? Si es así, entonces mi naufragio llegó a su fin. Soy
tuyo.
Naylamp de
Sonomoro
XI
Ese
martes me iría a encontrar con mi destino. Me contare a mi mismo de las locuras
que hago, estoy en el carro rumbo a Mazamari, nos encontraremos en el río, como
la vez primera que Isabel me miró con ojos de amor.
Ni
bien bajé del bus, corrí, con dirección al río, desde la parte alta la vi,
estaba sentada en la misma piedra, jugando los pies con el agua, baje lento la
cuesta, mi corazón parecía explotar, mis voces se ahogaron, mis manos se
volvieron torpes, en fin, cuando uno sale de su destierro se vuelve idiota, y
creo que yo lo era en ese momento.
Cuando
estuve frente a ella, era muy hermosa, sus ojos marrones, ojos de amor, de
grandezas, de ilusiones me decían todo.
-Ven
mi amor –me dijo con ternura
Me
saqué los zapatos, levante mis pantalones pise el agua fría del río Sonomoro.
Me acerqué lo más lento que pude, entonces la abracé con pasión entera, allí le
entregué mi amor en silencio.
Entonces
supe lo que era amar. Esa tarde el sol brillo solo para los dos.
-Gabriel,
te amo.
-Isabel...
– me interrumpió poniéndome los dedos en mis labios.
- No
me digas nada, déjame vivir este momento de sentimientos mezclados. He llevado
este amor cada noche, en silencio y sin decir nada. No me culpes de haberte
amado sin permiso, sin reservas, con todo.
Quise
besarla, tenerla entre mis brazos. Pero no era mi tiempo. Pero ¿Qué sabe el
amor de tiempos? Quizá como inquisidor el tiempo nos parametra y se lleva la
felicidad y trae desdicha, penas y nos deja una angustia inútil.
-No
te forzaré mi amor –leyó mi alma, mi angustia, mi silencio.
Comunidad
de Cheni, Satipo. Isabel siempre llevaba alimentos para los niños
- Isabel no creas lo que ves
- ¿y que crees que veo mi amor?
- mi apatía, mi silencio, mi todo. No sabes cuanto sufro por ti, mis soledades carcomen mis sueños, mi vida lenta y pausada
- ¿entonces?
si, te amo, como...- me interrunpio y de un salto me abrazo y me beso en todo el rostro
- lo sabia, sabia que sentías amor por mi. Mi corazón no me mintió
-Lo sabía, sabía que sentías amor por mí. Mi corazón no me mintió.
comunidad San Antonio de Naylamp de Sonomoro
- Isabel no creas lo que ves
- ¿y que crees que veo mi amor?
- mi apatía, mi silencio, mi todo. No sabes cuanto sufro por ti, mis soledades carcomen mis sueños, mi vida lenta y pausada
- ¿entonces?
si, te amo, como...- me interrunpio y de un salto me abrazo y me beso en todo el rostro
- lo sabia, sabia que sentías amor por mi. Mi corazón no me mintió
-Lo sabía, sabía que sentías amor por mí. Mi corazón no me mintió.
-Si
mi amor, pero hay una cosa, solo una,
-¡Una
cosa! –dijo con tristeza.
-Volveré
en otro tiempo, allí te daré todo mi amor, mis sueños, mis esperanzas y juntos viviremos en este
fantasma verde.
-¿Verdad
Gabrielito?
-Sí,
si –le abracé con gran ternura.
-Yo
tengo todo el tiempo del mundo, te esperaré, aún en las estrellas te esperaré.
-No
será mucho tiempo, déjame terminar con mi misión, destruiré, aplastaré el
fantasma de Arturo, para entender cual es en realidad el fantasma verde.
El
sol moría, sangraba. Pero Isabel era una diosa, una sirena codiciable. Yo, perdía
la noción del tiempo, mis recuerdos quedaban embargados ante la belleza de mi
Isabel.
Había
notado que una mariposa grande a cada instante se posaba entre sus manos, se
iba y volvía:
-Gabriel,
mi amor, cuando yo no este y crees que me haya ido, yo vendré en forma de
mariposa y te diré que no estás solo que te veré desde esta inmensa selva.
-¿Por
qué una mariposa?
-Porque
es sencilla, siempre esta sola como esperando a su compañero, o tal vez
buscando a su único amor ¿no crees?
Esa
tarde nuestro amor se impregno en su selva. He sentido el idilio de amar, de
ser amado, que más pudiera desear. Entonces comprendí que mi Isabel era mi
fantasma verde.
XII
Me
preguntaba porque se comparo con una simple mariposa, pensé en ese intocable círculo,
nacer de un capullo, salir tan vulnerable al mundo, mariposa de un solo verano,
de un día, de una noche, como las estrellas fugaces.
Mientras
caminaba vi que la ciudad estaba paralizada, muerta. El claro de la luna no
alumbraba como siempre. Apreté el paso y me puse en marcha a Naylamp.
Le
dije a Isabel que la siguiente vez que este frente a ella, sería mía, que
nadie, ni nada nos separaría. Le prometí que estaría en Octubre. Quiso que
estuviéramos solos los dos, toda la noche bajo la sombra de las estrellas y que
nunca amaneciera, que mis cumpleaños sería de ella y de nadie más.
Me
consumía una emoción cobarde, estupida, de no haberle dicho de cuanto la amaba,
de no corresponder a su amor, ser su único amor.
Caminé
esa noche con el alma vacía, encadenada, lamentaba, maldecía mi destino opaco,
pobre.
La
próxima vez que este con ella la llevaré al bosque, bajo la luna llena le daré
mi amor, mi vida.
Envuelto
como siempre en el crepúsculo de mis soledades, detenido en el tiempo, me
pesaba una y mil veces no ser yo, pero, ¿Qué soy? un río interminable de
soledades, soy el sol y la dicha, soy aire, agua y mar, soy todo. Pero no tengo
sitio en el mundo.
Por
eso lamento mi desdicha, mi canto, mis inviernos húmedos y fríos de Marzo.
Se
que Isabel nunca me perdonará no ser yo, cuando debo ser yo. Como ahora por
ejemplo. Debí cambiar mis estrellas; mis noches lúgubres por glorias eternas,
romper el silencio, quitar la sombra, renacer la figura esbelta de música
intacta.
¿Por
qué maldecir ahora? El tiempo no retrocede ya esta hecho, que más da. Caminaré sendas
opacas, seguiré tu territorio, viviré surcando la dicha que no tuvimos. Le jugare
mi última carta a la vida, perder no puedo. Creare mi destino, lo esculpiré con
mis esperanzas, atrás dejare mis sombras, mi miedo, mis desiertos, la vida tan
corta que es, no vale la pena tirarlo al viento. Esta vez viviré cada minuto
con Isabel, aprovecharé mi dicha, mi felicidad, la besare sin límites, mis
palabras, mis gestos, mi alma le gritara que la amo con pasión entera, con las
grandezas de mi gloria, porque mi amor se llama Isabel.
XIII
Los
próximos ocho meses del año, lo pase dibujando mis rutinas, repartiendo
limosnas a mi soledad, he mirado los ojos de Isabel en mis nocturnos paseos
cerca de la rivera del río Sonomoro, pero esta vez no me exigía nada. Sus ojos
marrones eran estelas de paz, de silencio, de amor.
Ese tiempo aprendí a vivir en una
espera de esperanza, de sueños. Pronto llegará la primavera, Setiembre es amor,
no hay más que decir.
Siempre
estuve en contacto con Isabel, gracias al puente que había entre ella y yo.
Ernesto, venía mensualmente, trayendo buenas noticias. Esto me hacía crecer
como las olas del mar, sobre todo como los del sur limpias y grandes.
¡Como
amo a Isabel! Una gran mujer, detallista, ningún detalle obviaba. Siempre
enviándome frutas de la Costa ,
sabía que me agradaba las uvas, el melocotón, las fresas, acompañado de una
nota que decía: “te amo”. Solo eso.
Por
mi lado le enviaba insectos de toda clase, los disecaba. Muchos de ellos no
conocía su nombre exacto. Ella los coleccionaba, lo ponía en un cuadro o lo
armaba en una roca o rama de árbol.
Me
contaba que la profesora de Biología y Ciencias Naturales, iba con sus alumnos
a su casa para ver, dibujar todo ese mundo de insectos. Les explicaba que
algunos de ellos son mortíferos, otros destruyen las plantas de naranjas, Otros
son benefactores del ciclo. En fin cosas de la selva.
Así
entre penas y glorias pase ese año entre los montes, entre los ríos, en esa
selva que tanto me habló Arturo, que ahora es de Isabel, yo solo lo arrebate,
me hice dueño por el amor que nació entre ella y yo.
Solo
espero Octubre. Me encamino lento. Entonces ella será mía, solo mía, ni la
selva podrá quitármela. La he amado en silencio y todo. La amo con ternura
infinita, se ha acercado a mí como flor de un día que floreció entre mis manos
tibias, no conté las flores, no conté las rosas que tanto te gustan, he revelado
mis secretos a cada árbol de tu selva, a cada cascada que lleva el rio
Sonomoro, desde que mi corazón se abrió al universo he visto el mundo brillar
en mis soledades. Tu imagen la grabe en mi corazón, esta insertada en todo mí
ser, donde vaya estas tú en mí. Las tristezas amargas que bebí cada noche han
alargado mi vida esperando este momento de amarte, allí estaré esperándote como
la primera vez sonriente jugando con el sol. Solo que esta vez no te dejare ir,
iremos al infinito cielo derramando estelas, cubriendo los cielos de rosas que
vuelen a cada corazón contagiando amor, esperanzas a mundos desolados,
inciertos que marcan su dolor austero.
comunidad San Antonio de Naylamp de Sonomoro
XIV
Por
fin, llegó Octubre. Me rodea el silencio, otra vez estoy solo, vuelve a mis
pensamientos lacios, ásperos. Hoy mi destino cambiara, será solo de Isabel y de
nadie más.
-
¡Esta semana iré a mi encuentro
con Isabel! - Dije con gran dicha embargada.
Deje
todo. Mi mundo será infinito, no tendrá límites, será eterno. Solo eso.
Almorzábamos
ese martes con amigos campas, compartí mi almuerzo regalando mi felicidad, les
comente que era feliz al lado de ella. Ellos simplemente querían que fuera
feliz con la mujer que elegí, yo viajaría el jueves como había quedado con
Isabel, ella comentaba haciendo su monologo insistiendo:
-
ese día serás mío, comerás el pastel
de vainilla que tanto te gusta.
Por
nada del mundo la dejaría sola, es mi pacto. Hable con mi selva, con mis noches
austeras, bajo el canto de las aves, que ese día estaremos juntos por siempre.
Me propuse descansar un instante en mi hamaca con mis sueños débiles, cuando alguien
grito despertándome de mis pensamientos idos
-Gabriel,
Gabrielito – me llamó insistente Chester, casi llorando.
-¿Qué
pasa? – pregunté asustado
-Vamos
al Huaro Gabriel, allí esta Ernesto, cansado y llorando.
-¡Llorando!
Y... ¿Por qué?
-El
mismo te dirá, vamos pues Gabrielito
Salimos
corriendo. Pensé muchas cosas, sentimientos encontrados, confusos, torpes.
Cerca del Huaro vi a Ernesto sentado, transpiraba demasiado, estaba exhausto.
-¡Ernesto!
– grite entrecortado
El
alzo el rostro como mirándome de una culpa cometida. Tenía los ojos llorosos.
-¿Qué
tienes Ernesto? ¿Te sientes mal? – le abrace con delicadeza.
-Yo,
yo estoy bien – hablo mirando al río
-¿Entonces?
– me mataba esa incertidumbre
-Gabrielito,
no soy yo, es... – hizo una pausa que me atormentaba.
-Habla
ya Ernesto ¿qué es? –le dije tomándole el hombro.
-Isabel,
tu Isabelita – comenzó a llorar – ayer murió.
-¡Que
dices Ernesto! –
Sentí
que los demonios, la muerte misma me miraban, suspendidos en el aire, me
echaban sus ironías a la cara.
- ¿Muerta
dices? –me trague mi dolor, me invadía la pena, la soledad, la muerte me
rondaba, me cobraba sus venganzas
-Si
Gabriel, esta muerta.
Retrocedí
a la orilla del río, cogí una piedra y lance hasta la mitad de sus corrientes,
quería borrar la imagen preciosa de Isabel. Mis ojos se nublaron, caí de
rodillas, mi corazón sintió un dolor que no es dolor, solo sentí que se rompía
en mil pedazos.
Camine
tanto, cruce mis túneles, mis desiertos, pase mis soledades, encadenado en mis
destierros. Pero esto, no puedo asimilarlo, me desgarra, me mata. Mi agonía es
polvorienta, despiadada, no hay una gota de agua para apagar de dolor de mi
corazón, estoy partido, sangro. No puedo más.
XV
El
Fantasma verde se había llevado a Arturo, ahora se llevaba a mi Isabel. Sueños
desesperados, angustias fantasmales, sufro no poder recordarte esas tardes en
el río.
Se
nubla todo. Le escucho a la muerte, no comprende que se lleva mi vida. No se si
estoy vivo todavía.
-Ernesto
–rompí el silencio – dime, ¿Cómo fue? ¿Qué paso?
- Me
encontré con ella el domingo, se acerco a mi sonriente, como siempre,
diciéndome
-
iré a Satipo, mi padre quiere que le acompañe, hará compras para la casa, de
paso compraré un regalo, para que Gabriel lo use, quiero verlo feliz ese día
-¡Y!...
– insistí, quería saber que paso, para torturarme más.
-Tomaron
un taxi, ella iba al lado del chófer, de copiloto. Su padre y otros dos
pasajeros en la parte trasera. Fue en Sanibeni, el Chófer quiso adelantar a un
camión tronquero, el polvo cubría toda la carretera, la visión de la carretera se opacó, no pudo
ver que otro camión tronquero venia por el carril izquierdo delante de ellos.
El impacto fue horrible, la peor parte tuvo el
chófer, junto con dos pasajeros que iban al lado del papá de Isabel que
murieron instantáneamente, solo el papá de Isabel esta vivo -
-¡Y!...
¿ella? - exclame con voz de esperanza,
de miedo, de rabia
-Isabel
murió en el hospital, dijeron de
traumatismo encéfalo craneano. No se que será eso, pero, dicen que luchaba por
vivir, agonizaba, se aferraba a la vida.
Baje
el rostro y llore en silencio. Mis sueños más puros se desvanecían, se
ausentaba, me abandonaba, gemía sin dolor, lloraba sin lágrimas que delaten mi
aflicción
-
Gabriel, esta tarde, a las tres la enterraran. No hay necesidad de tenerla más
tiempo, su padre esta en el hospital. En el área de UCI (unidad de cuidados
intensivos). Su madre ordenó que el entierro fuera así y rápido -
Recordé
su poema, me taladraba el alma: “sabrás que en tus manos tenías la perla de los
mares, sin embargo lo dejaste caer al vacío”. ¡Que desdicha!, se fue mi gran
amor, me deja. Como Arturo, sin despedirse.
Llegamos
a Mazamari, le dije a Ernesto que fuera solo al cementerio, que yo iría
después. Fui al mercado, compre una rosa amarilla, color de esperanza, de
felicidad. Camine lento hacia el río, parado allí, muerto, sin vida, sin aliento.
Me senté en la piedra que Isabel solía sentarse, llore en silencio, mi voz se
había ido, el sol estaba ausente. No habrá más veranos, ni otoños que alegren
mi vida. Todo se ha ido ya, nada vale, nada sirve. Sin mi amor. Isabel.
Carretera de Satipo a Mazamari
XVI
Es
tres de la tarde, apagado, inerte, encerrado como luz escondida me dirigí al
cementerio.
Me
escondí detrás de un árbol, ví a todos, llegue cuando ya estaban cubriéndola
con tierra. La depositaron, sin siquiera verla por última vez, tal vez sea
mejor así. Recordarla como la vi esa tarde en el río, bella, hermosa, radiante
de ojos grandes y marrones.
Meche
abrazaba a su madre, lloraba desconsolada, miraba continuamente la entrada
principal al cementerio, como buscando a alguien. Posiblemente a mí. Hablaban
continuamente muy despacio con Ernesto mirando ambos esa puerta donde nunca
aparecí al encuentro de ellos y de mi Isabel.
El
panteonero puso la cruz, las flores. Era lo último. No hubo palabras de
despedida, la madre de Isabel estaba quebrada, solo las lágrimas de Meche y su
mamá se dejaron sentir entre todo el bullicio de las aves. Todos se marcharon
para la casa de Isabel.
Entonces
salí de mi árbol, de mi mundo que no es mundo, de mi odio a la felicidad. Me
acerque a la tumba de Isabel. Caí de rodillas, me eche a la tierra fresca,
húmeda, lloré sin límites, me desgarraba:
-¿Por
qué? ¿Por qué vida mía? Porque la vida es así conmigo. Lo que más amo se va de
entre mis manos. Acaso la vida y el destino tienen un mejor postor, ¿yo qué?
Muerte me debes no solo una, me cobrare aunque sea lo último que haga en mis
soledades, entonces te veré de rodillas pidiendo que te deje.
Cumplí, cumplí mi amor, vine como lo prometí
para estar juntos, es mi cumpleaños. Te traje esta Rosa, Amarilla, como te
gustan. No me iré de aquí, así lo planeamos, estar juntos ¿verdad?
Esa
tarde el sol se moría entre los árboles. La luna salía opaca, moribunda,
acompañándome en mi soledad.
Me
senté a un costado, solo. Como siempre. Otra vez, las soledades, los túneles,
mis destierros me atraviesan el espíritu. Voy sumando mis desdichas, sigo cada
traición que me hace la vida.
Entonces
levanté mis ojos cansados, llorosos a la oscura noche, más allá de las
Estrellas:
“Muerte, pudiste quitarme a Arturo.
Arrancaste a Isabel de mi vida.
¿Qué tienes para mí?
Como siempre, cobarde, torpe
Actúas de traición. ¡Ven! Enfréntate a mí
No te tengo miedo. Yo te venceré”
Estuve
toda la noche con Isabel. Aunque muerta. Yo no se, si era feliz o desdichado.
Le conté mis sueños, mis esperanzas. También le pedí perdón a ella y a la vida,
porque torpemente se nos va la felicidad, porque no valoramos la vida, los
minutos, el tiempo.
La
muerte de Isabel, es el costo de mi torpeza, de no poder haberla amado esa
tarde, en el río, cuando ella me daba su amor. Ahora mi lucha, mi sacrificio. ¿De
qué vale?
Me
han robado todo. Nada tengo, me iré vacío y solo, a caminar por los desiertos
vacíos, para llegar a cualquier parte, tal vez a ninguna.
XVII
En
algún momento de la madrugada, cansado, hastiado, destruido, me quede dormido.
Mi
cuerpo bajo la sombra de la noche, en el silencio, me entregue a esa tierra
húmeda, con olor a canto extraño, que apenas existen en tiempos como este.
El
amanecer era tibio y delgado. Sentí el susurro de una voz apacible y lejana,
que apenas podía escuchar. Era Meche con Ernesto
-¡Gabriel!
– el grito de Meche me aturdió estaba arrodillada junto a mi, me frotaba la
espalda fría, tienes los ojos hinchados, el rostro demacrado –me dijo tocándome
el rostro -
-¿Dormiste
aquí? –replico Ernesto
-Pues,
si –dije sin ganas
-¡Estás
loco! –me recrimino Meche – hubieras dormido en mi casa.
-
Prometí a Isabel estar juntos este día, así fue. Fue como ella quiso.
-Bien,
vamos para la casa Gabriel, ya esta muerta no resucitará – dijo con verdad y
frialdad. Me dolía aceptar esta realidad hipócrita
-Entonces
moriré ahora, aquí mismo – dije con rabia austera, prestada, alquilada
-¡Que
tienes Gabriel!, la noche apago tu luz, deliras, la tierra tomo tu alma, por
eso hablas así – nunca pensé que Ernesto me hablara así – levántate, esa
actitud no le hubiera gustado a Isabel.
-Si
Gabriel – dijo Meche – Isabel me hablo tanto de conquistar el fantasma verde,
haz que sus sueños no se esfumen, que su muerte no sea en vano, que vivirá en
ti por siempre conquistando lo que tanto hablaron, esas tardes bellas de verano
cerca del río.
Pero
me desvanecía limpiamente, sin recuerdos, sin olores, sencillamente estoy atado
a un oscuro destino del que no volveré nunca.
-Déjenme
un momento más – dije taciturno
-Volveremos
dentro de un rato, eh Gabriel – dijo Ernesto.
Envuelto
en mi tiempo, que no era mío, que lo tenía prestado, que Dios me cobraba todo.
Jamás sentí amargura, dolor, melancolía, absorbidas en mi agonía de soportar la
partida inevitable de Isabel.
Sentado
con la mirada perdida, prestada, ausente, vi volar una mariposa de color
amarillo, era grande como nunca haya visto, llamo mi atención su vuelo,
entonces sucedió el milagro, ella se poso en la palma de mi mano, cuando quise
tocarle con el dedo no escapo volando como suelen hacerlo, pude acariciarla con
delicadeza.
Era
una eternidad al lado de esta mariposa, ella sanaba mis heridas, cubría mi
dolor, mis temores, mis miedos opacos se disipaban con la brisa de la mañana.
Llore
amargamente, llore de dicha y felicidad. Era mi Isabel. Cumplió su promesa,
ella me había dicho que nunca estaría solo, que vendría en forma de mariposa
cuando ella no estaría más.
Me
habría dicho que la vida es así, que tenemos que luchar, edificar, trabajar las
semillas de justicia, de esperanza, bondad, amor en un mundo con tanta
necesidad de todo. De no pedirle a Dios lo que nosotros podemos hacerlo.
Posiblemente
estaría conmigo unos cinco minutos
cuando ella se fue. Lo raro es que no voló hacia las flores, se elevo
tan alto que se perdió entre las copas de los árboles. Fue entonces que grite
en toda esa selva desquitándome el dolor que llevaba dentro, de impotencia, de
coraje, de rabia. Con ambas manos estruje la tierra fresca, como aplastando mi
derrota ante la parca, primero Arturo, ahora Isabel, ¿seguiré yo? Me tire al
suelo llorando mi dolor alquilado, prestado, gemí despacio en esa soledad.
-Adiós
mi amor, adiós Isabel mía.
Mazamari
XVIII
Era
feliz en ese momento. Pude despedirme. Eso contaba más que todo. Su presencia
me devolvió la vida, la esperanza, la sonrisa, las ganas de vivir en tiempos
como este.
Ahí,
en ese momento, llego Ernesto con Meche, se quedaron mirándome extraños y
sorprendidos:
-¿Qué
pasa? – les dije
-¡Este!
más bien, ¿Qué te paso Gabriel? – dijo Ernesto.
-¡Soy
feliz! ¡El hombre más feliz! –dije con gran algarabía.
-Y...
¿por qué? –Dijo Mechita – ¡se puede saber!
-La
vi, la vi Mechita,
-La
viste, ¿a quién?
-A
mi Isabel, a nuestra Isabel- le dije tomándole de las manos
-¡Como!
–dijo sorprendida Meche – cuéntame Gabriel
-Vino
una mariposa, la más hermosa que vi hasta ahora, se poso en mi, su toque me dio
el milagro de vivir, de sonreír, vino a despedirse de mí. Luego voló hacia el
cielo, así fue. Meche sabia esta parte de nuestra historia cuando Isabel contó
que vendría en forma de mariposa si algo le llegaba a pasar.
Después
de narrarlos, Meche lloro en mi hombro, Ernesto también lloraba. Pero yo reía,
mi Isabel vino, se despidió, ambos cumplimos estar en este día, nunca estaré
solo, les gritaba una y otra vez.
- Quizá habrá llegado la hora de partir – me
miraron con gran sorpresa
- ¿te iras Gabriel? - dijo con tono apagado Ernesto
-¿Qué vas a hacer Gabriel? ¿Dónde irás? –me
dijo con tristeza Meche.
-Me iré a Lima – le dije con la cabeza
agachada – luego viajare para Puerto Montt
- ¿a Chile? ¿Por qué tan lejos? Quédate con
nosotros Gabriel, tu Isabel está aquí
-
allí vive un amigo, le sucedió un caso igual al mío, me sane para sanar a otros
-
¿después de esto qué? ¿Vuelves por aquí
Gabriel? – insistió Meche
-
no mechita con el me iré para Punta Arenas, allí viviré en el mar, tu sabes que
amo el mar, tan igual como amo esta selva, la selva de Arturo, la selva de mi
Isabel
-
¿Cuándo partes? – dijo con tono melancólico Ernesto
-Hoy, será hoy mismo- Alce mis ojos como buscando a mi mariposa. Mi
Isabel.
En
Mercedes tuve una hermosa aliada, una gran amiga. Perdió a su hermana, ahora
con mi partida su soledad cubriría su agonía, una agonía creada, pintada en su
alma gemela, quizá Ernesto llene ese espacio desolador.
-
¡Gabriel! – me hablo con los ojos
llorosos
-
¡si! Si mechita, dime- apenas pude
hablar
-
¿Puedo darte tan solo un abrazo?
Aquel
abrazo sanaba mis heridas, mis llagas, milagrosamente se cerraban. Llore con
ella, me desagarraba. Era mejor así, quería que mis fuentes se secaran para no
volver a llorar, aunque mi dolor sería un aguijón bien guardado dentro de mi
alma. Es lo menos que puedo pedirle a la vida, de llevarme hasta la muerte a mi
fantasma verde.
Me
beso el rostro una y otra vez y me tomo de las manos diciendo:
-
Fuiste como un hermano, el que
nunca tuve, cuando más te busque nunca me dejaste sola. Y hoy que te vas, supongo que así es la vida, todos tenemos que
marcharnos. Somos aves de paso, ¿verdad?
Adiós, adiós mi alegre Gabriel, cuídate mucho, no te olvides de
nosotros.-
Esa
noche me iría para siempre. Dejaría al fantasma verde con sus recuerdos, con su
tiempo entrecortado, apagado en sus luces, sus brillos. Pero hoy había brillado
su eterna claridad devolviéndome mi dicha, mi alma robada, prestada. Porque hoy
he renacido, me voy con sus perfumadas glorias eternas.
Mi
dulce fantasma verde. Isabel, que brillas desde las estrellas. Siempre
busco la más grande, la más brillosa.
Entonces, no me siento solo, me envuelve tu sonrisa, tus ojos marrones,
nuestras tardes en el río. Solo grito: “eres mi gran amor esculpido en mi corazón.
Para siempre.”
Aquella
tarde, fui por última vez al río, quería recordarla sentada en la piedra
jugando con la espuma del río, sonriendo, gritándome que me ama.
Que
soledad marchita congoja. Me ire a otro mundo, que es el mío, mundo vacío,
frío, atrás dejaré mis sombras, mis temores, dejare al osado Arturo, cuya sombra se movía fría, sola y llorosa.
Quizá, todavía anda cuidando su selva.
Baje al río y tire por última
vez las rosas amarillas que tanto le gustaban a Isabel
Sentado
en el bus, mire por última vez la ciudad, parecía muerta, desolada. Mazamari
sangraba en mi corazón, dos gotas gruesas de lágrimas salieron corriendo
presuroso perdiéndose en la nada.
Sentí
que mi alma se quedaba ahí, Que soledad indescriptible, no quiero irme, quiero
quedarme aquí, y ahora mismo, con mi gran amor, mi amor ausente. Busque
anhelante, casi desesperado a mi estrella, mi dulce Isabel.
Entonces
sucedió lo inevitable, alcance ver entre las sombras al fantasma, del que tanto
hablamos con Arturo, despidiéndome de su selva. Corría presurosa entre la
maleza tratándome de alcanzar, diciéndome que no me vaya, que me ama. Trate de
mirar al pasajero del lado como diciéndole que si él también vio lo mismo que yo, volví la vista otra vez a la oscura
selva, ella ya no estaba. Vino desde el más allá para despedirse o atarme a su
selva. Era mi fantasma verde. Mi gran amor. Mi
adorada Isabel.
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